sábado, agosto 27, 2016

Verum est id quod est


«Hay más catetos en el poder que perros descalzos» —Luis Arroyo Masa— La verdad es lo que es está en el capítulo V del libro II de los Soliloquios de San Agustín; y la frase de Luis en un comentario de 28 de abril de 2014 a una entrada de este blog publicada dos días antes sobre la presentación frustrada de un libro de poemas de José Antonio Zambrano. El aserto del peleño al caso de una cultura gestionada por un poder negligente, además, llevaba la perla delante de un «En fin... zorro macatín», que es fórmula de algún juego infantil. Luis precisó: «Como dicen en mi pueblo». Lo dirán. Siempre se aprende con Luis. 

sábado, agosto 20, 2016

Más que palabras (y II)


En mi gustosa relectura de los textos de este libro, y de los comentarios que ha suscitado, se ha asomado inevitable el recuerdo de El dardo en la palabra (1997) de Lázaro Carreter, un interesante testimonio del siglo pasado de otra manera de pulsar las palabras y de otro tipo de libro. Yo veo el de Álvarez de Miranda como el ejemplo de un nuevo tiempo en el que alejarse de la severidad no significa perder el rigor. El propio Lázaro habló de que sus dardos eran los de un «combate mensual contra la ignorancia y la necedad idiomática», algo que no suscribiría como principio de escritura de sus textos el académico Álvarez de Miranda, al que no me imagino calificando de «himalayesca memez» —Lázaro dixit— ninguno de los muchos solecismos que conocemos en la calle, la radio, los periódicos o los medios, en general. Si Lázaro Carreter nos daba a veces argumentos para defender con orgullo misoneísta la grandeza del idioma, en este nuevo siglo un discípulo avezado de los buenos gramáticos y, por ello, un maestro exquisito de esta lengua que hablamos, nos recuerda que «no era ni es para tanto» (pág. 18). La lectura de Más que palabras también me recuerda las veces que Pedro Álvarez de Miranda me bajó los humos puristas cuando yo manifesté alguna indignación por un mal uso de la lengua, y volvió a recordarme —como dice ahora en esta obra— que el hablante es un ser social, y que no valen numantinismos. Veánse algunas muestras de la actitud del catedrático de lengua española de la Universidad Autónoma de Madrid: «Las cosas de la lengua, por más que algunos se resistan a aceptarlo, son así» (pág. 226); «Puesto que estimo inconveniente alentar actitudes cismáticas, me abstengo de practicar la disidencia activa o de llamar a ella» (pág. 233); «Frente a la tópica percepción nostálgica de que el léxico se empobrece, forzoso es reconocer que, muy al contrario, el acervo léxico de una lengua se enriquece constantemente» (pág. 246). Me alegro por recordarlo ahora en la lectura que me ha acompañado este verano a un lugar tan significado como San Millán de la Cogolla. ¿Qué habría que responder con criterio al graciosillo que dice que si se dice médica o arquitecta habría que decir taxisto o electricisto? Todo el mundo emplea la expresión pasarlas moradas; ¿desde cuándo está documentada? ¿Tiene femenino verdugo? ¿Qué hacemos con los diptongos ortográficos? Las respuestas a estas preguntas las encuentra el lector en admirables y entretenidas instantáneas sobre aspectos de nuestra lengua. Sobre creaciones léxicas, sobre léxicos específicos, sobre lexicalizaciones, o, simplemente, sobre materias más excéntricas en relieves de erudición que son una gozada leer, como el que publicó en dos entregas de Rinconete en febrero de 2011, «Estugafotulés / estugofotulés, o El teléfono escacharrado», que tengo entre mis muchos artículos predilectos del libro, porque es un ejemplo rutilante de cómo se puede combinar la erudición en relieve con la amenidad a propósito de la transmisión filológica en las ediciones de nuestros clásicos. Más que palabras.

miércoles, agosto 17, 2016

Más que palabras (I)


