No sé por qué pasa; pero hay
veces que con los más allegados somos los más tardíos en gratitud, casi sin
darnos cuenta. Agradecidos como lectores, quiero decir ahora. No es desapego,
será otro comportamiento; pero igualmente molesto para quien no lo merece. Y no
es disculpa. Así somos o así nos hacen las circunstancias. Uno de los libros
más queridos publicados el año pasado ha sido Más allá, Tánger (Barcelona, Tusquets Editores, 2014), de Álvaro Valverde; y no he publicado
aquí, salvo ecos y anuncios, ni una línea sobre él, a pesar de haber
participado en su presentación en Cáceres. Más
allá, Tánger es un libro espléndido sobre el que se ha escrito mucho y que
ha sido extraordinariamente bien recibido en muchos medios, incluso en los no
especializados. Lo merece. Es, por encima de todo, un libro que a mí me suscita
una pregunta: «¿Para quién se escribe?». Estamos acostumbrados a leer
respuestas ingeniosas a la pregunta de «¿Por qué se escribe?»; sin embargo, Más allá, Tánger es un libro de poemas
en donde se manifiesta claramente para quién lo ha escrito el poeta. Comparte
esto con el género elegíaco, en el que hay un receptor inmediato que puede
incorporarse como protagonista del mismo relato. El poemario de Álvaro Valverde
está escrito para una persona muy concreta que está implicada en el mismo. Quizá
por eso se diga que es narrativo. No; es un libro con una alta intensidad
poética que remite a una circunstancia propia de la narración. Un viaje, un
origen, un padre fotógrafo y sus novelescas circunstancias biográficas... Pero,
sobre todo, es un gesto de amor, un libro con una clara pulsión amorosa. La que
también se da en el hecho vital del viaje compartido —como la vida—, el viaje
de regreso de ella, la amada, a su ciudad de origen, y el primer viaje de él a
esa misma ciudad de Tánger. El viaje también es aquí una metáfora de la
escritura que se comparte, que se propone como gesto cómplice a un primer destinatario;
una escritura que reúne en sí misma la experiencia personal alimentada por lo
propio y por lo ajeno asumido como propio. De ahí que congregue varias voces,
la masculina, la femenina y la neutra,
la de una voz testigo que sugiere una ambigüedad o ambivalencia porque puede
ser considerada la de una conciencia que se dirige a ella o la de esa misma
conciencia en autodiálogo. Esto es tan relevante que es el arranque de Más allá, Tánger, su punto de partida:
«Ves la ciudad volver» es el primer verso del libro. La contemplación, la
mirada, la ciudad y la vuelta, el regreso. Como si todo estuviese compendiado
en este verso que es todo un hallazgo como principio de la obra. Hay incluso un
juego conceptual y formal que refuerza aún más esta noción de ver, de volver y
de volver a ver. Esta conciencia creativa hace del libro uno de los más
eminentes de la trayectoria poética de Álvaro Valverde, una conciencia que
puede constatarse también en otros detalles en los que condicen fondo y forma,
como la combinación de las voces del texto o la situación de determinados
poemas, como el que hace visible por
primera vez el sujeto femenino («te alejas asustada», poema 19, pág. 48),
precisamente en unos versos escritos desde
«él», o el poema 47, un texto argumental,
fundamental y espléndido, el más extenso de todo el conjunto, que ilumina, a
poco ya del final, claves esenciales de este viaje poético, claves pertinentes
solo a poco del final. Bien sabe el autor cuándo traer según qué contenido, qué
imagen o qué artificio —las anáforas del «vaso de té» o la canción 23— o cómo mantener la intensidad de una obra que tiene
logros también en la capacidad de hacer de lo íntimo y de la memoria personal
un motivo valedero poéticamente para cualquier lector. También difícil es, a
estas alturas, entregar un nuevo libro como este Más allá, Tánger: nuevo y original sin perder el aire de familia, y
como un paso más en este proceso ya experimentado —treinta años de poesía— de
indagación sobre nociones como el lugar o la memoria. De qué manera tan genial
sigues siendo, Tánger, literaria.
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