Hace ya algunos años que la revista El Paseante (núm. 3, verano 1986) publicó una conversación entre Antonio Fernández Ferrer y Jorge Luis Borges en la que el escritor argentino hablaba del proceso de composición de sus libros de poemas: «Cuando yo tengo un número suficiente de textos, leo el índice y entonces veo alguno que pueda quedar bien en la tapa del libro, y, luego, ese siempre es el último, y se crea la ilusión, en fin, en todo caso se dibuja la ilusión de que todo [el] libro ha sido escrito hacia ese poema. Eso es lo que he hecho en las últimas obras. Por ejemplo, leí los títulos, y Los conjurados me pareció un buen título y lo propuse, pero igualmente pudo haberse llamado este libro Cristo en la cruz... Se me ocurrió este artificio que creo no es culpable. Es lícito». Y tanto, aunque confieso que tiendo a la lectura estructurada de los libros de poemas, y a intentar desentrañar los modos constructivos del autor, que suelen ser más visibles de lo que parece, incluso en casos como el de Borges. Siempre hay una mano que decide emparejar dos nubes y dos milongas —por seguir con el ejemplo de Los conjurados. Recuerdo que un escritor muy borgesiano, José Luis García Martín, decía lo mismo que su admirado en lo que se refiere al carácter acumulativo del libro de poemas. Sus libros de versos lo confirman; y él ha hablado de ello en algún sitio —que ahora no localizo— de sus diarios y artículos, como el que quita importancia al conjunto y se la da a la unidad de texto, al poema. Un buen poema no necesita de otro andamiaje fuera de sus límites; pero un buen libro sí puede sostenerse sobre unos cimientos que ayudan al valor y al significado de cada una de sus piezas. Sea la estructura temática —la poesía, el amor, la muerte— o argumental —con su planteamiento, nudo y desenlace—, suele suceder al pensamiento del poema. Por dibujar la ilusión, que decía Borges. Por cierto, y hablando de andamiajes, Antonio Fernández Ferrer es el autor del documentadísimo libro Ficciones de Borges. En las galerías del laberinto (Madrid, Ediciones Cátedra, 2009), una especie de armazón superlativo de aquella universal obra publicada en 1944.
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