El móvil (1987), primer libro de Javier Cercas, contiene un relato homónimo, el más largo de los cinco que compusieron la primera edición, que trata de un tipo que decide escribir una novela. El gran éxito Soldados de Salamina (2001) es una novela que cuenta cómo puede hacerse una novela. En La velocidad de la luz (2005), Rodney Falk, el amigo del protagonista, dice a éste que en una novela lo que no se cuenta siempre es más relevante que lo que se cuenta y que en ella los silencios son más elocuentes que las palabras, y que en el fondo la mejor manera de contar una historia es no contarla. El narrador de El impostor (2014) fuerza un diálogo con su personaje, Enric Marco, para cuestionar su propio relato y, de paso, otro relato real como Soldados de Salamina. El epílogo explicativo e interrogativo de El impostor se titula «El punto ciego», que es el título que Javier Cercas ha elegido para nombrar un conjunto de ensayos sobre la novela como género, como «el género de las preguntas» (p. 55): El punto ciego. Las conferencias Weindenfield, Barcelona, Random-House, 2016. No parece esto una gran novedad para el lector de Cercas que sabe que este autor ha estado dando vueltas siempre a una misma idea que engloba el sentido de lo que un escritor hace cuando escribe. El lector que aprecia que, cuando Cercas vuelve a tratar sobre lo mismo, lo hace con la frescura del asombro de la primera vez. El libro es la reelaboración y traducción de las cuatro conferencias que Javier Cercas impartió en la Universidad de Oxford como Weidenfield Visiting Professor in Comparative Literature durante la primavera de 2015; y el origen de la expresión del título proviene del ámbito científico de la óptica, del punto ciego que el ojo humano tiene, una zona de oscuridad, un lugar a través del que no se ve nada, como ocurre —según Cercas— con una moderna tradición de novelas que contienen la paradoja de que gracias a esa zona en la que no se ve nada, esos textos ven, se iluminan. Valdría decir que la luz es la respuesta, o la pregunta o la búsqueda de una respuesta que es que no hay respuesta. La definición sucinta de la novela de punto ciego es una de las ideas recurrentes de este ensayo en cuatro partes cohesionadas precisamente por ese recurso rítmico de construcción del relato que Cercas ha utilizado en otras ocasiones en sus novelas, en virtud del cual la narración se hilvana por la reiteración de un hecho, un comentario, una idea, un detalle... O un libro, como el Quijote, que es el centro capital de un corpus de novelas del punto ciego en el que se encuentran títulos como Moby Dick, El proceso, o La ciudad y los perros, y, cómo no, la obra de Javier Cercas. A aquellos que consideren que Cercas se cita a sí mismo demasiado en este libro recordaré lo que el escritor de Ibahernando (Cáceres) escribió para el «Epílogo a la edición de 2015» de Soldados de Salamina: «Nunca he dicho […] que, si un escritor es totalmente honesto, merece la pena tener muy en cuenta lo que dice de su propia obra, porque nadie la conoce mejor que él». Claro que hay que tenerlo muy en cuenta, aunque no sea lo principal. He desarrollado esto —bueno, más bien, lo he formalizado— en la reseña «El punto ciego de la novela» que publicó la revista Turia en su número 120 (noviembre 2016-febrero 2017), págs. 428-429. Y ahora que he buscado en la red a Cercas para reproducir la imagen de la cubierta de su libro, me percato de lo chocante que resultará a muchos que solo me refiera a él por su novelística.
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