Que mi hermano Josemari compartiese ayer en su página de facebook el texto de Javier Castro Flórez que voy a poner a continuación me ha permitido volver a contactar con su autor y sus futuros proyectos, de los que espero escribir aquí. Es un relato espléndido que Javier publicó ayer jueves por la tarde en su página. Me ha autorizado a enlazarlo y a transcribirlo:
«Anoche a las doce y media estaba colgando la ropa a secar en el tendedero cuando vi por la calle a uno de los mendigos que rondan por el barrio caminando hacia la cabina de teléfono. Iba dando voces... Aunque vivo en un cuarto piso se entendía perfectamente lo que gritaba en medio del silencio de la noche: ¡Señor, Dios mío, si existes haz un milagro por favor! ¡Que haya cincuenta céntimos Señor! ¡Dame una señal! —decía—. Le vi comenzar a trastear con la cabina y corrí a la habitación a ver si tenía esos cincuenta céntimos. Mi casa estaba a oscuras por lo que —de haber encontrado la moneda— le hubiera sido imposible saber desde dónde partía aquella dádiva, aquella señal divina, como si hubiera sido dejada caer desde las lejanas estrellas. Pero solo encontré una de 20 céntimos y no la lancé a la calle. Pensé que era mejor —más consoladora— la idea de que Dios no existe o nos ha abandonado momentáneamente que darnos cuenta de que es un cabroncete agarrado que solo mira por lo suyo y nos da las migajas... las sobras. Así que —en silencio— le vi marchar calle adelante dando voces mientras pensaba que tal vez se me había escapado la posibilidad, por una vez en la vida, de hacer un milagro.» © Javier Castro Flórez
1 comentario:
Un texto magnífico, digno de envidia. Por lo menos de la mía. Abrazos.
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