Hace ya por los menos cinco cursos me llevé a clase del Máster de Secundaria un recorte de El País con un artículo titulado «El género no marcado», de Pedro Álvarez de Miranda, en el que intentaba desdramatizar en la polvareda que se levantó después del ponderado informe de la RAE elaborado por Ignacio Bosque sobre sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer tras el análisis de varias guías de lenguaje no sexista. En aquella aula en graderío había, como siempre, mayoría de mujeres, y todos los presentes se mostraron concordantes con la idea de que no podemos hablar y escribir haciendo siempre explícita la relación entre género y sexo. Del mismo modo, asintieron cuando llegué a este fragmento del artículo de Álvarez de Miranda: «Desdramaticemos las cosas. No es el masculino el único elemento no marcado del sistema gramatical. Igual que en español hay dos géneros (en otras lenguas hay más, o hay solo uno), hay también dos números, singular y plural (en otras hay más, o solo uno), y el singular es el número no marcado frente al plural. Así, del mismo modo que el masculino puede asumir la representación del femenino, el singular puede asumir la del plural. El enemigo significa, en realidad, 'los enemigos'. Sumando ambas posibilidades de representación puedo decir que el perro es el mejor amigo del hombre para significar, en realidad, esto: 'los perros y las perras son los mejores amigos y las mejores amigas de los hombres y las mujeres'. ¿Se entiende ahora un poquito mejor en qué consiste el mentado principio de economía?». Aquel artículo es ahora, de cuarenta y cinco, la decimoctava instantánea «sobre la vida privada de las palabras» —así las llama Manuel Seco en el prólogo— de este libro, Más que palabras (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016), de Pedro Álvarez de Miranda, a quien siempre cito como ejemplo —también— de sabio académico de espíritu lingüístico tolerante por decir que «El error de hoy puede ser la norma de mañana». Es uno de esos libros que uno puede recomendar con la certeza de que gustará a todos los que tienen conciencia de la importancia de la lengua; no solo a los especialistas ni a los profesores. A todos. Gustará por la intención y el interés de lo que contiene; pero también por cómo muestra el carácter de su autor, su honestidad intelectual y buen gesto, como el que ocupa «Una errata funesta», una pieza en la que Álvarez de Miranda recuerda una consigna («lidiando con textos, mejor no te fíes ni de tu sombra») para confesar esa sensación de desaliento ante el quehacer de un filólogo cuando se nos escapan erratas y datos. Pero Más que palabras es, sobre todo, una brillante y amena compilación de colaboraciones de su autor en ese rincón diario que es la revista Rinconete del Centro Virtual Cervantes, en la que Pedro Álvarez de Miranda empezó a publicar en octubre de 2009 con el texto «Absolución», que es el que abre este volumen y que es toda una declaración de un experto que prefiere la elección a la imposición en las cosas del idioma.

lunes, agosto 15, 2016

El tiempo


Tras la conferencia de apertura de la anual convención internacional de los más tontos de cada país a una mujer se le ocurrió preguntar si todos eran conscientes de que la información sobre el tiempo es alienante. La moderadora de la mesa dijo que aquello no venía al caso y el orador añadió que sí, que del tiempo hay que hablar. Y se habló. La interpelante continuó y dijo que la información meteorológica, válida para los trabajadores aeroportuarios y agrícolas, de interés para turistas y no para viajeros, es alienante para el común y ha llegado a ser un modo de ejercer el poder del medio sobre la población. Ha logrado generar inquietud e incluso miedo; aunque lo más cotidiano es la sugestión de que la temperatura que haga a la sombra o al sol, la de toda la vida, sean más altas o más bajas que nunca. Las de hoy más altas que ayer y más bajas que mañana. Este fenómeno propicia preguntar a la gente cómo combate el frío y cómo se alivia del calor y que la gente responda que a la sombra o al brasero, que con una gorra o con un caldo calentito. En invierno se incrementa el gasto de calefacción y en verano el gasto de refrigeración. Y es noticia. Al final todos aplaudieron y el conferenciante volvió a dar las temperaturas del día por si no habían quedado claras y, con sonrisa beatífica —que a los tontos siempre les ha parecido una sonrisa de buten— solicitó al auditorio que lo comprobase en sus dispositivos electrónicos. La interpelante, contenta, se abanicaba.

