Me preguntó si podría ayudarla. Había metido la mano en un sumidero esquinado y no lograba sacarla. Me pareció extrañamente serena su actitud mientras me contaba que se le había caído por el hueco un anillo muy querido, un recuerdo de su madre, recientemente fallecida. Se afanaba tanto en su tarea mientras hablaba conmigo que mucho más me extrañó cómo me relataba que su mano, en busca de su apreciado aro en el agujero, palpaba algo con viscosidad que no podía ser una mousse de chocolate, que estaba segura de que aquello sería un excremento asqueroso. Yo seguí allí y ella me dijo —sentí un escalofrío— que había notado que una mano, allá abajo, estrechaba la suya. A partir de ese momento, solo recuerdo que un policía me preguntó si necesitaba ayuda. Yo estaba con la mano dentro de aquel sumidero; y me puse nervioso. Finalmente, la saqué sin dificultad, llena de mierda, y le dije que no, que todo estaba bien. Ni sentí asco ni nada.
* Había titulado este texto «La mierda»; pero me pareció que podría resultar demasiado contundente y de ningún modo malsonante. Así que he preferido «Un texto para algo», que es un apunte que suele repetirse en mis cuadernos cuando se me ocurre alguna bagatela. Es solo eso, un texto para algo, para desarrollar quizá, sin más significado. No tenía un porqué, pero justifica esta nota que a veces alguien de confianza me pregunta si me ha pasado algo, bueno o malo, por escribir según qué cosas. Eso sí, yo, a quienes me pregunten, daré las explicaciones que quieran. En este caso, me salió este texto y he querido publicarlo. En realidad, tampoco había que aclarar tanto. Aunque yo seguiría mareando la perdiz hasta alcanzar las mismas palabras en esta nota que el texto de arriba tiene. Que, si no he contado mal, son ciento sesenta y siete. Si no he contado mal. Ahora no sé si me quedo corto o si lo he cuadrado. Y creo que sí.
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