viernes, julio 26, 2019

El murmullo del mundo


«Luis Javier Moreno con su habitual socarronería: «Ya sabes que si copias a un autor dirán que has plagiado; pero si copias a quinientos dirán que eres un investigador» (pág. 314). No recuerdo exactamente desde cuándo conozco al escritor y profesor Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957). No sé si nuestro primer encuentro fue en Plasencia, cuando el Congreso de Escritores Extremeños de 1996, hace veintitrés años. Da igual, en verdad; y no sé por qué soy tan estúpido y escribo esto. Si hoy nos encontrásemos por primera vez, mañana estaría agradecido de su amistad. Este libro, El murmullo del mundo (Gijón, 2019), es muestra reciente de su gentileza, pues gracias a él me lo hicieron llegar desde Ediciones Trea a principios del mes pasado. Tiene más de cuatrocientas páginas y confieso que, con todo lo que uno tiene y los escasos sesenta días que han pasado desde que lo recibí, no lo he leído entero. Bueno, sí. Porque es el resultado de tres libros ya publicados —Para qué sirven los charcos, Los pormenores y La vida mitigada— y de uno inédito, Muda de siglo. Un paseo por el malestar, que dice Tomás en la nota previa que son apuntes «arrancados de unos cuadernos que regalé a mi hijo Diego allá por 2001, cuando cumplió dieciocho años, para entrar de algún modo junto a él en ese territorio de la sensatez obligada que los adultos llaman mayoría de edad» (pág. 7). Para qué sirven los charcos lo leí cuando Ángel Campos Pámpano y Manuel Vicente González se lo publicaron en Del Oeste Ediciones, así que ahora lo único en lo que me he fijado es que aquella tercera división de «Interior acuario» se ha retitulado en 2019 «Literario diario». Y de La vida mitigada ya hablé con pasión aquí. Por eso, en mes y medio he podido dar cuenta de aquellos pormenores que no llegué a leer y de lo inédito, claro. Ciento treinta páginas, más o menos. En ellas hay de todo un poco del «ajetreo habitual» de T.S.S. Por ejemplo: «En el Polo, donde habitan los osos polares, se llegan a alcanzar los treinta grados plantígrados. Eso me escribe un alumno en un ejercicio. Y lejos de espantarme, la respuesta me asombra. Ramón habría pedido permiso a este galopín para incorporar a su muestrario otra greguería» (pág. 233). «Encuentro por azar un libro, Muerte en Zamora, escrito por el hijo de Ramón J. Sender y que trata de dar claves sobre la ejecución de Amparo Barayón, su madre, por falangistas de la ciudad. Lo más estremecedor es el relato de la cárcel de mujeres y, entre menciones de lo horrible, nombres propios y apellidos que se convocan al estrado: Viloria, un tal Mariscal —que debió de ser feroz y sanguinario—, un gobernador de la estirpe de Pilatos, el obispo Ochotorena… No, en una guerra civil no hay ciudades inocuas. La mía tampoco lo fue, como nos hicieron creer durante tanto tiempo en la paz de nuestros comedores» (pág. 279). En la página vecina en la que Tomás habla de un vecino viudo y con soriasis, leo: «Estuvo dos horas y media —lo que duró el encuentro entre ambos con dos cervezas de por medio— hablando de sí mismo: firmas de libros, ventas, cenas, conferencias en pueblos… Cuando lo dejé hace un par de años era un joven bisoño que aspiraba a ser escritor. «Ahora escribo ya como me viene en gana», dice cándidamente ufano. Al despedirnos, justo antes de huir yo, me pregunta: «Bueno, ¿y tú qué haces ahora?». Me quedaban diez segundos de estar junto a él. ¿Y qué quería que hiciera?» (págs. 230-231). Es una gozada asomarse en estas páginas al cotidiano vivir y a la manera de pensar de coche de línea y de un sosiego distinto de Tomás Sánchez Santiago, que escribe como los ángeles que escriben bien. Certifico. E insisto en que estos libros deberían tener un índice de materias, porque son tantas: librerías, ancianos, política, literatura —aquí caben escritores, novelas, poesía, Gamoneda, Claudio Rodríguez, Luis Javier Moreno…, ay—, mujeres, calor, muerte, otoño, anuncios, rosquillas caseras, Diego, bares, madre, radio, Ana, cine, barrio, mercado…Un índice arduo de componer pero con la seguridad que da el orden alfabético.

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