«I love Pisa», me dijo este sábado el recepcionista del hotel en el que me alojé como el que no siente lo que dice. Era la clave de la conexión wi-fi por la que le había preguntado. Me hizo gracia. Nunca había estado en Pisa y consideré al programar mi estancia italiana que desde Perugia podría viajar y hacerlo con la comodidad y la libertad de movimientos que te da un coche. En dos horas y media me encontré en esa ciudad que está bastante menos poblada que la capital de la Umbria y, sin embargo, resulta mucho más bulliciosa, con mucho tránsito, sobre todo, en fin de semana. «I love Pisa too». Dicho en un tono menos frío y utilitario que el de recepción, porque, la verdad es que es una ciudad fascinante en su postal más vista de lo que llamó D’Annunzio «Campo dei Miracoli», que yo humanizaría en «prodigios»; pero con un montón de rincones y de sitios en los que la vida es la cara de la amabilidad y del bienestar, como sentarse en una terraza a tomar con un sol suave, ya cayendo, un aperol spritz en compañía de dos doctorandos extremeños que disfrutan de una estancia de tres meses en la Scuola Normale Superiore di Pisa. Lo he pasado muy bien con Marta y Carlos, que han sido muy buenos anfitriones en esta ciudad excepcional. Con ellos he visitado la Torre —he subido y he sufrido del mal de altura; por eso bajé en cuanto pude—, la Catedral, el Baptisterio, el Camposanto, y luego, fuera pero cerca de los milagros, el extraordinario Jardín Botánico y algunos lugares quizá menos visitados por el turista e incluso por los habitantes de Pisa. La Piazza dei Cavalieri merece varias miradas panorámicas por la belleza de sus edificios, entre ellos el de la Scuola Normale y su Biblioteca; y también, en estos dos días, un vistazo a los puestos de libros, de los que me he traído unos ensayos del hispanista Ezio Levi (Nella Letteratura Spagnola Contemporanea), publicados en Florencia en 1922, donde el profesor trató a autores como Unamuno, Blasco Ibáñez, Antonio de Hoyos, Concha Espina y Rufino Blanco Fombona, el venezolano del que yo no he leído nada, y tiene mucho. Y también compré una guía de Umbria por tres euros que me habría llevado el sábado que me la señaló Carlos cuando pasamos por aquella maravillosa plaza. Volví el domingo, allí seguía y la compré. De 1966, después de muchas ediciones, pertenece a una colección («Guida d’Italia del T.C.I.») que supongo muy difundida, contiene cuidados mapas y planos y está en muy buen estado de encuadernación y de papel. Parece que su publicación la promovió el «Touring Club Italiano», que es el nombre —Touring— de ese hotel en el que el recepcionista me dio la clave de internet desde un mostrador con una reproducción de la Torre de Pisa dento de una urna cilíndrica de metacrilato calzada con una cuña de madera para enderezarla, que interpreté como sutil señal de humor pisano. Cuánto he visto en poco tiempo.
martes, octubre 12, 2021
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