viernes, agosto 12, 2016

Vicente Paredes


Ayer por la mañana pasé por la Biblioteca Pública de Cáceres para visitar tranquilamente la exposición «Vicente Paredes y el patrimonio cultural de Extremadura 1916-2016», que, con motivo del primer centenario de la muerte de este arquitecto, arqueólogo e investigador histórico, se inauguró el 29 de junio y que estará abierta hasta el día de San Miguel, el 29 de septiembre. Allí, solo, pensé en la razón de mi conocimiento de Vicente Paredes Guillén (Gargüera, 1840-Plasencia, 1916). Y el nombre me trajo a las mientes la palabra «legado». El «Legado Vicente Paredes» fue para mí antes que la persona. Esto dice mucho de ella. Me beneficié antes de lo que Vicente Paredes dejó, de sus libros, sus investigaciones, su afán por difundir el patrimonio extremeño, que del siempre provechoso saber sobre la biografía y trayectoria de un hombre con aquellas inquietudes culturales. Es verdad, tengo asociados a la etiqueta «Legado Vicente Paredes» algunos de los tesoros que alberga la Biblioteca Pública «Antonio Rodríguez-Moñino/María Brey» de mi ciudad. Un legado que hay que ampliar a otras instituciones como el Museo Arqueológico de Cáceres o el Archivo Provincial y que hay que reconocer que magnifica la justificación de un agradecimiento de los cacereños a la preservación de su historia. Una manera de expresar ese agradecimiento o de comprender los motivos del mismo es pasarse por esta modesta exposición muy bien montada, que muestra los lados principales de la trayectoria intelectual de Paredes en cuatro secciones: 1. Una vida dedicada al estudio. 2. Arquitectura proyectada. Obra realizada. 3. Arqueología. De la afición al compromiso. 4. Afanosa curiosidad... La selección de la documentación es precisa y no apabulla, igual que el relato que enmarca cada una de las partes. Del precioso manuscrito con la traducción de Lázaro de Velasco de Los Diez Libros de Arquitectura de Vitruvio a proyectos arquitectónicos nunca vistos en papel; de apuntes de campo arqueológicos, folletos o libros a algún ejemplo de la Revista de Extremadura que él contribuyó a fundar. Se aprecia que esta exposición ha sido responsabilidad de personas que no solo saben lo que hacen, sino que sienten una amorosa inclinación hacia el legado de Vicente Paredes. Un comité científico que cubre con solvencia las áreas principales del interés cultural del gargüereño y compuesto por un arquitecto, Miguel Hurtado Urrutia, dos arqueólogos, Enrique Cerrillo Martín de Cáceres y Enrique Cerrillo Cuenca, y una historiadora y bibliógrafa como Mercedes Pulido Cordero; la autora del estudio biográfico Vicente Paredes y Guillén (Cáceres, I. C. El Brocense, 2006), la historiadora Montaña Domínguez Carrero, y un estudioso del patrimonio arqueológico extremeño como Carlos Marín Hernández, son los comisarios de la exposición, que ha sido coordinada desde la casa, desde la Biblioteca Pública «Antonio Rodríguez-Moñino/María Brey» —qué digno espacio—, por Mª Jesús Santiago Fernández y José Luis Lázaro Regidor. Merece una visita. O varias, si hay que enseñársela a los amigos, a la familia. O a la afición en general.

martes, agosto 09, 2016

Tiene que llover


Sigue siendo necesario. Tiene que llover.

domingo, agosto 07, 2016

Por Euskadi y La Rioja (I)


Ni rastro de Bergamín en Hondarribia. Tan agria fue su relación con aquella España de aquella restauración democrática que aún estamos construyendo, que el fundador de Cruz y Raya quiso acabar sus días en la entonces Fuenterrabía para no dar sus huesos a tierra española. Es verdad que no fuimos al cementerio, aunque pasamos por sus afueras sin quererlo cuando buscábamos una salida por sitios no transitados de la transitable Hondarribia. Y también es verdad que no nos topamos con nada que recordase al poeta Bergamín allí. Tampoco me dijeron nada en una librería de Víctor Hugo y sus notas de viaje por la zona. Sí, hay un colegio público que lleva el nombre de José Bergamín. En Madrid. Sin embargo, al ingeniero y proyectista guipuzcoano Ramón Iribarren (1900-1967) nos lo encontrábamos todos los días en el paseo que luce su busto y lleva su nombre hasta la playa, hecha por él. Hondarribia es una ciudad preciosa a la que hay que volver. Ojalá al pisito de Ana, en la céntrica Nagusi Kalea, la calle Mayor, donde escuchamos a una banda tocar el «Okendori» en la «Kutxa Entrega», una tradición de pescadores con siglos de historia y de la que desconocíamos todo. La gente aplaudía a Naiara Zubillaga, la portadora de la caja, a quien vimos, sorprendidos, salir de la iglesia de nuestra calle. Ni rastro —igual— de Gustavo Bueno en Santo Domingo de la Calzada. Ha muerto hoy y he recordado que era calceatense y que la Universidad de La Rioja ha venido dedicando durante años un curso de filosofía por su nombre. Entre los paseos, las comidas, los pintxos, las cañas sin unas olivillas o unas patatillas fritas, y el disfrute de una ciudad y otra, nos hemos olvidado un poco de la historia. La pasada y la reciente.

