Anoté en su día que en uno de los capítulos de las Memorias de María dels Àngels que se transcriben en Lectura fácil (Barcelona, Anagrama, 2018), la novela de Cristina Morales, se alude a los emoticones [sic], «los dibujitos del WhatsApp […] caritas sonrientes, deditos de OK, palmitas, caritas de sorpresa, besitos, gorritos de fiesta, etcétera» (pág. 226). Era un ejemplo de esos que me gusta recoger de la presencia de rasgos de modernidad o de actualidad o realia contemporáneos en algunos textos narrativos de ahora. Como en la novela de Vicente Luis Mora Fred Cabeza de Vaca (Ciudad de México-Madrid, Sexto Piso, 2017), en la que, en una de sus secciones, se reproducen los mensajes de teléfono que se envían dos personajes principales, algunos de los cuales se cierran con una carita sonriente 😊 o con dos corazones 💙💙. Debe de haber una enormidad de casos, sobre todo en las obras de autoras y de autores jóvenes; pero solo cito dos que anoté en el momento de su lectura, y no voy a dedicarme ahora a buscar más ejemplos; pues estoy seguro de que habrá muchos destacables, y algún inventario hecho. Lo que me ha llamado la atención de otras lecturas recientes es la coincidencia de este recurso en tres autores vinculados por circunstancias que nada tienen que ver con lo que quiero decir; pero que son ciertas. Pues los tres son de origen extremeño, los tres publican en el mismo sello editorial y los tres tienen más de sesenta años —uno de ellos cumplidos hace unas semanas. Y, además, los tres han escrito novelas que he leído con sobrado disfrute. En Una historia ridícula (Tusquets Editores, 2022), de Luis Landero, que nunca escribe en vano y que siempre demuestra, escriba lo que escriba, su necesidad, su pulsión y sus afanes, su autor cierra el corte 14 del relato o «exposición» de Marcial, su personaje, con una contestación de este, un hombre serio, a los comediantes o graciosillos, «en su propio y ridículo lenguaje: 😂😂 😝😝» (pág. 79). Un recurso de actualidad que me gustaría ver en el manuscrito. En la más reciente novela de Eugenio Fuentes, Perros mirando al cielo (Tusquets Editores, 2022), el personaje de Remo envía como colofón de un mensaje a su amada la siguiente rúbrica después de un «Te quiero»: 💙💙💙💙💙💙 (pág. 20). Otro recurso en una novela de las más ambiciosas que he leído de su autor entre las que se anuncian en la editorial como serie del detective Cupido. La guinda, por último, la pone Javier Cercas en la tercera de las novelas de la serie de Terra Alta, El castillo de Barbazul (Tusquets Editores, 2022), en la que vuelve a dar cuenta —nunca lo dejó del todo— de lo que sus personajes comen —crema de verduras y lenguado con salsa de almendras, por poner un ejemplo (pág. 32), o la «ensalada de tomate y anchoas y unos espaguetis» (pág. 294) por poner otro ejemplo. Pero el caso viene aquí cuando tiene que aludir a los mensajes que Melchor Marín envía a Rosa, a Blai, al que Melchor recibe de Carrasco o al que manda Melchor a su hija Cosette… Los espigo en su orden: «un emoticono que muestra una cara amarilla y redonda como una luna llena, con dos corazones colorados en lugar de ojos» (pág. 78); «al que responde con un emoticono que muestra un puño amarillo con el pulgar levantado» (págs. 207-208); «es un emoticono que muestra una mano amarilla con dos dedos levantados en signo de victoria» (pág. 247); «un emoticono que mostraba un puño amarillo con el pulgar levantado» (pág. 283). Lo que en los otros dos escritores paisanos no va más allá de una ocurrente solución sin más trascendencia, en Cercas es algo que tiene más que ver con unas convicciones muy asumidas sobre la representación literaria de lo real, en un rasgo más de su razón narrativa, cada día más contundente. Solo quería decir esto sobre tres novelas de hoy.
jueves, julio 07, 2022
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