El jueves fui con J. a ver a mi madre —a su abuela—. Lo pasamos bien todos. Mi madre también, hasta que se me echó a llorar tras decirme: «—Ahora que estamos solos, quiero preguntarte una cosa: ¿Y papá?» Me acordé de las palabras de mi hermano Josemari cuando le respondió algo parecido a que el duelo se pasa una vez y no más, y que ella ya había llorado a mi padre, que murió en 1992. Volví a casa con J. y con el recuerdo de ese encuentro. Como si realmente existiese ese canal de comunicación permanente entre hermanos de sangre y amigos de corazón que supera a cualquier red social y a toda herramienta de diálogo en línea, al día siguiente me llegó este poema de Josemari que reproduzco aquí con su permiso. Es el primer poema que me dedica y, a juzgar por lo que leo, no me importa que sea el único que me dedique:
LA CASA DE MI MADRE
A mi hermano Miguel Ángel
recorro las estancias de esta casa,
donde mi gente dejó parte de su historia:
en esta habitación murió mi abuelo
una Nochebuena de mil novecientos cincuenta y ocho;
mi tía María, prostituta en Sevilla, acabó en esa otra
con un monedero de plata entre las manos.
Aquí, en el suelo, frente a la primera estantería de nuestros libros,
mi padre halló la muerte, al erguirse de la cama, presintiéndola.
Y allí, tras una puerta, una escalera renqueante
sube al cielo de todas las azoteas,
donde se agitan las sábanas o sudarios de tantas generaciones.
Nadie ha nacido en esta casa sólo hecha de óbitos:
es una estación término, una biografía de viejos
donde mi madre musita el capítulo final
como una diosa rota desde su pedestal con ruedas.
La casa de mi madre es como la línea de la muerte de mi mano,
que un día en Madrid me leyera Paco el brujo.
Es el rastro de mi vida, mi camino de vuelta.
josemarialama
1-2 de agosto de 2014
4 comentarios:
Impresionante, tierno, estremecedor, envidiable...
Un poema contenido y en su contención lo dice todo: me parece excelente. No cae en ningún momento en sensiblería ni en cursilería. Enhorabuena a José María.
Fdo:José María Pérez Álvarez
Gracias por la publicación, Miguel, que veo tarde debido a un viaje de vacaciones. Y gracias a Elías y a José María por sus palabras. Quizá sea un lugar común, pero lo de la poesía no depende de uno sino de ella. Y ahora, después de algún tiempo, me ha vuelto a tocar. Otra cosa es que yo esté a la altura. Empinarme me empino.
Me lo estoy aprendiendo de memoria. Me ha recordado, también, a un poema de Dickinson que luego dibujó Emmanuel Guibert de una manera brutal (pero brutal, ese libro es una bestialidad) en La infancia de Alan.
Olga
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