lunes, noviembre 18, 2019

Amor (imposible) de biblioteca


Biblioteca Provincial de Cádiz
Hay una cuña publicitaria que sale ahora casi todos los días de mis transistores, que es de una plataforma para solteros que quieren conocer a otros de su condición, en la que una chica fantasea con la situación de estar en la biblioteca, ir a la estantería a buscar un libro y que en el pasillo «contiguo» [sic] un chico coja el mismo libro y se den cuenta en ese momento que están hechos el uno para el otro. El mensaje publicitario puede funcionar, ya que la empresa de contactos entre solteros vende sus servicios como mucho más efectivos que tan improbable coincidencia. Y tan improbable. Imposible. Los creativos de la campaña no han reparado en que es imposible que el mismo libro esté también en el pasillo «contiguo» de esa singular —y caótica— biblioteca. Sin ir más lejos, en la Biblioteca Pública de Cáceres —es un orgullo que lleve el nombre compuesto de «María Brey-Antonio Rodríguez Moñino»—, un volumen como La gaviota, de Sándor Márai (Salamandra, 2009), está en su sitio con un tejuelo en el que pone N-MAR-gav, y en el pasillo contiguo no hay libro que se le parezca, como es natural. La tontería me ha recordado un poema de Irene Sánchez Carrón, de su libro Ningún mensaje nuevo (Hiperión, 2008), que lleva por título «Amor de biblioteca» y que yo recomendaría a esa firma de contactos para sus fines. Me apropio de estos versos: «A veces, frente a ti, / separados por una estantería, / siento cómo respiras / y, a través de volúmenes sombríos, / juego a rozar tu mano / cuando busca voraz / entre todos los libros / el libro deseado. / Siento cómo tus dedos / húmedos de tus labios / desnudan hoja a hoja / otro cuerpo que arde entre tus brazos» (pág. 36).

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