A veces me quedo como tonto pensando en lo mucho de fortuito que tiene la vida. Este verano mencioné aquí un libro de Pedro Provencio que he tenido ocasión de leer después. El caso es que tan solo en su momento me di cuenta de lo que estaba haciendo cuando por primera vez lo abrí, recién comprado, y comencé a leer. Estaba en la estación de Atocha de Madrid, escenario atroz del motivo que provoca un libro como Onda expansiva (Madrid, Ediciones Amargord, 2012). No suelo viajar en tren; pero ese día lo hice. El libro está ahora sobre mi escritorio porque quiero escribir algo sobre mi lectura, a la que me incitó Olvido García Valdés cuando dio su conferencia en Trujillo a finales del pasado junio. Y es ahora cuando, ayer mismo, me llega la nueva novela de Alonso Guerrero, Un día sin comienzo (Mérida, De la luna libros, 2014), compuesta por treinta y nueve capítulos —los cuatro últimos en blanco— que son los treinta y seis minutos previos, desde las siete de la mañana, a las explosiones en Atocha el 11 de marzo de 2004, más los tres minutos de las bombas —las de Atocha en el minuto 37, las del Pozo y Santa Eugenia en el minuto 38, y las últimas casi en Atocha en el minuto 39. Me ha parecido ver la extraordinaria fuerza del libro de Provencio en el de Alonso, que acabo de empezar; y no he podido evitar comparar los nombres de los personajes de cada uno de sus capítulos con la lista de 191 poemas o víctimas de Onda expansiva, y comprobar que Eva Belén es Eva Belén, que Victoria es Victoria, que Ángel es Ángel, que Juan Pablo es Juan Pablo... Ya leo estremecido.
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