© Oficina de Turismo de San Roque
A Russell P. Sebold, in memoriam
Fue en septiembre de 2011. Pasábamos unos días en Cádiz y se me ocurrió que, a pesar de que San Roque dista de la capital unos ciento veinte kilómetros, podíamos acercarnos hasta allí para ver la tumba de Cadalso. Andaba uno afanándose en la edición de los Ocios de mi juventud del gaditano, y qué mejor motivo para el viaje que saber que nada iba a aportar a mi trabajo el conocer el lugar en el que reposan los restos del poeta. El puro gusto. Llamé el mismo día a la Oficina de Turismo del Ayuntamiento y me dijeron que la iglesia de Santa María de la Coronada abría de seis a ocho de la tarde; pero al llegar nos encontramos cerrada la iglesia. Era lunes. Tuve que conformarme con una foto del exterior, la de la calle que lleva el nombre de Cadalso en San Roque y otra de la casa en la que nació el actor Juan Luis Galiardo, que por aquellos tiempos ofrecía su imagen a Extremadura —qué cosas— y que moriría meses después. Cuando volvimos a casa, escribí una queja a la Oficina de Turismo de San Roque, que no tardó en responderme —firmaba Esther Martínez Morales— excusándose, ya que a ellos les habían facilitado la información de que abrían de lunes a sábado a esas horas excepto los domingos, que la misa era por la mañana. La excusa no quedó ahí, sino que doña Esther Martínez volvió a escribirme para resarcirme por el disgusto con el envío de un libro (Sebastián Araujo Ruiz de Conejo, La Parroquia Santa María La Coronada, de San Roque, Fundación Municipal de Cultura Luis Ortega Brú y Patronato Municipal de Deportes y Turismo, 2004) en el que se reproduce la sepultura del poeta, «situada en el pasillo central, cerca de la puerta principal y a la altura de los atrios laterales». Pero la atención tampoco quedó ahí, porque al tiempo que me anunciaba el envío de esa obra, me adjuntaba en su mensaje cinco fotografías del interior de la iglesia y de la lápida dedicada a Cadalso, dos de las cuales reproduzco aquí. En la primera puede leerse claramente el texto en latín, que, en traducción de mi amigo Luis Merino Jerez, viene a decir: D[eo] O[ptimo] M[aximo]| AQUÍ YACE | JOSÉ CADALSO VÁZQUEZ| GADITANO | CORONEL DE CABALLERÍA | CONDECORADO CON LA ILUSTRE CRUZ | DE SANTIAGO | RESTAURADOR DE LA POESÍA EN ESPAÑA | QUE | POR UN DISPARO EN GIBRALTAR | TIÑÓ CON SU PROPIA SANGRE LOS LAURELES| DE MARTE Y DE APOLO |Y DIO SU VIDA POR LA PATRIA | EL 27 DE FEBRERO DE 1773 | A LA EDAD DE 41 AÑOS | DESCANSE EN PAZ. AMÉN. Aparte algún descuido del cincelador, el error más notorio es el del año de su muerte, que fue 1782, a los cuarenta años, pues había nacido en octubre de 1741. Sebastián Araujo Ruiz de Conejo escribe en su libro que la lápida fue colocada en junio de 1860 con un epitafio de Juan Nicasio Gallego, y es objeto de ofrenda de flores todos los 28 de febrero. Todo esto dio de sí —gracias a la gentileza de Esther Martínez Morales— nuestra visita frustrada al lugar donde reposan los restos de Cadalso y sobre la que nunca hablé por extenso a mi amigo (q.e.p.d.) Russell P. Sebold. Por eso, hoy, día 20 de agosto, que habría cumplido 86 años, he querido, según costumbre, recordarle con este relato a propósito de su buen amigo «romántico» Pepe.
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