«Son como cuadros», me ha dicho Javier esta mañana en su casa. Yo tenía una reunión de trabajo en Mérida y antes de volver a Cáceres quise estar con Javier Fernández de Molina. Todavía sigo impresionado por lo que he visto en su estudio. Quizá sea porque yo nunca he visitado los talleres de los artistas; vamos, que he conocido pocos. Pero el de Javier siempre ha sido un espectáculo, la representación visual de una tarea en marcha que luego puede materializarse en una exposición magistral. Me he traído a casa El pedregal de Morería, un álbum de fotografías en fuelle con cubiertas de madera que dio cuenta de su inmenso e imponente trabajo de hace ahora un par de años con sus mosaicos de piedra de diversos tamaños que hoy he podido contemplar y que estuvieron expuestos, entre octubre y diciembre de 2017, en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Mérida, en la que sigue dando clases. El álbum muestra fotos del lugar al que he vuelto esta mañana y del que me he traído, con el permiso del artista, unas cuantas instantáneas. Parecía el almacén de una fábrica de cerámicas; pero era el taller de siempre del pintor. O una tienda. Centenares de piezas: platos, muchos apilados, morteros, fuentes, jarras, cuencos, fruteros, vasijas…, cacharros de todas las formas decorados por Javier Fernández de Molina. La acumulación de piezas es la imagen de la intensidad de un trabajo descomunal de un año y unos meses que es una marca temporal inconcebible para la grandiosidad de lo que hay en esa estancia en la que también se ven piezas pintadas sin esmaltar a la espera de una última mano. Algunos cacharros provienen de algún ceramista de Salvatierra, otros han sido moldeados por el propio artista, que tiene que mandarlos a cocer fuera de casa. No hay pieza que no merezca un elogio, de verdad. Es impresionante. No quiero imaginar cuando tenga que mover todo eso para exponerlo; todo o parte. Hemos hablado de muchos amigos comunes; muchos notables. Le he puesto al día de mucho; porque él está a lo suyo ahora del barro, de la pintura y del esmalte, a otra forma sólida de darse. Hemos hablado también de Ángel, siempre; y de la próxima edición —será la sexta— del Premio de Poesía Joven «Ángel Campos Pámpano» y de que el próximo mayo en San Vicente de Alcántara se le podía entregar al ganador una de estas piezas. Al fin y al cabo, en las bases, con buen criterio, siempre pusimos «una obra original del pintor Javier Fernández de Molina». Y es que son como cuadros.
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