Me cuesta mucho escribir. Las ideas no llegan con brillo al papel desde el bolígrafo o a la pantalla desde el teclado, y cuando llegan —algunas ideas tengo todavía—, el escollo insalvable es la gramática en general, un espacio que fue de acogida siempre, y ahora, cada vez más, un terreno cenagoso e inseguro. Ideas no me faltan. Sin ir más lejos, acabo de tener la de hidratarme bien, cubrirme la cabeza en la calle y evitar las horas de más calor. Tal y como abren los informativos en estos días, creo que a nadie se le había ocurrido antes. Es broma, y para muestra esta nota de otro julio de hace ocho años. Desesperado por mi dificultad para escribir, me refugio en la lectura, que siempre me salva. Es lo mejor que me pasó hace mucho, que alguien me enseñase a leer; y que yo aprendiese —aunque aún me cuesta comprender bien todo. También tengo otro modo de combatir esta anemia que me invalida; y es escribir lo ya escrito. Producir unas páginas que coincidan —palabra por palabra y línea por línea— con, por ejemplo, el cuento de Borges «Funes el memorioso»: «Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera». O escribir ese par de versos del soneto gongorino «y mientras triunfa con desdén lozano / del luciente cristal tu gentil cuello». Es un goce extraordinario crear algo así. Recomiendo vivamente una experiencia como esta. Pero me desespera esta otra incapacidad de expresarme, este otro mal que padezco que provoca que no fluyan desde mi mano al papel o desde mis manos a las teclas las palabras siempre fascinantes, que iluminan. Mi médico me ha prescrito que escriba lo que me pasa, y me ha dicho que me invento las cosas y que si llego a las quinientas palabras estaré curado. Tendrá razón; pero yo ni siquiera he llegado a eso. (—«Ja, ja —le digo—; qué fácil es poner aquí un paréntesis como recurso que sume más caracteres». Y me responde: «—Pon —dice— que estás leyendo la biografía de Silvina Ocampo que te regalé, la de Mariana Enríquez, La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo. Barcelona, Anagrama, 2018. Y no te preocupes»). Sí, ya tengo cuatrocientas cuarenta palabras; pero a ver quién es el guapo que redacta ahora las mil que me han pedido para una reseña inaplazable.
lunes, julio 11, 2022
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2 comentarios:
No sé si es la edad, pero a mí el calor cada vez me afecta más y me deja embotado. Qué se le va a hacer, que las olas de calor nos sean leves...
Abrazo grande, Pedro.
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