Me acuerdo de mi padre (Zaragoza, 1915-Zafra, 1992) cuando,
después de haber tenido una conversación con alguien, apago el teléfono —ya no
lo cuelgo. Y recuerdo aquella casa en
Zafra de la calle Cánovas del Castillo (hoy Gobernador), esquina con Cristóbal
de Mesa (hoy Cerrajeros) las mañanas de verano con los balcones abiertos y abiertas
las ventanas de la planta baja, donde estaba la oficina de CAMPSA, la Compañía
Arrendataria del Monopolio de Petróleos Sociedad Anónima, que fue uno de los primeros
nombres extravagantes para otros y familiares para mí que yo aprendí de
memoria, o decía de carrerilla, como decíamos entonces. Se escuchaba todo lo
que venía de abajo aquellas mañanas de verano: el tecleo de las máquinas de
escribir, el zumbido tenue y constante de los ventiladores, las conversaciones
de quienes allí trabajaban, la melodía
misteriosa —así la denominaba mi padre— que silbaba siempre un vecino cercano,
los pocos coches que pasaban, y, sobre todo, esa manera estentórea de mi padre
de decirnos que estaba trabajando, que hablaba por teléfono —aquel sí se colgaba— con algún proveedor, con la subsidiaria, como yo siempre creí que se
llamaba la parte más industrial del adminículo zafreño del monopolio, y que
daba esas voces que a mí, ahora, cuando hablo por teléfono, después de tantos
años, me vienen como una reconvención de que yo también hablo a voces por el
aparatino. Antiguamente, podría comprenderse, cuando era «conferencia», y había
que hablar alto para que llegase tan
lejos... No es lo mismo ya, claro; y esta tarde, que he conversado con una
colega de Barcelona, que sabe mucho de literatura y que es una gran señora, me
ha dado la sensación de que yo daba las mismas voces que mi padre cuando
hablaba a lo suyo. La gran señora se llama Rosa Navarro Durán y me ha gustado
mucho hablar —alto— con ella. Me ha contado que el próximo mes de enero vendrá
a Extremadura para inaugurar la exposición, que sigue itinerando desde 2016, Dieciséis personajes que maravillan... y
Miguel de Cervantes, de Acción Cultural Española, que recalará en la
Biblioteca Pública «Bartolomé José Gallardo» de Badajoz, donde hemos quedado
para que mis alumnos la visiten y que mis antiguos alumnos que sean profesores
lleven a sus alumnos. Y así todo. Y así ha sido que me he acordado de mi padre.
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