© Fundación Germán Sánchez Ruipérez
Aparte la razón profesional que me concierne, releer es todavía —y sin duda ilusamente— algo que me gustaría hacer el día de mañana. Con el peso de la edad, dedicar el tiempo a aquello que, en términos literarios, verdaderamente ha demostrado su pervivencia. Se me podrá impugnar esta idea con la incontestable certeza de lo mucho bueno que aún me quedará por leer cuando llegue ese momento, si llega. Es verdad. Pero la relectura constata, por un lado, el valor del texto y, por otro, la índole de su lector. Es indudable lo que escribió Juan Goytisolo hace años («Lectura y relectura», El País, 19-3-1993): que la exigencia o no de la relectura de un libro es criterio principal para su consideración como texto literario y no como producto editorial. Como autor, ha creído siempre que la relectura es «una pequeña pero conmovedora recompensa» y su anhelo no ha sido nunca buscar lectores, sino relectores. En lo que se refiere a la índole de estos, la relectura los pone delante de su propia competencia y les permite comprobar cómo las páginas leídas en la adolescencia dicen de otro modo al volver sobre ellas muchos años después. Con tan sugerente asunto nos ha regalado hoy Antonio Sáenz de Miera una de sus entradas veraniegas en su blog Allende Guadarrama. Es, además, un regalo triple (cuádruple); pues nos remite a tres deliciosas conversaciones breves —saben a poco— que el propio A.S.M. ha mantenido en el programa Relectores de Canal Lector de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez con tres de sus muchos amigos lectores: el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón, la catedrática de filosofía moral Victoria Camps y el diplomático Inocencio Arias. Resulta gustosamente sorprendente enterarse de que Sáenz de Miera hace por primera vez algo; en este caso, «oficiar» de entrevistador. Y lo hace muy bien.
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