lunes, julio 06, 2015

El rastro del caracol


Si no estoy equivocado, esta es la primera novela de la periodista Mª Cruz Vázquez (Madrid, 1968), que fue directora territorial de RNE en Extremadura y de su emisora de Cáceres. Y parece que ha empezado con buen pie, pues la versión impresa de El rastro del caracol (Agebooks, Colección LIT, 2014) llega después de que la edición en formato digital haya ocupado puestos destacados de ventas en Amazon entre las obras de ficción. Es una primera repercusión, con presentaciones en Cáceres, Plasencia, Mérida, Madrid..., propia del aval y la acogida de la novela por parte de la agencia de la milanesa Silvia Meucci (Meucci Agency), la que fuera editora en Feltrinelli y en España en Siruela; pero también explicable por el afán de la autora por encontrar el destino natural de su texto en los ojos de los lectores. La autora quiere que la lean; pero como periodista quiere preguntar qué les ha parecido. Puedo certificar esta actitud con mi encuentro con Mª Cruz Vázquez en Letras un jueves de enero, cuando me trajo un ejemplar de su novela, que me quería dar en mano, con el anuncio de su primera presentación por aquellos días a cargo de Elisa Blázquez en la cacereña librería Todolibros. Creo que la más temprana clave sobre el título de la novela, ya en las primeras páginas, está puesta en boca de un personaje que ve la realidad desde abajo, arrastrándose, como el caracol. Es La Muda, la primera «voz» de las cuatro que articulan todo este relato cuadrafónico en veinte secuencias, que es el resultado de cinco secciones de cuatro voces cada una: la de La Muda, que es un repudio, un despojo; la del médico repugnante don Anselmo Cércio, una voz, sobre todo «pegajosa»; la del joven superviviente Lucas, un hijo de la represión y la violencia; y la de una reclusa en un manicomio, Berta, «la de la eterna tristeza». Todas pertenecen a un mismo mundo imaginario —se evitan referencias precisas a un tiempo y a un espacio identificables— y sórdido; sus vidas se entrecruzan y comparten todas algún atributo de ese motivo recurrente del caracol. Esto es prueba del interés constructivo de esta novela nada amable por la naturaleza de una historia en la que también uno de los personajes es la culpa. Tiene salpicaduras de odio y rebabas de iniquidad, y el escenario —los escenarios— es unas veces siniestro, casi siempre rural, y otras veces es oscuro y es áspero. Mª Cruz Vázquez ha levantado este coro, con una prosa trabajada y con aislados desmayos, como una manera de ahondar en la conciencia de unos seres que parecen proceder del manantial de una memoria vivida y de una memoria libresca o ajena, y de las que, como decía arriba, se han intentado borrar los referentes. No sé hasta qué punto el relato habría ganado con la escritura en tercera persona, que habría hecho más naturales los cruces entre los personajes y más creíble la unidad de estilo de esta especie de complot de hombres y mujeres, de este fruto de un trastorno de personalidad múltiple, la del personaje de Berta. Así que en tercera persona el relato principal y solo en primera el de Berta. Por ejemplo. El rastro del caracol se lee con gusto; pero no ayuda a ello la presentación formal de un libro impreso en Carolina del Sur (USA), una novela de trescientas cuatro páginas que termina en la diecisiete; porque a alguien se le ha ocurrido cerrarla con las primeras páginas de otro título de la colección. Y no ayudan tampoco las erratas, sobre todo en la tilde que falta y las que sobran con insistencia molesta en la misma palabra: «pié». A pesar de esto, Mª Cruz Vázquez ha empezado con buen pie.

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