lunes, octubre 13, 2025

Don Giovanni

El pasado viernes cumplí un sueño. Puede sonar ampuloso; y en cuanto se conozca la causa, la impresión será de condescendencia por la falta de lustre del que tanto ha tardado en conocer lo sublime. Asistí por fin a una representación en vivo del Don Giovanni de Mozart. Fue en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, y en la buena compañía de mis allegados amigos Miguel y Rocío, que tienen la dicha de vivir a treinta pasos del sitio y usan su casa como aseo y ambigú del teatro en los entreactos. De veinte minutos fue el del viernes, para separar el acto I (80 minutos) del II (75 minutos), y nos dio tiempo a ir y volver evitando colas. Pocos reparos puedo poner a lo visto y lo oído, aunque ya no me encuentre en ese estado de arrebatamiento de saberme allí, en un teatro con el aforo de mil ochocientas butacas completo, asistiendo a la ópera de las óperas, que dijo Wagner. Poco sé de matices y de coloraturas, y todas las voces me parecieron sobresalientes, y no puedo compararlas más que con grabaciones recomendables. Además, tuve la suerte de repetir la experiencia —la primera fue con Carmen de Bizet en junio pasado, también allí— de oír a un segundo reparto cuyas críticas han sido mejores que las del primer plantel. Y así fue el viernes, con Jan Antem como don Juan, Daniel Noyola (Leporello), y las voces femeninas de Brindís Guðjónsdóttir (doña Anna), Karen Gardeazábal (doña Elvira) y Montserrat Seró (Zerlina), además de Pablo Martínez como don Ottavio, Luis López como el Comendador y Yoshihiko Miyashita como Masetto. Todo bajo la segunda dirección del jovencísimo Mariano García Valladares. Fastuoso. O, como escribió Antonio Moreno —«lo que puede cambiar una misma función de ópera según quien esté al frente de todo en el foso» —el sábado en el Diario de Sevilla: «Nervio y drama». En embocaduras así, me impresiona toda escenografía y la solución de una plataforma giratoria que permitía los cambios de las grandes paredes divisorias me pareció un acierto, salvo en algunos momentos en los que se perdió vista —desde nuestra terraza lateral— y se amortiguaron las voces. Una cabeza de toro que abrió la primera coreografía se repitió en varios momentos de la obra asociada a la fuerza y poder sexual de don Juan, y sirvió para matizar el cierre («Questo è il fin di chi fa mal!»). Mientras ignoré que la producción es alemana —de la Ópera de Colonia—, me sirvió para justificar el recurso como un guiño a la Sevilla de la plaza de toros colindante, ay. Dos circunstancias más me apetece anotar, una previa y otra posterior a la experiencia: la lectura de un sugestivo artículo de Ángela Pérez Castañera sobre literatura y música en la formación del mito de don Juan (Matèria, 21, 2023), que me gustó conocer antes de la escucha, quizá por confirmar que, como dijo Mozart, en una ópera «es absolutamente necesario que la poesía sea la hija obediente de la música». Lo segundo, finalmente, es que he escrito estas líneas con Don Giovanni, ossia  Il dissoluto punito resonando en una grabación bajo la dirección de Claudio Abbado que me aviva el recuerdo.
© Guillermo Mendo. Diario de Sevilla

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