Mi calendario de Impedimenta trae hoy el recuerdo de la amputación del brazo izquierdo de Valle-Inclán a causa de un bastonazo que le propinó su amigo Manuel Bueno. No ha sido por la errata —1999 en lugar de 1899—, sino por la precisión de una efeméride tan difícil en un escritor como el gallego, que me he ido a la biografía de Manuel Alberca, La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán (Barcelona, Tusquets Editores, 2015), otra de mis lecturas del verano y unos 26,90 euros bien empleados. La excelente biografía escrita por Alberca va mucho más allá del relato veraz de la anécdota del bastonazo; pero hay que reconocer que el capítulo séptimo «Una pelea sin gloria (julio de 1899-marzo de 1900)» está muy bien escrito y convence como relación de los hechos basada en fuentes que, en realidad, siempre han estado ahí, como las memorias del periodista Tomás Orts (A los cuarenta y tantos años de ver toros. Recuerdos, reflexiones y cosas por el estilo de un aficionado, Barcelona, Lux, 1926), que estuvo presente aquel día de julio de 1899. Alberca, que tira de documentos a lo largo de su libro, sobre el certificado del médico que amputó el brazo a Valle, da la fecha del 10 de agosto. Y el lugar: la clínica privada de Santa Teresa, en el Paseo de la Castellana, núm. 7, de Madrid. No toda la biografía es así de fría en el dato. Tiene también la interpretación y el matiz de un buen narrador que se hace presente en cada página. Sobre el modo que Valle luego utilizó este episodio de su vida, apunta Alberca que la «vergüenza por la pérdida del brazo, y sobre todo por el modo tan poco valeroso y tan absurdo como se produjo, le aconsejó ocultar la realidad de los hechos» (pág. 137). De la bien llevada combinación del dato notarial con la narración amena y con la interpretación hay un signo externo en la rotulación de los treinta y cinco capítulos del libro, que tienen su título novelesco y su data, como se ha visto en el ejemplo del capítulo séptimo: «La señorita Luisa y el conferencista (abril-noviembre de 1910)», «Presentimientos de muerte (diciembre de 1922-diciembre de 1925)», «Las finanzas de don Ramón (1926-1927)», «Toda la vida es mudanza (noviembre de 1934-enero de 1936)»... Por eso La espada y la palabra es una biografía que se lee muy bien y que puede ser tomada como una fuente fiable para componer toda la vida de uno de los escritores más grandes del siglo XX. Su fiabilidad se basa también en la sensación que te crea el autor, pues Alberca no se cansa de advertir de que la credibilidad de muchos testimonios de época sobre Valle-Inclán, de aquellos que lo conocieron, se encuentra comprometida «por razones de justificación, reivindicación o simple búsqueda de notoriedad y protagonismo personal. Con todos estos testimonios se podría escribir no una novela, sino una fabulosa saga valleinclanesca entera» (págs. 139-140). Da confianza esta manera de tratar la mucha información que hay sobre un autor como Valle-Inclán, legendario por fomentar la fabulación y por ser víctima de ella. Manuel Alberca sabe anular bien esa forma de distanciarse de la verdad a costa del personaje, y no priva al lector de ciertas perlas —como la opinión de Valle en 1910 sobre Cataluña o las «razas autóctonas americanas» que España «debía exterminar» (pág. 260)— que a más de un tonto le hará cambiar su lectura del autor. Doce de agosto, a pesar de todo. Vaya día. Han hallado los cadáveres de las dos jóvenes desaparecidas en Cuenca. Tres personas han muerto en un accidente de avioneta en Robledillo de Mohernando (Guadalajara). Una mujer ha degollado a su bebé de tres meses en un pueblo de Toledo. Y en Castelldefels ha muerto una mujer apuñalada en la calle por su expareja. Por hablar solo de lo que ocurre en España.
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