miércoles, agosto 03, 2016

sábado, julio 30, 2016

Hondarribia


viernes, julio 22, 2016

Tómate un blog (II)


Lo de los comentarios tiene más miga, porque el libro de Sáenz de Miera es un singular caso de parasitismo bloguero, protagonizado por Álvaro Bermejo, que incluso ocupa cubierta y portada del volumen. Es el caso que son pocas —no llegan a diez— las entradas de Antonio Sáenz de Miera en las que no hay un texto, y no breve, de Bermejo. Se pregunta el lector por qué en apuntaciones como «¿Soy ecologista?» o «De trabajos, guardiaciviles y canciones» no hubo comentarios de Álvaro Bermejo; qué le ocurrió a Álvaro Bermejo para no comentar nada esos días; dónde estaba Álvaro Bermejo que no escribió en Allende Guadarrama. Un saludo para Álvaro Bermejo, amigo de Antonio Sáenz de Miera, tan generoso que concede —comme il se doit— la condición de coautor a Álvaro Bermejo. Con todo, el libro del blog es una delicia para conocer al bloguero Sáenz de Miera que ha reunido sus apuntes escritos desde noviembre de 2013 hasta febrero de 2016. Esto quiere decir que el experimentado activista de Guadarrama ha conocido —durante el cese definitivo de la actividad armada de ETA— la abdicación de un rey, la coronación de otro, la muerte de Adolfo Suárez, la fundación de Podemos, los ataques terroristas de París y casi dos elecciones generales sin gobierno. Lo nunca visto. Pero si algo más destaca de Tómate un blog es la actitud de su autor verdadero, la manera que tiene de enseñarnos a los que somos más jóvenes cómo hay que aplicar el sentido común, la tolerancia y la solidaridad cuando uno es testigo de lo que ocurre en nuestro entorno. Su blog es un ejemplo. Habla de la familia, de su querido País Vasco, de lecturas —de Pulgarcita, de Michel Serres, a El banquero anarquista, de Pessoa—, de películas —Ocho apellidos vascos—, de sus amigos vivos y muertos —entrañable su recuerdo de Adrián Piera—, de la Sanidad Pública con mayúsculas, de las afinidades creativas, de las cosas de la edad, de la vida, del teatro aficionado... Habla de él, se retrata, se moja; y en todas y cada una de sus entradas, en todos y cada uno de los textos de este libro, hay —debajo del dibujo estupendo de Jorge Arranz— una cita o epígrafe. Indicio más que sugerente de la inclinación del ánimo de Antonio Sáenz de Miera, que anota unas líneas de Cervantes o una canción de Manolo Escobar, un cartel de unas fiestas en Deba o unos versos de Ruiz de Alarcón, un aserto de Keynes o ¡un fragmento de Álvaro Bermejo! Un reparo, si no se considera tal lo de Álvaro Bermejo: que se hayan vertido casi literalmente los textos del blog sin corregir erratas, revisar la puntuación o añadir los diacríticos de títulos de libros, periódicos o películas. Lástima. Al menos, para que el autor no tenga que decir que «En este caso, gana internet» (pág. 65). Pase lo que pase, Tómate un blog. Lo merece. En este caso, en forma de libro.

jueves, julio 21, 2016

Tómate un blog (I)


Lamenta Diego Hidalgo Schnur, que fue presidente del Consejo Social de la Universidad de Extremadura, que la gente del PP siempre pensara que era del PSOE y los del PSOE que era del PP. Dice que no le molestaba, salvo «una vez que Juan Carlos Rodríguez Ibarra estaba elogiándome y Alfredo Pérez Rubalcaba le interrumpió y le dijo: —Sí, es un tipo excelente; pero es un hombre de la Derecha. Lo dijo despreciativamente y me chocó,  precisamente porque yo le admiraba y le consideraba amigo [...]». Lo de Diego Hidalgo es un comentario en un blog de un amigo que ha pasado incompleto a la letra impresa de un libro. Pero ha pasado; quiero añadir. Hace ahora unos seis años la editorial sevillana La Isla de Siltolá creó una cuidada colección llamada «Álogos» de libros compuestos con entradas de los blogs de sus autores. Me pareció una gran idea y todavía hoy acudo a alguno de esos pequeños volúmenes para releer compendiada la actitud de esos escritores en el género; y, sin duda, pasados los años, es mejor hacerlo con el papel que con la pantalla del ordenador. Recuerdo aquella «Breve aproximación teórica al blog como género», de Juan Antonio González Romano en su Alguien me responde (2010), que recordaba las diferencias entre el formato electrónico, interactivo, con vínculos, y el papel impreso, en donde habría que prescindir, por ejemplo, de los comentarios. Pues no. Porque el comentario de Diego Hidalgo —5 de junio de 2014—, aunque trunco, puede leerse en este libro de Antonio Sáenz de Miera, que ha querido publicar una amplia selección (51 de 79) de entradas de su cuaderno de bitácora Allende Guadarrama bajo el título incitante Tómate un blog (Madrid, Bubok, 2016), con dibujos de Jorge Arranz y prólogo de Eduardo Martínez de Pisón, y con algunos de los comentarios que en su día se vertieron en la red a propósito de sus apuntaciones. Compré el libro aquí, y sus beneficios se destinarán a la Fundación Vicente Ferrer. Me parece digno de nota que un comentario perdido en el limbo de la red se lleve a la letra impresa de un libro tan resultón. Sigue.

