domingo, agosto 13, 2017

Hojas de Biarritz (III)


Hay tantas cosas que hacer cuando uno viaja que la lectura pasa a ser una actividad esporádica, aunque llene, eso sí, algunos momentos de buscada molicie. Un libro de poemas ya leído —para tomar alguna nota si escribo sobre él— y la última novela de Antonio Orejudo —Los cinco y yo, Tusquets Editores, 2017— viajaron conmigo. El primero ha regresado sin volver a abrirse y del segundo casi doy, a esta hora, cuenta completa; buena cuenta, pues se trata de una fotografía bien hecha de mi generación —que «no tuvo ningún protagonismo en la transición de la dictadura a la democracia ni tampoco en los primeros años de esta. Para haber tenido alguna relevancia, Franco debería haber durado diez o quince años más; pero la espichó el 20 de noviembre de 1975. Los que se hicieron con las riendas del país tenían entonces la edad de Cristo. Nosotros, que acabábamos de cumplir diez, once o doce años, teníamos la edad de Los Cinco» (pág. 21). Me llevé, sí, mis apuntes sobre algunos textos literarios con Biarritz de centro o de fondo: la novela de humor A Biarritz, por amor, de Francisco Miranda de Rojas (Madrid, Huerga y Fierro, 2008) y Cabaret Biarritz, de José C. Vales (Barcelona, Destino, 2015), que fue Premio Nadal en 2015. En la librería debajo del hotel, camino de la Grande Plage, en la que todos los días compraba los periódicos —«Maison de la Presse»— encontré una traducción francesa —de Margot Nguyen Béraud— de la novela de Vales publicada por Editions Denoël. Estaría bueno que me la leyese en francés. La vi expuesta en el escaparate, como un reclamo, y dentro me costó darme cuenta de que había una pila de ejemplares en la mesa de novedades a la entrada. Me gustó esa manera de ensalzar lo local con la mirada de una novela española. Ya en Cáceres, espero recibir por correo un pedido con Villa-Venus: la vida alegre en Biarritz una novela del militar valenciano y político Vicente Sanchís Guillén (1849-1907), que publicó con el seudónimo de «Miss-Teriosa» en Madrid en 1904. Me llevé anotada también la sugerencia de Álvaro Valverde sobre Los senderos del mar, de María Belmonte (Acantilado, 2017), el relato de un viaje a pie por toda la costa vasca que se inicia precisamente en Biarritz y culmina en Bilbao. Pero para libros los del viernes 4, cuando visitamos Bayona y me empeñé en buscar el número 9 de la rue Mayou en la que se vendía la Gaceta de Bayona (1828-1830), que dirigió Alberto Lista. En una página sobre las calles de Bayona ayer y hoy encontré que la rue d'Espagne, que fue la calle principal y peatonal por la que nos internamos en la ciudad una vez pasada la catedral, fue antes Mayou, y rue des Tendes y antes rue de la République. Fotografié la fachada del número 9 y la del número 11, por si acaso cambiaron la numeración y porque me pareció más antigua esta que aquella. No sé. Cerca, muy cerca, en la rue de Luc, me llamaron la atención unos libros en español en una vitrina junto a la puerta de entrada de una tienda anticuaria. Entré y pregunté por ellos. El dueño me explicó que eran resto de la biblioteca de un profesor de español de Bayona —no retuve el nombre, quizá Garnier. Al fallecer, su viuda se los hizo llegar y los vendía a un euro —los tomos de la colección «Clásicos Castellanos» ya de Espasa-Calpe, Larra, Quevedo, Fray Luis de León, Feijoo, Juan Valera, dos o tres de los cinco tomos de las obras completas de Delibes en Destino en la edición de los sesenta y setenta— y a dos euros los más voluminosos, como la edición de Robert Jammes de las Letrillas de Góngora y la edición (2ª) de la monumental Historia de la literatura nacional española en la Edad de Oro (1952), de Ludwig Pfandl, que me traje, claro. Habíamos viajado desde Biarritz a Bayona desde casi la puerta del hotel en un cómodo autobús urbano por dos euros el billete de veinticuatro horas, que nos permitió ir, volver y equivocarnos al montar en un coche que iba en una línea que no era la nuestra. Las pocas horas allí fueron nutricias —también comimos, regular solo, en la rue Poissonnerie— y me gustó mucho conversar y conocer al librero, nacido en Marruecos, con madre marroquí de ascendencia española y padre francés colono en Argelia, y con negocios que tuvo en otras ciudades de Europa y América. Volví a verlo una hora después, porque olvidé mi sombrero en la tienda y no pude recuperarlo hasta que él volvió a abrirla tras su café de todas las tardes. Así me lo dijo cuando recuperé mon chapeau, que allí seguía, posado sobre una antigua banqueta tapizada sin que mi cortés librero le hubiese echado cuenta.


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