Ayer escuché en Documentos de RNE el programa «Vázquez Montalbán, un sentimental comprometido». Como siempre, un espléndido documento sonoro ahora de Mamen del Cerro traído por la voz de Modesta Cruz, en el que han participado familiares del escritor como su viuda Anna o su hijo Daniel Vázquez Sallés, amigos como Juan Marsé o Maruja Torres, escritores como Pere Gimferrer o José Saval, su biógrafo, y otros personajes, algunos ya fallecidos, como Josep María Castellet, José Manuel Lara, José Saramago o Eduardo Haro Tecglen. Me encantó escuchar su voz porque andaba escribiendo una entrada —ya esta— sobre una anécdota que viví con el escritor y su libro de poemas Coplas a la muerte de mi tía Daniela (Barcelona, El Bardo, 1973). Vino a Extremadura en marzo de 1997 para participar en las aulas literarias de la AEEX (Asociación de Escritores Extremeños) y en el día del bibliófilo que organizaba la UBEx (Unión de Bibliófilos Extremeños) en Trujillo. Había estado el jueves 13 de marzo en Badajoz, en el Aula Díez-Canedo, y Ángel Campos Pámpano me pidió que recogiese a Manuel Vázquez Montalbán a primera hora de la mañana del día siguiente para traerlo a Cáceres. Le apetecía volver a ver los paisajes de la dehesa extremeña, que admiraba, y llegó a preguntarme de coña si la carretera que llevábamos era particular, pues a la media hora de viaje solo nos habíamos cruzado con un coche. Tuvimos tiempo de conversar sobre varios asuntos. Le dije que había comprado un ejemplar de la edición de El Bardo de las Coplas a la muerte de mi tía Daniela, que tenía una suelta del XIX con la Carta de Garibaldi a los españoles por el triunfo de su independencia y también entre sus hojas un sello de la librería Cinc D'Oros (Diagonal, 462) en cuyo dorso se leía escrito a lápiz «Anotaciones de Ramón E. de Goicoechea». Las «anotaciones» son, supuestamente, dos marcas a bolígrafo sobre unos cuantos versos del libro, nada más. Cuando llegamos a Cáceres me dedicó el ejemplar de «esta adaptación de las Coplas de Manrique a lo pobre», que es como llamó a su libro con un título que me gustaría aprovechar algún día para un artículo sobre las variantes de aquella primera edición —por «algunas prohibiciones» que tuvo que asumir— con respecto a la siguiente y a las de Memoria y deseo, su obra reunida. Vázquez Montalbán, al leer el nombre de Goicoechea en el papelito de la librería, me preguntó: —¿Sabes quién es este? No sé —le dije. —Fue el primer marido de la Matute, el que le hizo la vida imposible. Aquella noche en Cáceres nos leyó casi entero su libro Ciudad, aún inédito, que apareció ese mismo año de 1997 en Visor. Al día siguiente, sábado, nos volvimos a encontrar en Trujillo. Otro día contaré lo que salió de allí.
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