lunes, julio 18, 2016

Octavos centenarios


Hace ya más de un año que recibí un generoso volumen de cuatrocientas ochenta páginas con el regalo de la reunión de casi una treintena de trabajos de Víctor Infantes, Lyra mixta. Silva ejemplar de artificios gráficos-literarios (Madrid, Turpin Editores, 2015), algunos de los cuales han sido reseñados aquí. Después llegaron nuevos octavos, que ya forman colección y estuche —que vino con uno de los últimos envíos con su cartulina para plegar y pegar. Plegada y pegada la cartulina, los octavos que me sobran —a la espera de nueva funda— son los publicados en 2015 (La rúbrica impresa de los libros españoles del siglo XVI, núms. 9 y 10; Julio G. Montañés, Tutivillus. El demonio de las erratas, núm. 11; Víctor Infantes, la librería de Don Quijote y los libros de Cervantes (I, VI), núm. 12), a los que no encontré hueco en este blog; y los más recientes, si el magín de V.I. no ha parado desde la aparición de los números 13 y 14 de la pequeña y sugestiva colección: Eduardo Scala, Quijo. Madrid, Turpin Editores (Col. En 8º, núm. 13), 2016; y Carmín Burano, El paje de Ugolino o Antífonas del angelón braguetudo. Introito de Néstor Cruza. Madrid, Turpin Editores (Col. En 8º, núm. 14), 2016. Las dos entregas se suman a dos de los variados centenarios de este año —Carlos III, José de Echegaray, Rubén Darío, Antonio Buero Vallejo, Mercedes Salisachs, Blas de Otero...—: el cuarto de la muerte del autor del Quijote y el primero del nacimiento de Camilo José Cela. El de Scala es un singular ensayo que se publicó en el catálogo del gran proyecto del propio poeta y de Juan Alberto García de Cubas en conmemoración del cuarto centenario del Quijote en 2005, que deparó una gigantográfica edición de la novela (36 x 14 m.) y otra en impresión microscópica. Scala, que firma su prólogo imbuido de identidad cervantina («CervantE.S.») parte de la raíz «Quijo», que procede del aimara y significa 'cuarzo', 'cristal de roca', que es con lo que Cervantes construyó el Quijote, «con el quijo (materia prima) hecho lapis (piedra tallada), piedra de la sabiduría» (pág. 14). Pero el Quijote es también para Eduardo Scala «Novela Madre —matriz de matriz—, matriz de Madrid», y universal, y novela coral, polifónica, objeto de culto, «Consciencia cósmica-cómica. Irrealismo real. Escritura lúdica-búdica», muro de la libertad, que son algunos de los capitulillos de esta lúcida lectura cervantina recuperada ahora en esta sin par entrega de los octavos que salen de Gráficas Almeida. Lo otro es lo que avisa la faja amarilla que abraza el pequeño ejemplar, un «Ani(mad)versario de CJC (1916-2016) Contra Cela», una selección de sesenta sonetos entre los doscientos quince que conformaron el único testimonio mecanoscrito que se conserva —en la Biblioteca Nacional de Venezuela— de una diatriba en verso contra Cela del poeta venezolano Alí Lameda (1923-1995), articulista y crítico, militante del Partido Comunista que, acusado de traicionar a la revolución, fue detenido en Corea del Norte bajo el régimen de Kim Il-sung durante «siete terribles años de tortura y aislamiento, que le tuvieron al borde la muerte y la locura», como recuerda la nota introductoria firmada por Néstor Cruza, que también cita una edición caraqueña, impresa en 1989 (ISBN 978-980-263-117-9), de la que no ha podido localizar ni un solo ejemplar. De manera que esta edición de los octavos es, que yo sepa, la primera que difunde más modernamente estos textos contra el Premio Nobel autor de la novela La catira (1955) —un encargo del dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez a Cela—, que es la obra que podría ser detonante de una animadversión que tardó en germinar —o estuvo gestándose— casi treinta años hasta mayo de 1988, fecha del apógrafo conservado, de un año y medio antes del baile del escritor en Estocolmo con Marina Castaño, «ya convertido en una momia eximia / que vive, por milagro de la alquimia, / ¡sacándose los pedos de las uñas!», como se lee en el segundo terceto del último soneto «Medallón final». Pequeña gran colección «En 8º».

