La publicación ayer en el periódico Hoy de un breve texto sobre el estreno de la última obra que se programa en la edición LXIV del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida me ha hecho reflexionar sobre algo que siempre me ronda la cabeza. Tiene que ver con el ejercicio de la crítica literaria; en este caso, la crítica teatral. Yo no soy crítico ni cosa que lo valga. Solo soy un espectador que tiene la posibilidad de expresar su opinión en un medio público. Sin que le paguen. Y por aquí podría empezar; y conste que nada pido ni estoy quejándome de nada. Porque me pregunto cuánto me cobraría cualquier profesional después de haber hecho el trabajo previo a la escritura de las setecientas cuarenta palabras que yo escribí y que se publicaron ayer. Yo me leí el texto original de la obra de Eurípides que iba a comentar. Yo me leí la versión que Isidro Timón y Emilio del Valle hicieron del texto clásico. Además, fui a ver un sábado por la mañana un ensayo general, sin vestuario ni música, muy en fárfara aún, de la obra que vi el miércoles pasado, con un descuento en la entrada del cincuenta por ciento gracias a la productora, en su estreno en Mérida, adonde me desplacé, claro, desde Cáceres, en mi coche. Nadie me obligó, es cierto. Y esto me da pie para lo segundo que quería decir y que echa por tierra todo el sentido de la crítica tal y como algunos la entienden. ¿Es una crítica fiable y solvente aquella que no pone ni un reparo a lo visto o leído? Y yo, en estos casos, respondo que me da igual. Que allá cada uno con entender lo que quiera. Yo no escribo para dar lecciones a nadie, para echar por tierra un trabajo responsable o para enseñar al que no sabe. A veces sí lo he hecho, y supongo que habré tenido motivos; pero yo no soy así. Yo, en estos casos, solo pienso en mí, en mi propio disfrute. El que me aporta contar a alguien que he sido feliz, participar a otros que me lo he pasado bien. ¿Hay algo más bonito que eso? Sí, habrá; pero tengo que afirmar que es muy agradable escribir palabras amables como reconocimiento a lo que alguien con arte te ha dado. Vamos, que no lo hago por nadie; que lo hago por mí, para mí. Y por lo bien que se siente uno cuando le cuenta a los demás lo dichoso que ha sido con algo tan sencillo.
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