Muy extraña imagen de un clásico. La Sala Dorada del Musikverein de Viena vacía, sin el público que todos los años la abarrota para escuchar el Concierto de Año Nuevo. Esta mañana, bajo la batuta del gran Riccardo Muti, que ya estuvo hace tres años. Antes, paseo tempranero con un andar rápido que no llega nunca a trote cochinero. Había quedado con J.R.M. para dar una vuelta por Cáceres esta familiar mañana de Año Nuevo —mucha gente en la calle— y se presentó en la puerta de casa con un regalo: la nueva edición de los Poemas encadenados de Pedro Casariego Córdoba (1955-1993) —que gustaba firmar como Pe Cas Cor— en la que él ha escrito el segundo prólogo, después del de Ángel González, que apareció en la edición que la misma editorial que ha conmemorado el sexagésimo quinto aniversario del nacimiento del poeta, Seix Barral, había publicado en 2003, cuando se cumplieron los diez años desde el suicidio del autor. Largo paseo con J. y agradable conversación sobre mucha y buena literatura. He dedicado buena parte de mi primera tarde del año a leer las aportaciones de esta nueva edición. Por supuesto, el prólogo de Javier Rodríguez Marcos, efectivo en su presentación de la figura sobre cinco pies: Un mundo. Un raro. Casariego desencadenado. Un hombre enamorado. Un poeta suicida. He seguido su recomendación (pág. 16) de empezar por el final, y he ido a los «Poemas sueltos», entre los que se incorporan algunos no publicados anteriormente, aunque creo que El País adelantó hace unos meses algunos. También he leído los breves delantales a los diferentes libros que han escrito para esta edición otros autores: Marcos Giralt Torrente para La canción de Van Horne (1977), Enrique Vila-Matas para El hidroavión de K. (1978), Ray Loriga para La risa de Dios (1978), Marta Sanz para Maquillaje (Letanía de pómulos y pánicos) (1979), Belén Bermejo para La voz de Mallick (1981), Berta Vias Mahou para DRA (1986) y Antonio Gamoneda para los Poemas sueltos. Y, por supuesto, los iluminadores apuntes introductorios a cada libro escritos por Antón Casariego, en uno de los cuales —«Nadezhda Zelova», que precede al libro La risa de Dios— subraya lo que a mí me parece que es la llamada razón «argumental» del encadenamiento de estos poemas, y que no es más que el elenco de personajes fijados en los textos por el autor con tanta voluntad como para numerarlos junto a las iniciales de cada una de esas identidades. Lo dice Antón Casariego: «Pedro Casariego numeró los poemas encadenados poniendo delante del número la inicial del protagonista de cada libro: así, V.H.1., V.H.2., V.H.3… corresponden a La canción de Van Horne. En El hidroavión de K. lo hace con la C. de Contreras; en Maquillaje, con la S. de Schneider; en La voz de Mallick, con la M. del propio Mallick; en Dra, con la P. de Paivarinta; y en La risa de Dios, con la N. de Nadezhda. Con estos números, que son como marcas, «encadenaba» los poemas, uniendo unos a otros de manera indisoluble» (pág. 231). Eso. Y una manera, como otra cualquiera, de empezar un año que, cuando esté mediado, ojalá podamos celebrar.
viernes, enero 01, 2021
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