El pasado viernes estuve en Badajoz, en la inauguración de la Feria del Libro. Al recoger el coche para volver a Cáceres escuché y vi, en el interior de una cafetería que estaba echando el cierre cercana al Parque de San Francisco, a una camarera llorando. Me fijé después en que en la pared de la barra en la que recogía —aferrada con las dos manos al palo de una fregona— había un rótulo con una de esas frases sobre la felicidad que te invitan a que valores la vida, algo así como «La felicidad suele colarse por una puerta que no sabías que habías dejado abierta». Algo así. Me resultó tan extraño que me quedé allí parado y anduve un rato por la acera hasta la esquina que esa cafetería tiene con otra calle a la que da por las traseras el almacén del local. Y allí otra vez la chica llorando desconsoladamente, con un cigarrillo en los dedos y un pañuelo que se llevaba a los ojos y la nariz con la cabeza gacha como el que mira al suelo porque ha perdido algo. Me quedé allí un momento como si esperase a alguien que vendría a decirme que todo puede dar un giro de repente. Y regresé a la puerta principal para volver a leer la frase feliz, algo así como «La felicidad es cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en armonía». Algo así. Pero ya el compañero de la joven, que me pareció demasiado tibio con el disgusto de ella y que había terminado de recoger las sillas de la terraza, había bajado la persiana metálica y cerrado ruidosamente la noche de ese pasado viernes y la racha de pena y de desolación de esa chica desconsolada. Fue algo así.
miércoles, mayo 23, 2018
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