Anoche estaba en Madrid en un sitio idóneo para preguntarme si la palabra hospitalidad está bien recogida en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia. Su primera acepción es «Virtud que se ejercita con peregrinos, menesterosos y desvalidos, recogiéndolos y prestándoles la debida asistencia en sus necesidades». La segunda es la «Buena acogida y recibimiento que se hace a los extranjeros o visitantes». La tercera, por ahora, es «Estancia de los enfermos en el hospital». Esta última no viene al caso, pues es obvia desde un punto de vista léxico y además no tiene gracia. Ya que estaba allí —en esa «Real Casa», me refiero—, se me ocurrió que alguien que pueda proponga revisar lo que desde el siglo XVIII viene siendo definición principal de la palabra y que se modernice en lo de la virtud —esto sí hay que mantenerlo— que algunos tienen de acoger a quien viene de fuera y logra que se sienta como en casa. Ya en 1803 estaban casi como ahora siguen las dos primeras acepciones, y en 1822 se recogió la tercera como la «estancia o mansión de los enfermos en el hospital». Y hemos quedado en que esta ni viene al caso ni tiene gracia. Ayer y hoy, en realidad, hospitalidad solo viene en mi diccionario en los públicos términos modernos de refugiados y desasistidos —y lamentablemente sigue siendo una acepción con vigencia—, y en los términos personales de quien se ve tan bien tratado por amigos tan hospitalarios que ellos mismos son los que dan sentido a la definición de la palabra moderna: recibir con agrado. Agrado y agradecimiento los míos, que no me siento nunca allí ni peregrino, ni menesteroso, ni desvalido.
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