El jardín de Ángel L. Prieto de Paula va más allá del delicioso libro que no hace mucho —aunque ya el año pasado— publicó Huerga y Fierro Editores en su colección «Signos. Versión celeste»: Monólogos del jardín, que reúne columnas publicadas en el suplemento «Artes y Letras» —semanal primero y luego mensual— del diario alicantino Información. Más allá, porque siempre tengo ocasión desde hace tiempo de leer lo que publica Prieto de Paula. No es difícil, pues casi todo lo que escribe tiene amplia difusión; y si no la tiene, alguien —o él mismo alguna vez— me honra con el envío de lo que sale de su buen discurrir, como ha sido el caso de la edición aquí comentada de Pasto de la aurora de Carlos Salomón, que me llegó gracias a Pureza Canelo y la Fundación Gerardo Diego. Leo siempre con provecho a Ángel L. Prieto de Paula; encuentro siempre interés en todos los comentarios y apuntes que hace al hilo del asunto principal de su trabajo crítico, sea este la reseña de un libro de poemas o un artículo sobre la formación del héroe noventayochista en las novelas de Azorín. Por ejemplo, cuando se refiere en su edición del libro de Salomón al «automatismo reivindicativo» que algunos gastan al presentar «a cualquier medianía como un poeta imprescindible en su ámbito histórico» (pág. xxxiv) o cuando me permite conocer por una nota de contexto algo más sobre la «Juana García Noroña» que aparecía en aquel dicterio de Juan Ramón contra Aleixandre y otros en la revista de Lezama Orígenes en 1953 (pág. xxi y n. 19). O cuando en aquel su libro de ensayos «divagantes» Contramáscaras (Pre-Textos, 2000) diferenciaba entre el «zigzagueo impresionista» y el «imprecisionista». Afluentes cristalinos de lecturas.
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