martes, diciembre 31, 2024

Libro mediterráneo de los muertos

Es uno de los libros sobre los que más he vuelto a lo largo de todo este año y uno de los que más unanimidad ha suscitado entre todo lo conocido por mis amigas y amigos. Publicado en 2023, sus aguas se han dejado notar a lo largo de 2024 con inusitada aclamación, y muchas han sido las ocasiones en que he hecho algún apunte sobre este libro fascinante. Todavía con los ecos de la concesión del Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro/Fundación Centro de Poesía José Hierro en noviembre de 2022, Mª Ángeles Pérez López acudió al Aula José María Valverde de Cáceres en febrero de 2023, donde leyó algún poema de su obra inédita —«Re es a raíz como rem a matriz» se incluyó en el cuadernillo de la lectura como texto del Libro mediterráneo de los muertos en prensa—, que dejó de serlo ese mismo mes para iniciar una andadura llena de aplausos y reconocimientos que asentaban la idea expresada por ahí de que la mejor poesía española de los últimos tiempos la están escribiendo las mujeres. Este libro me removió, en este orden, por su inspiración como acto de lenguaje, y por la fuerza de su sentido ético. Ambos rasgos son los que lo sitúan en la línea de la historia, la literaria de la poesía del primer tercio del siglo XXI y la historia social del mismo tramo de un tiempo que incluye tantos avances que a veces no vemos que sigue agrandándose la desigualdad entre los vivos y los ahogados. Al poco de su publicación en Pre-Textos aparecieron las primeras reseñas, que pusieron de manifiesto que libros así no caben en estrecheces de urgencia; que, por el contrario, piden la infrecuente calma para la reflexión y el análisis de páginas que no tardaron en darse en medios como la revista Nayagua, con la sugerente lectura de Ernesto García López, o en la posibilidad de construir con la autora una conversación de la índole de la que se publicó en Adiós cultural (núm. 161, de julio de 2023), de Javier Gil Martín, luego reproducida en Vallejo & Cº  ya en este 2024 en el que, en mayo, Libro mediterráneo de los muertos recibió el IV Premio Nacional de Poesía Juan Meléndez Valdés a la mejor obra publicada en 2022 y 2023, y cuyo jurado destacó como poesía orgánica contra la indiferencia en un libro valiente y arriesgado, en el que cada poema «es una semilla que germina en la fertilidad del lenguaje para crecer y entrelazarse, como una planta hermosamente invasora, con los otros poemas», dada su disposición en ocho poemas en prosa extendidos en sus correspondientes notas como un todo. Por el volumen de comentarios críticos y otros ecos derivados de los versos de Mª Ángeles Pérez López, en un 2024 que este noviembre nos dio una primera reimpresión del libro, con otras reseñas relevantes de José Mª Balcells o Antonio Daganzo, que he ido anotando en estos meses, me he animado a dejar aquí esta crónica de un libro de una repercusión extraordinaria que he podido conocer de cerca y en vivo a lo largo de este año que termina en pocas horas. Feliz 2025.

sábado, diciembre 28, 2024

Una aparente inocentada

Tomo notas para escribir algo sobre la reciente edición crítica del Lazarillo de Tormes de Luisa López Grigera (Madrid, Arco/Libros-La Muralla, 2024), y me he acordado de cuando se hizo público el hallazgo de la conocida como Biblioteca de Barcarrota, además de la adquisición por la Junta de Extremadura de aquel tesoro de libros y el compromiso del gobierno regional de velar por su conservación y fomentar su difusión e investigación. Se hizo en una rueda de prensa celebrada en la sede de la presidencia de la Junta la mañana del miércoles 27 de diciembre de 1995, en la que participó Toni Saavedra, propietaria de la casa donde se encontró el alijo, junto a Juan Carlos Rodríguez Ibarra y el consejero de Cultura y Patrimonio Francisco Muñoz Ramírez. Al finalizar el acto, que hubo que agendar con ciertas prisas y con las dificultades de las fechas navideñas, alguien reparó en que la noticia se publicaría el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, por lo que titulares de periódicos nacionales como «Descubren la que podría ser segunda edición de ‘El Lazarillo de Tormes’» (El País, 28-12-1995, pág. 31) o «Encontrado un Lazarillo de Tormes de 1554» (Diario 16, 28-12-1995, pág. 26) podrían ser leídos con la prevención del día. ¿Un ejemplar desconocido del Lazarillo hallado emparedado junto a nueve impresos más y un manuscrito del siglo XVI en una vivienda de Barcarrota (Badajoz)? A alguno pudo parecer aquello una inocentada que, por fortuna, resultó ser una noticia tan verdadera como feliz.