viernes, julio 15, 2016

Con Niza

PAN XIV


Siempre han mirado a Portugal Morille y su PAN: Encuentro y Festival Transfronterizo de Poesía, Patrimonio y Arte de Vanguardia. Desde hoy hasta este domingo se celebra su decimocuarta edición, dedicada a «El otro/O outro», con un pie también puesto en el país vecino, en donde el fin de semana próximo se repetirá en la freguesía de Carviçais (Torre de Moncorvo). Organizado por el Ayuntamiento de Morille y dirigido por su alcalde, Manuel Ambrosio Sánchez, viene estructurándose en secciones con debates, lecturas poéticas, exposiciones, acciones, talleres o conciertos que propician el encuentro entre artistas, poetas, músicos, docentes en un medio natural y rural. Puede verse el programa completo aquí.

jueves, julio 14, 2016

Un sueño


Los sueños no saben de pólizas ni de plazos, de pliegos de condiciones ni de presupuestos. Soñamos sin saber si estamos al corriente del pago de cualquier cuota —seguro, sindicato, club, asociación o cofradía— o si hemos dejado la comida hecha. Puestos a soñar, el otro día anduve por raras sendas después de leer una noticia relacionada con el destino del edificio del cacereño Hospital Virgen de la Montaña cuando cierre. Propiedad de la Diputación Provincial de Cáceres y cedido a la Junta de Extremadura, se dice sobre ese céntrico solar que «no hay nada pensado». ¿Nada pensado? Imaginé que varias instituciones provinciales y regionales acometían una monumental obra de rehabilitación para destinarlo a Conservatorio Oficial de Música y Escuela Oficial de Idiomas. Imaginé ese arandel del emblemático Paseo de Cánovas de Cáceres convertido en una arteria cultural y de futuro de esta ciudad que partiría desde la Biblioteca Pública «Rodríguez-Moñino/María Brey» y bajaría casi hasta la esquina de Correos. En mi sueño cabían alumnos y aulas, salas de ensayo y de reuniones, un salón de actos, aparcamientos, laboratorios de idiomas... Por soñar que no quede. Se pone mucho más empeño en la construcción de un aparcamiento invasivo pero necesario o un centro comercial que en un proyecto educativo de esa envergadura. Por eso, por la inviabilidad que muchos verán al acuerdo de las instituciones para pensar en el futuro de esta ciudad en las próximas décadas, los sueños no saben de condiciones ni de presupuestos, de pólizas ni de plazos.

miércoles, julio 13, 2016

Glorias de Zafra (XI)


© jml
Estoy seguro de que no será la última vez que me pregunten cómo está. La gente se interesa por ella de muy buena fe y no por compromiso; los muchos que la conocen lo hacen porque la estiman. Una mañana en Zafra, en la calle, también me preguntaron. Era C., hija de un antiguo amigo de mi padre, que me pidió que la saludase de su parte. Lo hice, sin recordar el apellido de C.; y ella —que parecía ausente— supo decírmelo: «¿Sí? La de G.». Siguen sorprendiéndome esos vislumbres de su mermada lucidez. Qué naturaleza, decían, porque no hace mucho ella estuvo en estado preagónico y el médico decidió sedarla. Pero mi madre abrió los ojos a las pocas horas y poco a poco fue recuperándose hasta volver a estar como siempre, como ahora, que sigue comiendo como un muchacho —a ratos bien, a ratos con desgana— y durmiendo como un niño. Cuando le doy la merienda y pico de su magdalena, se sonríe, con la misma complacencia que cuando yo era pequeño o cuando yo venía a casa, ya padre de familia, y se disgustaba porque no me ponía otro plato de lentejas, aunque alegase apetito para el segundo. Si la sobrevivo, la gente me dirá el tópico de que aunque sean tan mayores duele siempre perderlos. Leo un verso de Fina García Marruz: «La razón de mi paso por la tierra». No está mal. He vuelto a estar con mi madre en su mirador. Observa la calle con familiaridad, sin importarle —lo que me llena de orgullo y satisfacción— que afuera estén cayendo treinta y nueve grados, y se fija cuando ve a personas de su edad —que para las señoras como mi madre son todas aquellas que nacieron quince años antes que ella. Ella mira con sus pies posados en la tarima, sin moverlos durante las horas que está en su mesa camilla. Yo la observo y escribo. Su estado actual es lastimosamente hermético, y la única puerta que abre es su sonrisa de siempre cuando responde a un beso. Sigue siendo mi fuente de aspiración.

