Echo de menos dar clases. Echo de menos dar clases, y por eso he disfrutado tanto esta mañana cubriendo una hora de una compañera que ha acudido a un congreso. Por primera vez en treinta y tres años, no tengo clases en el primer cuatrimestre. Si le sumamos el parón por los exámenes, esto quiere decir que hasta el 30 de enero no tendré carga docente. Alguno dirá que es un chollo. Yo no creo lo mismo, pues las echo en falta. Algún colega se compadecerá, porque ellos llevan ya muchos años con esa experiencia de un semestre sin docencia para estancias fuera o para lo que sea. Lo de esta mañana ha sido en un grupo muy peculiar de mi Facultad: primer curso del grado de Historia en la asignatura de Textos Fundamentales de la Literatura Española. Muy atentos, con interés, con preguntas, muy mayoritariamente hombres —curioso— y con la nota distintiva de que en primera fila había personas de mi edad, con cuarenta años más que sus compañeros de curso. Me han aplaudido al final y estoy convencido de que ha sido porque han notado que estaba disfrutando, y no por lo que he dicho ni por cómo lo he dicho. Como dijo Gustavo Adolfo Bécquer al dirigirse a la mujer de sus cartas literarias, «Yo nada sé, nada he estudiado; he leído un poco, he sentido bastante y he pensado mucho, aunque no acertaré a decir si bien o mal. Como sólo de lo que he sentido y he pensado he de hablarte, te bastará sentir y pensar para comprenderme». Y es que ha sido Bécquer y esa espléndida poética epistolar, que publicó en El Contemporáneo entre diciembre de 1860 y abril de 1861, el asunto principal de una clase que ha terminado con un alumno preguntándome si podría leer esa obra que los amigos del sevillano promovieron a su muerte en diciembre de 1870. Él quería saber de la edición madrileña de Fortanet en dos volúmenes (Obras) que se publicó en 1871 y en la que aparecieron por primera vez reunidas las Rimas. Ha sido tan fácil como hacer una búsqueda, en la misma aula, y mostrar en pantalla, gracias a Google Books, las páginas facsimiladas de lo que hacía un rato pudiera haberle parecido tan lejano e inaccesible. Un trabajo gustoso. Como hace unas semanas, en otra sesión esporádica sobre Don Álvaro o la fuerza del sino, y en otra más, con ese mismo grupo de Historia, sobre la Biblioteca de Barcarrota. Un trabajo gustoso y un aplauso para estudiantes así.
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