miércoles, diciembre 25, 2024

La orilla del camino

Pienso en lo ingrato que es para el reseñador y para lo reseñado escribir sobre un volumen colectivo. Pongo por caso, las actas de un congreso que reúnan casi una veintena de trabajos que necesariamente hay que mencionar con algún apunte sobre su contenido y aportaciones, y, por consiguiente, ocupar la mayor parte del poco espacio disponible sin haber podido desarrollar matices de interés. Se me ocurre ahora cuando escribo sobre este libro de relatos, que no es colectivo, sino de un solo autor; pero que, por su copiosidad plantea esa dificultad al comentarista que no quiera abrumar al lector con un exceso de páginas. Este extraordinario La orilla del camino, de Emilio Gavilanes, publicado en su serie de Narrativa por la editorial Pre-Textos este 2024 que toca a su fin, contiene ciento cincuenta y ocho cuentos, que es un número que sobrepasa considerablemente la composición habitual de un libro de relatos. Borges reunió en Ficciones diecisiete piezas, Final del juego de Cortázar tuvo una más, y hay nombres como Antonio Pereira cuya obra cuentística completa no asciende a mucho más de doscientos títulos. Así que, si uno tiene en cuenta —y en cuento— que Emilio Gavilanes es autor, además, de varios libros de narrativa corta (La tabla del dos, de 2003; El río, de 2005; El reino de la nada, de 2011; Historia secreta del mundo y Autorretrato, de 2015), estamos ante un caso notable de producción literaria, al que hay que sumar varias novelas y otras entregas de textos en prosa y verso (haikus). Con la dificultad aludida, me centro ahora en la colección La orilla del camino, que recoge textos en su mayor parte inéditos —algunos se incluyeron ya en Autorretrato, como «Historia Sagrada», «Jesús niño recuerda que es Dios», «Sobre el abismo del mar», «Una página de Kipling»...; y la revista Quimera publicó en 2018 «Otra leyenda medieval»—; y que se organizan en el volumen obedeciendo a un criterio cronológico por la materia de los textos. Es destacable esta voluntad constructiva del autor, ensayada ya en Historia secreta del mundo, que sitúa las historias míticas o de la más lejana Antigüedad en el primer tramo del libro, para ir avanzando por la Edad Media, los siglos XVI, XVII, XVIII («Los peregrinos» —pág. 154— hacen el Camino de Santiago en marzo de 1730) o XIX, hasta llegar al siglo XX que enmarca una sesentena de textos como bloque más numeroso del conjunto, que se cierra significativamente con uno de los relatos más extensos («Guerra en el tiempo»), sobre una suerte de viaje temporal, y un texto, brevísimo —tiene cuarenta y ocho palabras— y atemporal, «Apocalipsis». También aporta variedad la muy diferente extensión de los textos, aunque abundan los breves, que van del microrrelato de veinticuatro («Tiempo sagrado») o cuarenta y siete palabras («Profecías»), hasta los muchos que no pasan de dos páginas. Tiende el autor en general a la concisión verbal, a lo explosivo y preciso; pero también hay textos más largos, que se apoyan en recursos de cohesión muy logrados, como ocurre en «Tercera oportunidad» —págs. 285-304—, quizá el más largo de La orilla del camino, con el enfrentamiento entre el hombre que sonríe y el hombre que no sonríe. En otras piezas el título es un paratexto esencial que dilucida el cuento, como en «Muerte del caballo de Juana de Arco» —págs. 54-55— o en «1937, la niña Elisa Cuarental mira a su alrededor con atención» —págs. 305-306—, en donde no es una cartela que aísla el motivo fundamental del relato, sino que es texto de la narración, más que paratexto. Emilio Gavilanes sabe que los materiales del contador de historias abarcan desde los tiempos antiguos a los modernos, que provienen de lugares oscuros y cerrados y de bosques y llanuras, que pueden estar en la Bretaña francesa, en Sonora, en Hiroshima o en Medina del Campo, que sirven para tratar lo sublime y lo insignificante, y que son de los héroes, pero también de los villanos; y su libro, que tiene eso y más, es una incuestionable demostración de ese conocimiento del oficio. Una fuente principal de la que extrae el autor sus ingredientes está en la literatura, que es hilo de un buen número de relatos, a veces como un mero pretexto para montar una pieza logradísima, como ocurre con «El río» y sus personajes, que son «Víktor Koreliev e Ivana Repin, pareja de escritores románticos ucranianos, que, siguiendo el modelo de Heinrich von Kleist y su mujer Henriette Vogel, han resuelto suicidarse» (pág. 178). Valga como otro ejemplo espigado entre los muchos que pueden escogerse de la maestría de Gavilanes, para, si acaso, volver a sugerir con ello el aprieto de escribir de las cuatrocientas páginas de cuentos de La orilla del camino sin retardar mucho un punto final.  

domingo, diciembre 15, 2024

Bartolomé José Gallardo 5.0 (II)