domingo, julio 10, 2016

El diario Down


Supe de este libro por la prensa que no suele tratar la literatura como debe y que cuando trata de ella lo hace por razones ajenas a la literatura. Por ejemplo, si un presidente del gobierno dice que está leyendo un libro muy bueno de un autor del que no recuerda su nombre, o si el cadáver de una mujer apuñalada por su marido es encontrado junto a una novela de Coetzee. O, como es el caso, que alguien escriba un libro sobre la experiencia de haber tenido un hijo con síndrome de Down. La noticia no es que Francisco Rodríguez Criado (Cáceres, 1967) haya publicado otro libro —es autor de cuatro libros de relatos, dos novelas, dos obras de teatro, un relato-reportaje sobre oficios que se pierden...—; sino que ha tenido un hijo Down. Es importante que sea así, porque se divulga la necesaria pedagogía que hay que aplicar a estas circunstancias que nos da la vida; pero padres que han vivido la misma experiencia —tengo unos bien cercanos en mi familia a quienes he enviado el libro dedicado por Fran— hay muchos. El diario Down (Alicante, Ediciones Tolstoievski, 2016) es, con todo, el ejemplo literario que nace de una experiencia radical. Pero es un ejemplo literario. Es la manera que un padre como Rodríguez Criado ha tenido de afrontar un hecho que le ha cambiado la vida. Y la vida de su escritura. Los cincuenta y dos pedazos que conforman el diario de Fran —previamente publicado en entregas de su blog— son sinceras y contundentes muestras de la reconstrucción que el autor-padre se ha empeñado en ir haciendo durante un tiempo concreto después de un derrumbe un día de diciembre de 2013; pero no sé si es más la experiencia de un escritor que no ha encontrado otro modo de explicarse que a través de la escritura. Poco puede importar al escritor-padre si su texto da la talla en términos literarios; pero importa. El autor se pregunta —«Catorce»— para qué sirve lo escrito: «No se trata de material escrito con el objeto de insuflar positivismo a los familiares de las personas con trisomía del par 21. No es expresamente un canto a la vida ni un monumento al valor humano. En realidad, no son sino palabras desnudas esbozadas aquí y allá, casi nada» (pág. 31) y afirma que encuentra en las brasas de la literatura su terapia. Cincuenta y dos apuntes de un diario sin fechas pero fácil de seguir en el tiempo. Sin prisas pero sin pausas, se sigue un proceso paulatino de comprensión del que escribe consigo mismo; de los primeros meses de vida de una criatura que se va formando junto al texto; de la presencia de otros personajes principales como Madre Coraje, el referente estimable. Hay que volver a felicitar a Francisco Rodríguez Criado por volver a tener la valentía de explorar una nueva ruta de su escritura. Nota bene.— Este libro tiene dos colofones: uno que dice que se publicó el primer mes de 2016, que es el primer libro de Ediciones Tolstoievski y que trata —aunque dice que es «la historia»— del primer hijo del escritor Francisco Rodríguez Criado. El otro colofón es toda una declaración editorial: «Odio eterno al solo sin tilde moderno». Discutible construcción y más que discutible convicción si en la página 39 leemos «¡Yo, solo yo!». Hay que felicitar también a Ediciones Tolstoievski, que tiene como divisa que «No necesitamos más libros. Necesitamos Literatura».

