miércoles, julio 28, 2010

Banderillas negras

© Ramón Gaya
—Hay gente pa tó —le dijo El Gallo a Ortega y Gasset cuando se lo presentaron como filósofo. Lo mismo me he dicho esta tarde cuando he visto a gente llorar y abrazarse de alegría por la decisión del Parlamento de Cataluña de prohibir los toros allí. Me imagino también la emoción del toro en su dehesa y su agradecimiento eterno a quienes han logrado la prohibición. No me tomo por aficionado fetén ni entendido; pero sí afecto sentimental, estética y culturalmente afín al mundo del toro. No a la peineta, ni a la taleguilla viril, ni a los santos ni a las vírgenes en improvisados altares de hoteles de cuatro y cinco estrellas o de hostales de mala muerte. Sí al mundo del toro, en el que no conozco a nadie que disfrute con la crueldad que sí veo en otros espectáculos con el mismo animal como protagonista y que no han sido aún prohibidos. Mañana firmaría a favor de su proscripción. Lo ocurrido es una loable iniciativa popular bien administrada políticamente que ha llevado a una votación parlamentaria que modifica una ley y tendrá como resultado la prohibición, de aquí a un año y medio, de los toros en Cataluña. Lo lamento; aunque las consecuencias no serán tan graves como se dice. En Cataluña, la fiesta estaba tan monumentalmente restringida y localizada que tanto ruido para eso olía mal. Al fin y al cabo, todo se ha hecho por un animal tan noble e irracional como el toro. Lo dicho, agradecimiento eterno de esa parte animal.

1 comentario:

Francisco Fuster Garcia dijo...

Querido Miguel Ángel:

Hablando de Ortega, te copio una cita que he dejado esta tarde en el blog de un amigo que también se lamentaba de la decisión. Es una digresión orteguiana al hilo de un tema que nada tiene que ver con la tauramaquia, pero creo que la conclusión es perfectamente extrapolable y las palabras parecen estar escritas pensando en los "anti-taurinos":

“Al primer pronto, una actitud «anti-algo» parece posterior a este algo, puesto que significa una reacción contra él y supone su previa existencia. Pero la innovación que el «anti» representa se desvanece en vacío ademán negador y deja sólo como contenido positivo una «antigualla». El que se declara anti-Pedro no hace, traduciendo su actitud a lenguaje positivo, más que declararse partidario de un mundo donde Pedro no exista. Pero esto es precisamente lo que acontecía al mundo cuando aún no había nacido Pedro. El antipedrista, en vez de colocarse después de Pedro, se coloca antes y retrotrae toda la película a la situación pasada, al cabo de la cual está inexorablemente la reaparición de Pedro. Les pasa, pues, a todos estos «anti» lo que, según la leyenda, a Confucio. El cual nació, naturalmente, después de su padre; pero, ¡diablo!, nació ya con ochenta años, mientras su progenitor no tenía más que treinta. Todo «anti» no es más que un simple y hueco «no».

Sería todo muy fácil si con un «no» mondo y lirondo aniquilásemos el pasado. Pero el pasado es por esencia «revenant». Si se le echa, vuelve, vuelve irremediablemente. Por eso su auténtica superación es no echarlo. Contar con él. Comportarse en vista de él para sortearlo, para evitarlo. En suma, vivir «a la altura de los tiempos», con hiperestésica conciencia de la coyuntura histórica.

El pasado tiene razón, la suya. Si no se le dá ésa que tiene, volverá a reclamarla, y de paso a imponer la que no tiene”.

José Ortega y Gasset, “La rebelión de las masas” (1930), en “Obras Completas”, Vol. IV, Madrid, Taurus, 2005, pp. 432-433.

Recibe un saludo y el deseo - extensible a toda la gente de la UNEX y del Servicio de Publicaciones - de que pases un buen verano.