Ni soñando me daría tiempo a dar salida a todos los apuntes que han ido acumulándose con posibilidades de ser publicados aquí. Mentiría si dijese que son recientes, pues algunos tienen años, y es desmesurado lo que ocupan, más de ciento cincuenta páginas inéditas que van conformando el documento base del que surgen mis textos en este blog desde junio de 2005. Algunos perdieron actualidad y lo más probable es que se pierdan definitivamente; otros son meros esbozos de una idea ya remota cuya reconstrucción me llevaría un tiempo del que no dispongo. Ahí hay desde un apunte sobre un encuentro con el traductor Mario Merlino (1948-2009) en el verano de 2006 que no llegué a publicar, hasta reseñas nonatas de libros de mucho interés que leí en su momento. La imposibilidad de leer con la dedicación debida, el miedo a escribir tonterías y la inseguridad para expresarme con cierta soltura, que se traduce en el triple de tiempo que necesita cualquiera que escriba, son algunas de las causas principales de todo lo que hay en el cajón sin salir a la luz. Hay también el comienzo de un texto que me sugirió escribir un amigo sobre el extraño comportamiento de los clientes de un bar de Cáceres cuando buscan hueco para tomar algo. Esa pieza costumbrista no la descarto. Hay el nombre de un lugar de Finlandia: Rovaniemi. Hay un apunte que comenzaba con una cita de Juan Carlos Mestre («Todas las cosas tienen un nombre durante la noche y otra palabra distinta que las designa al amanecer»), que leí en la antología de relatos de Antonio Pereira Sesenta y cuatro caballos, que la editorial publicó en 2011 para celebrar sus veinte años, en una colección así titulada, Calambur 20 años, que era el motivo de mi comentario. Hay también bastantes apuntaciones pendientes de este 2019, aunque no ha sido un mal año para Pura Tura, activo desde el primer día de enero hasta hoy. En lo publicado —que ocupa en un documento más de cien páginas—, a ciertas entradas fijas, como la felicitación a Juan Marsé o mis recuerdos a mi madre, a Ángel Campos Pámpano, se han sumado lecturas y reseñas necesarias, jubilosas tarjetas de recibimiento de escritores y profesores que vinieron a Cáceres —Eleonora Filkenstein, Valentina Varas, Alonso Guerrero, Rafael Courtoisie, Pedro Álvarez de Miranda, Jesús Pérez Magallón…—, presentaciones de libros —de Álvaro Valverde y Basilio Sánchez, de Ada Salas, de Javier Alcaíns…—, lacerantes esquelas por la muerte de amigos y de personas conocidas o notables —Pérez Rubalcaba, Ana María Martín Gaite, Monroe Z. Hafter, Alexandre Lacaze, Julián Rodríguez…— o la alegría por el estreno de dos películas muy familiares. Es la primera vez que hago un recuento así; pero quizá no esté de más retomar lo mucho que ha dado de sí haber seguido un año más escribiendo sobre una porción pequeña de lo que me pasa. Una coda: el último libro que ha entrado en casa este 2019, hoy mismo, ilustra esta entrada. Precisamente, ayer se cumplieron doscientos años del nacimiento de su autor: Theodor Fontane, Antes de la tormenta. Traducción y estudio introductorio de Helena Cortés Gabaudas. Valencia, Pre-Textos, 2017. Y Feliz Noche Vieja.
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