Ayer fui a ver la exposición de Kamilo Guevara que está en el Palacio de la Isla hasta el más próximo 5 de noviembre. Estuve solo; y con mascarilla, claro. No había nadie y nadie entró mientras estuve recorriendo las dos salas. Pude releer y volver a ver El jardín de las flores pájaro, que ya tuve ocasión de recoger aquí. Recomiendo su lectura in situ, allí en la sala grande, antesala de la chica, para solazarse con los textos de Javier Alcaíns y los dibujos de un artista que quiere poner por delante su obra frente a su persona, y que redacta, bajo seudónimo, el texto de presentación de la exposición en términos como los que siguen: «Los autores desaparecen, las obras permanecen, aunque se guarden en olvidados lugares. Allí permanecerán en silencio, hasta que alguien las descubra. Las obras hablan por sí mismas. Se defienden o se descalifican por sí solas. No necesitan elogios ni adornos. Qué importa si el autor expone mucho o poco, qué importa si mostró su obra en París o en Madrid. Lo importante es que una parte de esa obra esté aquí colgada, expuesta para que tú la valores. Tu opinión es lo importante. Yo debo limitarme a mostrarlas. El resto es cosa tuya. Juzga con rigor. Olvida el elogio fácil y complaciente. Gracias por aceptar mi invitación. Un saludo». Como se dirige a mí, sabe el autor que yo no voy a ser complaciente por politesse, que voy a dar mi opinión entusiasta sobre su trabajo por afinidad y cercanía, que me gusta lo que hace y que volví de su muestra —eso sí, con medios escasos, mejorables— encantado de volver a estar cerca de su obra original y luminosa, llena de colores y de sugerencias. Ya hoy, sábado, me he asomado a las dos convocatorias de la asamblea general de la Asociación de Escritores Extremeños, que, siendo por videoconferencia, yo creía que iban a ser un éxito en cuanto a quorum. En cualquier caso, ha sido un desayuno tardío relacionado con la cultura del libro y la escritura, a pesar del trámite administrativo y con el gustoso añadido de ver las caras a compañeros de este empeño en el que algunos estamos desde hace muchos años. Bien. Así que cultura segura, como la presentación del libro de Isidro Timón, esta mañana en la Biblioteca Pública, con un aforo limitado —otro quorum— a veintiuna personas, con Pilar Galán oficiando de presentadora en un acto muy grato en torno a ser-veleidades (Mérida, De la luna libros, 2020), una colección de relatos muy breves —el más largo de seis páginas—, que, como me escribió Isidro un día de este junio, podría ser como la fotografía de un instante: «las palabras colocadas de una determinada manera, con una intención… Tras el clic, siguen su camino infinito de mezclarse, abandonarse, amarse, odiarse… ¿Serán la vida misma esas palabras?». Qué alegría me da ver este libro publicado. Y qué raro tener que terminar esta nota con la convicción de que la cultura tiene que continuar de algún modo siempre seguro, antes que las comuniones y los bautizos, los botellones y las bodas. Qué sé yo.
© Teresa Rejas
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