martes, julio 05, 2016

Vázquez Montalbán y los bibliófilos (y II) Extremaduras

© Fotografía de Rafa G. Recuero
Aquella columna que yo escuché nacer se tituló «Extremaduras», y se publicó, como todos los lunes, y con Félix Grande al fondo, en El País. Poseo recorte. Del 17 de marzo de 1997. La copio, además, aquí: «En la plaza Mayor de Trujillo, Pizarro pone cara de inadaptado. Centenares de jóvenes han ocupado el ámbito para interpretar una fiesta (las fiestas deben ser interpretadas sin respetar el orden de aparición escénica) contra el racismo, y entre el juventío se abre paso una caravana de más de 200 bibliófilos extremeños hacia su encuentro anual en el Museo de Coria. El viajero que huye no ha tenido más remedio que detener su andar, emocionado como sólo pueden emocionar la geometría y la compasión, la historia y la vida, en Extremadura. El país ofrece lo mejor de su inmejorable primavera y lo mejor de sí mismo, la síntesis de la gravedad histórica y de la inocencia del paisaje. La memoria en la piedra, instalada con placer junto al árbol del paraíso. La encina, naturalmente. 15 de marzo. Trujillo ofrece el imaginario de la cultura total, la cultura como patrimonio, los bibliófilos, y la cultura como consciencia crítica, los muchachos que se curan en salud de la previsible epidemia de racismo. Rodeado de reivindicaciones poscolombinas, Pizarro no sabe qué hacer con el caballo, si devolverlo a la cuadra o abrirse paso al grito de «¡disuélvanse!». Inútil orden: imposible disolver, está demostrado, un bloque formado por bibliófilos y jóvenes antirracistas, aunque aparentemente los unos y los otros se crucen por la plaza hacia fiestas separadas, en el fondo no distintas. El esplendor del paisaje suma la inesperada complicidad de la geografía y la magia del día acalorado añade la solidaridad, de las estaciones. Ante el papel en blanco no he tenido más remedio que escribir sobre este día excepcional vivido en Extremadura, bajo la advocación de Félix Grande, poeta entre Mérida y Tomelloso, descubridor de que a veces existen iluminados oscuros folios en blanco».

lunes, julio 04, 2016

Vázquez Montalbán y los bibliófilos (I)


© Vicens Giménez
Hace ya dos veranos recordé aquí a Vázquez Montalbán. Vino en 1997 a las aulas literarias y la lectura de la mañana la hizo en el antiguo teatrillo de la Facultad, abarrotado. Conservo las notas en las que me apoyé para presentarlo con un amplificador portátil con micrófono. Con aquel tal Vázquez uno podía imaginarse recorriendo los pasillos de una universidad española o extranjera e irse parando frente a la puerta de un aula, pegar la oreja y escuchar, por ejemplo, en una clase de literatura, que el profesor hablase de los novísimos y citase A la sombra de las muchachas sin flor; seguir un poco más adelante y detenerse delante del aula en la que explicaran historia contemporánea a partir de la Crónica sentimental de la transición que publicó Vázquez Montalbán en el diario El País en 1985; y más allá otro profesor de literatura que hablase de la novela negra en España y del mismo Vázquez que ocupara la clase que en otro piso se impartiese sobre la historia de la prensa española en el último tercio del siglo XX. Por eso, aquella alargada e inclinada aula de los bajos del edificio Valhondo estaba llena de estudiantes de Bachillerato y de varias Filologías, de Historia, de Humanidades... Por la noche, como ya dije, leyó poemas de su libro Ciudad (Madrid, Visor, 1997). Al día siguiente tenía que participar en el Día del Bibliófilo que organizaba la UBEx, y esa misma noche —si no estoy equivocado— se lo llevó Matilde Muro a Trujillo, en donde me lo encontré a la mañana siguiente, saliendo del Parador muy poco después de aparcar mi coche en sus inmediaciones. Nos saludamos felices por la coincidencia. Caminábamos hacia el Convento de La Coria, sede de la Fundación Xavier de Salas, y, al pasar a la altura de las traseras de la estatua ecuestre de Pizarro, vimos en las escalinatas de la plaza  a un nutrido grupo de jóvenes tocando bongós en un festival de músicas del mundo. «¿Qué estará pensando ahora Pizarro de nosotros, que vamos a una reunión de bibliófilos, y de estos chavales solidarios?»— recuerdo, más o menos, que me dijo. Y lo recuerdo porque esa frase fue la que engendró la columna que Vázquez Montalbán escribió para el lunes 17 de marzo de ese año. Y recordé lo que un día me dijo Juan José Millás sobre un Manolo Vázquez Montalbán que se levantaba de la mesa un momento para ir al baño y que cuando volvía ya había escrito una columna.

viernes, julio 01, 2016

Onetti

Cuando entonces.