Pasé ayer buena parte del día en otro de los lugares espectaculares que he visitado durante mi estancia en Italia: Spoleto, otra joya en un cerro con maravillas medievales y renacentistas, y muchos restos romanos y prerromanos. No me llevé mi guida del Touring Club, pero he comprobado ahora que su propuesta de itinerario coincide con el que yo intuitivamente hice, comenzando por la iglesia románica de San Gregorio Maggiore, del siglo XII, que está abajo, como primera parada de una subida que, a pie, es una delicia, hasta lo alto del monasterio y la iglesia de San Giacomo, con la fastuosa etapa intermedia en el Duomo. Justo ahí, antes de bajar la ancha escalinata que conduce a la postal, volví a lamentar no poder acompañar a mis seres queridos en otro mal trance por estar tan lejos. Paseé por la ciudad antes de ir a comer, y, por curiosidad, bajé a conocer el sistema mecanizado que recorre la ciudad subterránea y permite desplazarse y salvar tantos desniveles. Me admiro ante estos avances; pero no pueden sustituir el gozar de la superficie de esta ciudad que invita al callejeo, a pesar de las cuestas. Es lo que hice luego, cuando salí de la ingeniería. Y lo que debí seguir haciendo si no hubiese cometido un error de libro, y, en lugar de ejercer de turista y comer al paso, como en el ajedrez, y seguir mi ruta, meterme en uno de los mejores restaurantes de Spoleto, situado en lo que fue un antiguo convento franciscano del siglo XIII, y junto a la iglesia de Sant’Apollinare, de donde toma su nombre, que uno no debe confundir con el del padre del surrealismo. Que es lo que quizá pudo pasarme cuando me senté a la mesa del que puede ser el restaurante más lento de Italia. A lo mejor es que todo lo hacen bien, y, verdaderamente, todo está bueno; pero no es de recibo esperar tanto entre un movimiento y otro. La bebida pedida tardó en llegar quince minutos, después de reclamarla; la comida treinta…, sin detalles —bueno, sí, un bacalao croccante con espinacas y una salsa de tomate exquisita. Surrealista. Nunca había leído tanto en el teléfono entre un plato y otro. Hasta que me resigné a perder dos horas, de las pocas que tenía, por comer; cuando mi viaje consistía en tener otros disfrutes. Estuvo bien, en cualquier caso, y lo escribo. En el andén de la estación de Perugia, antes de salir hacia Spoleto, me extrañó ver a la policía pedir la documentación a los viajeros que esperábamos la llegada de nuestro tren. Cuando le entregué mi carné a uno de los dos agentes, le dije que era español y me respondió amable que la signorina también. Era una chica con una gorrita de marinero y una cámara réflex de Canon colgada al cuello que un instante antes que yo había entregado al policía su identificación. Hicimos el viaje juntos hasta Foligno, dos paradas antes que la mía. Es estudiante de tercer curso de Filosofía pura en Granada, y va a estar todo este curso en Perugia de Erasmus. Y me acordé de mi amiga de Málaga, que pasó su Erasmus hace años aquí en Perugia. Fue la que me dijo el otro día que no volviese a España sin ver Gubbio. Otra vez será, Montse, porque fui a Spoleto.
lunes, noviembre 08, 2021
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario