sábado, julio 16, 2022

Las cerezas de Tomás Sánchez Santiago

Tengo tantos apuntes sobre este libro, tantas sugerencias y notas, que me resulta extraño ponerme a escribir ahora sobre él, después de varios meses desde que me lo enviara su autor desde León en noviembre de 2021, con una dedicatoria en la que escribe que es un «canasto de cerezas de todas las clases: dulces, ácidas, de digestión difícil, etc…». Suculentas y hermosas me parecieron todas, como las mejores que por aquí probamos del Jerte, desde donde me las quitó de la boca Álvaro Valverde en su reseña tan precisa de El Cuaderno en febrero de este año, que enlazó en su blog. Las he seguido saboreando durante todo este tiempo como bocados gustosos de unas piezas perfectas, picándolas del canasto para un disfrute que ahora pongo por escrito. Reúne Cerezas en el escondite. Textos periodísticos 2011-2020 (León, Editores descabezados menoslobos & Eolas, 2021), los artículos que el poeta Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) fue publicando en el suplemento cultural de El Norte de Castilla, «La sombra del ciprés», desde febrero de 2011 hasta mayo de 2020, en diez años en los que la frecuencia de publicación —pues no había «orden constrictivo en los envíos» que le pidió Angélica Tanarro, jefa de la sección de cultura del períodico—, fue decreciente: desde las diez y once colaboraciones en los dos primeros años, las ocho en 2016, hasta las cuatro y tres en los dos últimos, coincidiendo ya con los meses de confinamiento por la pandemia, situación sugerida en textos tan especiales como «Objetos al acecho» o «Lo que habrían dicho ellos» (págs. 258-265). Estas recopilaciones de frutos de estación o de publicación efímera confieren a la experiencia actual de su lectura en formato de libro imperecedero —o casi— un valor muy particular, pues parecen fijarlos en el tiempo, convirtiendo lo caduco en perenne. Por eso ahora pienso en los lectores de El Norte de Castilla que leyeron con gusto estas prosas brillantes de Tomás y que ahora se deleitan con el canasto. Tomás Sánchez Santiago está dotado de un portentoso y preciso manejo del idioma y la lectura de cualquiera de estos textos es un embeleso, sobre todo, para los que somos conscientes de lo alto que ponen el nivel los buenos escritores a aquellos que nadamos todos los días sin descanso y sin saber, solo lo suficiente para cruzar de una a otra orilla, y no ahogarnos. Luego están los asuntos que salen del «manadero» de palabras de Tomás y que desaguan literariamente en la actualidad de una reseña de un libro, en las graduaciones escolares o universitarias como espectáculos para tontainas, en el elogio de las pequeñas tiendas de barrio —«tiendas de color canela como aquellas de los relatos de Bruno Schulz, pequeños colmados que yo suelo visitar solo por el gusto de estar cerca de quienes los regentan, héroes o heroínas que hacen casi toda la vida en esos locales investidos de una mezcla de olores indefinidos a pimentón, a plátano pasado, a mantas de bacalao expuestas como ropas tendidas y llenas de paciencia, a membrillo y a galletas húmedas que debían de dejar ese mismo olor en el rumor de las bodegas de los barcos de Stevenson o Conrad» (pág. 93)—, en el relato de un viaje en autobús, en una mediestación —sobre el estío, sobre septiembre…—, en la vivencia de la ancianidad de los nuestros en «Ella tiene miedo« (pág. 129), en el recuerdo de un amigo, o de muchos amigos, como en esa despedida que es el último texto ya citado, «Lo que habrían dicho ellos», en donde salen, por la mención a Chirbes, los ausentes cercanos a lo que importa: Aníbal Núñez, Ángel Campos Pámpano, José Manuel Diego, Javier Ángel Marigómez, Luis Javier Moreno y Tomás Salvador González. Tengo tantos apuntes sobre este libro que podría seleccionar un montón de entradas de un deseable diccionario del sentido común hecho con citas como: «el verdadero tejido cultural de una sociedad es poroso y profundo. No se produce en torno a gestos industriales de aliento publicitario. Más bien, es otro nivel de atención el que compete a pequeños sucesos rumorosos bien alejados de los principios comerciales de excesiva visibilidad» (pág. 70); «la vida pública tiene un alcance moral que va más allá de sus propios objetivos inmediatos» (pág. 113); «la saturación de fotografías personales implica en quien necesita verse retratado una y otra vez una especie de desorientación ontológica» (pág. 181); «el territorio de cualquier libro es la intemperie, y todas las operaciones preventivas (prólogos de probada autoridad, solapas inflamadas, fajas de citas estrepitosas) son ejercicios inútiles de protección, prótesis que tratan de ayudar a juzgar lo que viene detrás con razones que no conciernen a lo que siempre debe ser la escritura entregada: un salto mortal sin red cuyo destino es la incertidumbre» (pág. 192). Seguiría trascribiendo; pero no quiero ir contra mi costumbre y alargarme. Solo quiero añadir que también anoté en su día algo sobre el singular colofón de la colección «Narraciones de un náufrago» en la que se publica este libro de Tomás Sánchez Santiago, y que ocupa toda una página en un largo texto que recuerda el vigésimo aniversario de la publicación de Vida de Pi, del canadiense Yann Martel (Salamanca, 1963), para hablar sobre las leyes del mar y también del mundo editorial. Una muestra más del sentido común que se desparrama en Cerezas en el escondite. Llegar a ese escondite es fácil y será nutritivo.

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