jueves, diciembre 26, 2019

Instrucciones de uso


© Julia Lama Guerrero
Qué tiempos. Precisamente hoy que mis hijos me han dado plantón para comer en casa y que he leído la columna de Luz Sánchez-Mellado («Hijas de mi vida»), me he encontrado con una nota que dejé a mi hija en el verano de 2016 con las instrucciones de uso de una casa que ha ido evolucionando con la misma vocación de mejoras y de reformas que la vida de su dueño. Ella se extrañó por tantas disposiciones con tantos detalles que la hacían pasar por torpe y a mi casa por el puesto de mandos de un submarino. Hace más de tres años la caldera era otra y el lavabo otro; y había una terracilla en la cocina que ya no existe, como no existen, claro, aquellos cepillos de dientes, ni hay una cama debajo de otra cama. La puerta de abajo está arreglada y aquel equipo de música ya murió. Es curioso; pero muy pocas de estas instrucciones serían hoy válidas. Tiempos. Instrucciones de uso: el fontanero tiene que venir en agosto a desmontar el inodoro, que pierde agua cada vez que se usa la cisterna. Mientras tanto, hay que cuidarse de vaciar el recipiente que he puesto para recoger el goteo —escaso, nada alarmante. Cada tres o cuatro cisternazos hay que vaciar y colocarlo bien para que el agua no caiga fuera. En previsión, hay un trapo. No basta con pulsar la manilla de la cisterna hacia abajo. Para el vaciado completo —y eficaz— hay que mantener la manilla pulsada unos segundos hasta su tope. Cepillos de dientes: magenta, el de X; azul, el mío; naranja de Cs, el de Y. Hay un cepillo azul sin estrenar en la vitrina de la ducha para ti. Ponle algo para distinguirlo del mío. Ojo con los grifos del fregadero de la cocina. Tienen holgura —en términos fontaneriles— y conviene apretar —sin pasarse— para asegurarse de que no gotean. («No se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo» —Proverbio inglés—). Aire acondicionado. Dejo el mando en la mesa alta del salón. No hay que tocar más que el botón de start/stop. Suena un pitidito para el encendido con un pilotito rojo. Aunque parezca que no ha encendido, arranca y empieza a sonar un poco después. Discreto que es el aparato. Si tengo el del salón puesto y quiero pasarme al estudio, siempre enciendo el del estudio primero y luego apago el del salón. De esa manera la máquina no tiene que arrancar de nuevo. Son dos splits conectados a la misma máquina que está en el tejado. Por eso. Televisión. El mando de imagenio es identificable. Enciende el router de imagenio. El mando negro es el del televisor. El televisor se enciende y se apaga en el primer botón desde arriba en la trasera de la pantalla. Lo digo porque no me gusta dejar los aparatos en stand by. Los apago. Por cierto, qué antipática la forma stand-by, si no la convierto en la mítica canción de los sesenta, «Stand By Me», que luego cantaron John Lennon y tantos otros. Música. Se ha estropeado el cargador de discos. Solo se pueden escuchar los que están cargados, y no todos. Tarea para agosto: llevarlo a arreglar. («Sin música la vida sería un error» —Friedrich Nietzsche—). Sábanas. Están cambiadas las sábanas de tu cama y las de la de X. La de debajo de tu cama no está vestida; pero hay sábanas limpias en el segundo cajón de tu armario. Las sábanas de mi cama también están limpias. Macetas. Mis geranios. Me los dio W hace unos diez años y siguen vivos. Cada primavera-verano resucitan. Les basta con un poco de agua todos los días. Por la noche: dos regaderas (la que está en la terracilla de la cocina) bien distribuidas entre todos los tiestos, los pobrecitos. Víveres. Hay para mantenerse unas horas con imaginación; pero aviso de que hay dos pizzas en el segundo cajón del congelador. Puertas. El portón de abajo está vencido y no cierra. No importa. Entramos y salimos sin necesidad de cerrar. Basta con encajar la puerta. Sí me gusta que quede cerrada —sin llave, no hace falta— la celosía de arriba. Los ladrones, cuando se asoman desde abajo y ven cerrada la puerta labrada de arriba, desisten. Te lo prometo. En cuanto a la puerta de casa, ya sabes que si no se cierra completo el cerrojo, alguien que quiera acceder con llave desde fuera no podrá abrir. Lavadora. Hay que girar la rueda a «Normal» o «Color», según se quiera; y yo suelo lavar siempre con agua fría. Así que la rueda de temperatura no la toco. Siempre «Normal» y a 0º. Se pulsa el botón rojo y punto. Cajetín, desde la izquierda, el primero para el detergente y el siguiente para el suavizante. Así, mezclando la ropa de color con la blanca, y con el agua fría, no me va mal del todo. Caldera. Es importante. No tiene por qué dar problemas; pero es crucial que la aguja que marca la presión del agua esté en 1 o por encima de 1. No pasa nada si la aguja, como ahora, toca un poco la zona roja; pero si baja hay que cargar de agua la caldera girando el botón gris con estrías que hay casi justo debajo, al lado de un tubito. Cuesta girarlo —hay que aflojarlo hasta que la aguja suba, es decir, que cargue el agua. Hace un ruido telúrico. Parecido al de Voldemort en Harry Potter. 


2 comentarios:

Francisco López Blanco dijo...

Yo te recomendaría que el agua de la lavadora la pusieses, al menos, a 40 grados, con independencia del tipo de ropa y de lo que diga la etiqueta. Por lo demás, entiendo lo que dices. Instrucciones para la vida, para una vida.

Miguel A. Lama dijo...

Gracias, Paco. Te haré caso.