Me está saliendo un agosto que se diría el noviembre de los difuntos. Lo digo por la imagen de la cubierta del libro de Vázquez Montalbán que está más abajo y el aire del poema de mi hermano «La casa de mi madre» que orgullosamente puse aquí mismo el otro martes, y que él acaba de publicar en su blog. Y porque en estos días he leído el último libro de poemas de Jesús García Calderón: Las visitas de Caronte (Sevilla, La isla de Siltolá, Col. Tierra, 21, 2014). Lo he leído con gusto. Y he escrito al autor para disculparme. No es lo mismo disfrutar con un poema de amor que con una elegía sobrecogedora. O, tal vez, sí. Con ese título no es difícil imaginar que es un libro sobre la experiencia real de la muerte de otros —un padre, una hermana, un amigo—, que es la única experiencia de la muerte real que podemos contar. Por eso, vitalmente será un libro sombrío, triste; pero literariamente no hay razón para que el lector no se entusiasme con unos versos, con un poema. En suma, que disfrute. Son treinta poemas unidos por Caronte, por el tema de la muerte, salvo —eso creo— el último, «Una breve postal desde la vida», que ya adelantó el propio J.G.C. en su blog el año pasado, y que es una exaltación íntima, un canto al goce del instante representado en el beso que es testimonio del paso de la vida. Hay más poemas que no están coloreados por el tono elegíaco y que no contienen referencias ni explícitas ni figuradas a personas concretas que se fueron; pero su melancolía («El tiempo sin principio») y su intención sentenciosa («Recuento») certifican su pertenencia al conjunto de este libro que es pensamiento sobre la muerte y el tránsito de la vida. A propósito de toda esta gravedad, me ha emocionado lo que pasa de puntillas por un poema tremendo como «El manto del olvido». A saber, la cita de un poeta, de Vicente Sabido: «Nos iremos / Nos iremos como si nunca / hubiésemos venido». Otra vez Caronte.
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