Esta mañana he vuelto de Zafra, en una luminosa mañana de domingo con muy poco tráfico en la carretera hasta Cáceres. En esta ocasión, solo; pero mis hijos saben que cuando vamos juntos volvemos con una sensación de plenitud muy grande porque sus tíos Eva y Josemari tienen la capacidad de extraer de lo cotidiano un momento especial o el mejor traído ejemplo de un manual de buenas prácticas de vida. Yo creo que ellos, que tienen su dedicación profesional, a la que se entregan con honradez y responsabilidad, se visten en los ratos libres de anfitriones y ejercen con generosa destreza la hospitalidad como forma de ser. Ayer la temperatura acompañó para estar al aire libre en una terraza envidiable en la que pude, a recomendable distancia, comer con ellos y con Mª Carmen Rodríguez del Río, que es una persona excepcional, a quien conozco desde que yo era alumno de Bachillerato. Yo quiero llegar a ser octogenario como ella lo es, ser tan buen lector como ella, tan activo y comprometido como ella. Me parecía estar conversando —entrevistando— a un personaje eminente; y me viene a la cabeza Mary Beard, que salió en la conversación. También María Teresa León y Stefan Szweig. Por la tarde, dimos un paseo y nos sentamos en el jardín del Parador. Salvo unos minutos, estuvimos solos y comparamos tan apacible y segura situación con la masificación de algunas terrazas en la Plaza Grande. Qué se le va a hacer. De vuelta a casa, preparativos para disponer un cine de verano en la terraza de casa, y beber y picar algo. Bebimos y picamos una película que tiene ya casi treinta años, Barton Fink (1991), de los hermanos Coen —con John Turturro y John Goodman como actores principales—, llena de guiños a la historia del cine, de giros y hallazgos, de detalles prolépticos, de incidencias no resueltas… Hay un momento memorable en el que Lipnick, el vociferante presidente de la productora Capital Pictures, dice repantingado en el jardín de su mansión que en esta vida no se puede ser sincero y honesto siempre y siempre decir la verdad: «—De lo contrario, no estaría ahora en esta piscina, a menos que la limpiara». En la película de los Coen se acentúa la abismal diferencia entre esa mansión del productor y el siniestro hotel en el que reside el protagonista —que tanto recuerda al Hotel Overlook de El resplandor de Kubrick—; un recurso irreparable esta mañana en la terraza de mi hermano y Eva con un desayuno de película antes de partir de vuelta. Una calle para mi hermano y para Eva. Ahora que el Gobierno reactiva la ley de memoria histórica, me gustaría recuperar una de mis apuntaciones de las semanas pasadas y que no ha podido encontrar hueco aquí hasta ahora. El 25 de septiembre de 2007 publiqué esta entrada con una fotografía antigua. Volvería a publicarla. No es solo lo que yo quiero a «Josemarilama», ni siquiera que merezca una calle, una plaza o una glorieta, sino que vi hace ya unas semanas el acto grabado y tan bien editado por los jóvenes Antifascistas de Zafra del que mi hermano me habló —y me envió foto— que se celebró en el anfiteatro al aire libre del Instituto «Suárez de Figueroa» —donde dio tantas clases Mª Carmen Rodríguez del Río— el miércoles 12 de agosto. «¿Qué pasó en Zafra el 7 de agosto de 1936? Según los testimonios de quienes lo vivieron» fue el título de una proyección comentada de documentos impagables, con todas las medidas de seguridad. «Mucho público, y joven», escribió mi hermano, que concluyó su crónica con «El pebetero de la memoria sigue ardiendo». Bueno, bien. Hacía tiempo que no recuperaba esta serie de las Glorias de mi pueblo.
domingo, octubre 11, 2020
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2 comentarios:
Siempre aprendiendo de los Maestros, hasta y sobre todo en el vivir...
Gracias por tu comentario, Florentino. Abrazos grandes.
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