© Andrés Rábago. El País
No me gustaría estar en Yabalia (Gaza). Me lo dije esta mañana al escuchar las noticias, y al escribirlo aquí pienso en la tonalidad casi siempre sombría de mis textos desde hace bastantes años en un día como el de hoy. A pesar de los buenos deseos. Debe de ser una reacción al alborozo forzoso, una manera de objetar frente a una realidad trucada a base de campanillas y adornos. Pero no me reconozco en tradiciones ajenas en las que nombres como Scrooge o Grinch están asociados a un rechazo desapacible de las fiestas navideñas. Ni en las tradiciones ajenas ni en las propias, aunque me apetezca ahora traer aquí Las superfluidades, un sainete de Navidad de Ramón de la Cruz, de 1768, que reprueba los comportamientos sociales en fechas tan señaladas. En el Madrid de la época, el personaje de don Blas asiste pasmado a la ansiedad febril de un grupo de ciudadanos por celebrar las fiestas («¿Conque Noche-buena quiere / decir hartura de panza?»), felicitar a todo quisque en persona por todos los barrios, por todas las calles y por todas las casas, o gastando seis resmas diarias en cartas con parabienes, para que las personas de buena condición y justa petimetría tengan el consuelo «de haber / dado a todo el mundo Pascuas», aunque muertas se caigan. No es difícil encontrar paralelismos entre la cuchipanda de una cena del sainete de Cruz a la que no puede faltar nadie, o las cartas masivas, y los usos actuales en los que pervive tanta tontería: «Que si se aplicaran / a cumplir su obligación / los hombres como se afanan, / superfluamente por que / no se murmure que faltan / a los cumplidos de duelos, / parabienes, años, Pascuas, / etcétera, evitarían / otras censuras que dañan / más su crédito, y mejor / tiempo y salud emplearan». Feliz Navidad.
1 comentario:
Cada uno celebra la Navidad como puede, o como los compromisos sociales le obligan. En cualquier caso, todos somos ya mayorcitos para evitar caer en las tonterías que dice la televisión, por ejemplo...
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