domingo, octubre 13, 2019

El refugio de los libros


Di esta tarde un paseo por Italia leyendo El licenciado Vidriera. Tenía ganas de evadirme, de salir un poco de esta calle de Gallegos tan silenciosa hoy, domingo, y trasladarme a las apacibles de Florencia o a las de la majestad romana. Hasta que Tomás Rodaja vuelve a Salamanca en la novelita y por los veneficios que recibe de una dama despechada pierde el entendimiento; pero no el sentido común cuando dijo que los maestros de escuela eran dichosos porque trataban con ángeles. Qué cantidad de aforismos malintencionados salen de tan vidrioso caletre, y qué bien recibidos, para que luego Rodaja-Vidriera-Rueda acabe tan solito en su cordura. Quizá no merezca la pena nada; ni siquiera perder el juicio. Antes de volver a casa, me he parado en el rellano de la poesía de Horacio y una dichosa medianía me devuelve a mi sitio, a esta calle en la que escribo y desde la que viajo más que si mi fin de semana hubiese comenzado con un billete de avión cuya vuelta ahora tiro a la basura.

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