© EFE
¿Hay cosa más extravagante —como diría el Padre Isla en su prohibido Fray Gerundio (1758) sobre los predicadores de la Escritura— que tan alta dignidad del Estado le hable a un Santo? Bien estaría que lo hiciese en la más estricta intimidad; pero en público... Ayer, mientras conducía hasta España desde Galicia —entiéndaseme, desde Galicia pasando por Portugal—, escuchaba al Rey Juan Carlos dirigirse al Santo Apóstol para que nos saque de la crisis y que ilumine a nuestros políticos para que sirvan con generosidad al interés general. Parece una broma, la verdad, con todos mis respetos. Si se trata de una tradición —para algunos, según leo, inconstitucional por nuestra aconfesionalidad—, debería mantenerse la debida compostura alegórica y teatral; pero llevarla al terreno tan real de la vida cotidiana puede producir en el que está en el paro desde hace meses cierta incomodidad. Si el Jefe del Estado se encomienda al Santo Apóstol oficialmente no sé a qué una huelga general ni entiendo por qué el Presidente del Gobierno no ha echado mano del Santo el día del debate sobre el Estado de la Nación. ¿Qué es esto? Una tradición. Una alegoría. Una escena sin importancia. No es para tanto. No pasa nada.
lunes, julio 26, 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Profesor Lama, cuando uno ya no sabe qué hacer y nada de lo hecho parece dar resultado, no está de más encomendarse a los santos... o al mismísimo diablo, eso ya a gusto del consumidor.
Publicar un comentario