Yo ahora no tengo mucho tiempo para buscar si alguien ha escrito algo sobre este libro. Espero que sí, que alguien haya escrito algo. Me da igual. Bueno, no; lamentaría que no hubiese tenido ningún eco. Lo que quiero escribir aquí es una nota sobre mi lectura, que comenzó por celebrar la composición de un índice [págs. 9-10] a la usanza lógica de los buenos índices, con mención de texto y página, y no solo de capítulos o secciones; y también celebrar el lema con el que empieza todo: «Vivimos en el umbral de la proeza». Esto me puso ya en la buena disposición de estar ante alguien que se divierte con la escritura. Ese lema se desparrama en cinco líneas de uno de los fragmentitos de la segunda sección de esta obra, «Diario ínfimo»: «Vivimos en el umbral de la proeza, a intervalos nubosos, esperando a que las ganas críen pelos, derribados a la deriva, inmersos en el debate con el que se quiere abrir el debate, hechos unos spamtapájaros como si dijésemos otra tuerca de vuelta de otra vuelta de tuerca a la que se le hubiera ido el santo al suelo» (pág. 35). Este juego verbal me cautiva, cautiva a alguien que tiene a Julián Ríos en un pedestal. Qué decir de «El cuento», un texto de diez líneas que está en la última parte del libro y más magra, «Material incautado» se titula, y que me ha recordado que tengo que publicar una nota sobre lo que uno lee y lo que uno escribe, sobre ese juego que Carlos Reymán Güera propone en su texto. «Libros de Mesa» es el nombre del sello editorial que ha publicado Demagogias. Es curioso, porque esta obra es un libro de cajón. Un libro compuesto con los papeles acumulados —supongo que durante unos cuantos años— en el cajón de la mesa del escritor. Como tal, es una manera de conocer el trabajo de un letraherido muy de cerca. Libros así, creo, muestran mucho más evidentes las pulsiones y necesidades de un autor; mucho mejor que cualquier obra convencional en la que se opta por un relato extradiegético. Qué bueno habría sido un índice onomástico. O no más que decir. Demagogias es, al menos, varios libros: de aforismos, de poemas, de relatos, de notas de diario... Incluso es un libro con proyectos de libros (pág. 206, y nota). Esa es su enjundia. La de ese cuaderno en el que se va anotando todo lo que constituye la vida literaria —la íntima, en el mejor de los sentidos— de un individuo que es lector, que es padre de familia, trabajador, amante, dueño de un perro... Demagogias está lleno de hallazgos; aunque más de la necesidad de un hallazgo, y se nota en la insistente búsqueda de un chiste, de un juego, de una «tuerca de vuelta» que por momentos se impone al gusto por el estilo, a la depuración formal. A pesar del carácter múltiple con el que ha nacido este libro, tiene su lógica estructural, que parte de un sueño y acaba en los propios sueños de quien escribe. Y escribe bien. Este libro es más que recomendable. Durante el transcurso desde que empecé a escribir esta nota de mi lectura de Demagogias he leído unas líneas de Eduardo Moga en su blog sobre libros imperfectos pero prometedores, «libros irregulares pero enérgicos, preñados de una reconstituyente creencia en la verdad de la literatura», como este de Carlos Reymán Güera. Otro hallazgo.
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