martes, febrero 04, 2014

La sed de sal (III)


Quienes conocen bien el recorrido literario de Gonzalo Hidalgo Bayal sabrán que comenzó publicando poesía. Sí, el primer libro de Gonzalo Hidalgo Bayal fue un libro de poemas, Certidumbre de invierno, una entrega breve que fue el primer número (99) de la colección «La Centena» ideada por Antonio Gómez y que empezó a publicarse en noviembre de 1986. Poco cuesta adivinar la mano y el empeño de Ángel Campos Pámpano en esta primera publicación de su amigo Gonzalo. Luego, poco después, llegó la primera novela, Mísera fue, señora, la osadía (Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, 1988); anterior, sin embargo, en escritura, al libro de versos, y una especie de telar en el que quedaron muchos pespuntes de lo que hoy es una narrativa de gran personalidad. Murania, don Gumersindo, Casas del Juglar, el gusto por lo atomístico en una serie numerada de secuencias o capítulos, o la poesía que se cuela incluso en la relación del menú en la voz de rosa de Catalina la refitolera: «Patatas, de primero, / arroz a la cubana / y sopas de fideos» [...]; y las espinelas de Espinosa, el bardo Ramiro A., de aquella Mísera... Por esto, por esa vocación métrica de Hidalgo Bayal desde sus primeros escritos, la lectura de unos versos en lo que escribe —en su blog o en una novela— siempre es motivo de regocijo. Sí. Siempre me ocurre. Recientemente, en la lectura de La sed de sal, que contiene un breve cancionero, el motivo de esta entrada (y de una próxima). Pero también en uno de sus más recientes relatos publicados, «Adames», que apareció en Quimera (núm. 359) en el octubre pasado de 2013, y que retrata a un alumno hervaciano que era el poeta. El relato que pudiera ser homodiegético devela la afección bayaliana por la poesía, sus «certidumbres invernales». Por cierto, esta perla es de Certidumbre de invierno: «Siembran los hombres con torpeza lenta / su ruda cicatriz sobre la nieve». Vendrá más.

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