Manuel Ciges Aparicio (1873-1936). Del blog de Jesús Arribas
Para alguien que como yo se dedica a la enseñanza y la investigación de la historia de la literatura es de celebrar que las obras de autores tan significativos como Federico García Lorca, Ramón del Valle-Inclán o Miguel de Unamuno pasen a dominio público; pero también las de Pedro Muñoz Seca, Francisco Villaespesa, Ramiro de Maeztu, Andrés Carranque de Ríos o Manuel Ciges Aparicio. Y también, por ampliar el campo de interés, las de José Antonio Primo de Rivera o las del erudito Emilio Cotarelo y Mori. Ya señalé aquí que los derechos de explotación de una obra caducan a los ochenta años de la muerte del autor, contados a partir del primero de enero del año siguiente del fallecimiento, siempre que el autor en cuestión haya muerto antes del 7 de diciembre de 1987. Para los fallecidos después de esa fecha, se aplica la nueva legislación que reduce el plazo a setenta años. La libre disposición sin reparos de los textos de los autores citados, y de otros muchos, para su divulgación y estudio es un gran regalo de Reyes este año. Hace pocos días, el diario El País aludía a esto mismo y recordaba la opinión de un editor como Diego Moreno (Nórdica), partidario, en la línea de los herederos de Lorca, de que en casos de muerte no natural, y más por asesinato, se extendiese el plazo legal. El asunto no es nuevo y propicia la discusión. Yo estoy del lado del dominio público. (También en lo que se refiera a aquellas propiedades sobre las que se ejerce un derecho de uso que impide su desarrollo). Para el caso de Lorca, baste como muestra un antiguo artículo de Ricard Salvat, publicado en los últimos años del franquismo, como carta abierta a los herederos del poeta granadino, que luego reprodujo la revista de su Asociación de Investigación y Experimentación Teatral, Assaig de teatre (números 5-6), en 1997 en un número especial «Entre el seixantè aniversari de la mort de Federico Garcaía Lorca i el centenari del seu naixement». Allí, el gran director catalán, que lamentaba que unos estudiantes de Derecho, grandes admiradores de Lorca, no pudieran montar Yerma por no haber obtenido los permisos necesarios, escribía para cerrar su texto: «Agradecería a mis lectores y, sobre todo, a los herederos de Lorca que no vieran en este artículo mío ningún eco de disgusto personal. Me ha movido a escribirlo, a pesar de que sé que es un tema muy espinoso, la gran admiración que siento por la obra de Federico García Lorca y también porque estoy convencido, por lo que he leído de él o por lo que Eduardo Blanco Amor me ha contado de la persona de Federico, que él nunca hubiera hecho nada parecido, nunca, estoy seguro, hubiera negado a los jóvenes el acceso a su obra». Esto, en 1971. Regalo de Reyes.
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