Un ejemplo del interés del Ensayo de Gallardo al que alude Ana Martínez Pereira en el estudio introductorio de este tomo quinto lo encontramos en la entrada «Fernández de Moratín, Leandro», pues recoge la trascripción manuscrita de Rodríguez-Moñino de un manuscrito perdido de noventa y nueve hojas que contenía las apuntaciones del dramaturgo madrileño para su Historia crítica del teatro español, «que jamás vio la luz», como anota la investigadora responsable de esta edición: «Este manuscrito hoy perdido de Leandro Fernández de Moratín contiene interesantes y novedosas informaciones sobre la escena barroca, procedentes de otros manuscritos igualmente perdidos» (col. 255). De Gallardo a Moñino; y con los dos, nos beneficiamos ahora de este valioso repertorio. ¿Nos beneficiamos?, cabe preguntarse al tomar en consideración las circunstancias de publicación (?) de este volumen quinto del Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos de Bartolomé José Gallardo. Parece mentira; y no sé si va a seguir siendo verdad lo que dejó escrito don Antonio Rodríguez-Moñino y que Ana Martínez Pereira ha elegido como exergo de esta edición: «Don Bartolomé José Gallardo ha sido uno de los hombres de más negra suerte que ha habido en España. Del gremio de los vencidos, su historia la escribieron sus implacables vencedores, y así no hay insidia ni calumnia que no se haya esparcido sobre su persona». Y tan negra suerte, sí, si esta magnífica edición de la continuación de su Ensayo no puede distribuirse comercialmente, por carecer del ISBN apropiado, ni todavía se ha presentado convenientemente. No conozco más eco de su aparición que una reseña de Manuel Pecellín Lancharro, siempre bien informado de toda novedad bibliográfica y siempre presto a hacerse eco de ella, que salió con el título de «Las papeletas de Bartolomé J. Gallardo» en Hoy el sábado 15 de julio de 2023 (pág. 42). Nada más, que yo sepa. La Unión de Bibliófilos Extremeños todavía no ha programado una presentación, que, a estas alturas, siempre resultará extemporánea y forzada por unas circunstancias indeseables. Pero, como escribió Gallardo con sus características grafías, «Sin libros podemos dezir qe no ai enseñanza, i sin buenos libros no la ai buena». Buena enseñanza, pues, se extraerá de este libro suyo si se presenta y se destaca la información valiosa que tiene para el conocimiento de nuestra historia literaria, para añadir datos a la biblioteca de Juan Nicolás Böhl de Faber, por ejemplo, o para la historia textual de la Propalladia de Torres Naharro, cuyas ediciones de 1573 y 1520 se cotejan en unos papeles (cols. 764-793) que no llegaron a publicarse en el último tomo del Ensayo y que pueden resultar sorprendentes para muchos. Si cupiese la presunción de que alguien se interesara por la biografía del extremeño Bartolomé José Gallardo, sería un lugar común aludir a sus muchas desgracias, desde su persecución por la publicación del Diccionario crítico-burlesco, su exilio en Londres entre 1814 a 1820, o la pérdida de sus papeles y libros en el río Guadalquivir en junio de 1823, entre otros de sus muchos infortunios. Con este libro publicado, no se me ocurre otro modo que este para llamar la atención y reclamar una reparación al silencio que rodea a un hecho cultural de importancia, para, al menos, parar algo la prolongación de esa pertinaz mala fortuna de Bartolomé José Gallardo. 

Bartolomé José Gallardo 5.0 (I)

Se va el año y casi lo dejo pasar sin recoger aquí un comentario sobre un hecho editorial que me parece de innegable importancia para los estudios histórico-literarios. En realidad, la novedad tiene dos años, si atendemos al pie de imprenta, aunque yo no me hice con un ejemplar hasta diciembre de 2023, precisamente en Campanario, y pude confirmar luego la trascendencia de la publicación del tomo quinto del Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos de Bartolomé José Gallardo (Campanario, 1776-Alcoy, 1852), la monumental obra que recibió póstumamente, en 1862, el Premio de Bibliografía de la Biblioteca Nacional de España, y fue publicada en cuatro tomos entre 1863 y 1889. Impulsaron su edición los bibliotecarios Manuel Remón Zarco del Valle y José Sancho Rayón «con los apuntamientos» de Gallardo, y modernamente dispusimos de tan utilísima obra gracias a la edición facsimilar que sacó la Editorial Gredos en 1968. Editar ahora una prolongación de ese empeño bibliográfico es algo enormemente relevante y quienes lo han promovido merecen un reconocimiento inmenso. Sobre todo, la experta e investigadora que ha tenido la responsabilidad de preparar esta magnífica edición, Ana Martínez Pereira, profesora de la Universidad Complutense de Madrid y autora de libros sobre las cartillas y manuales de escritura en el Siglo de Oro y que fue quien ganó en 2005 el Premio de Investigación Bibliográfica que lleva el nombre de nuestro polígrafo, en su octava edición, con su obra Manuales de escritura de los Siglos de Oro. Repertorio crítico y analítico de obras manuscritas e impresas, publicada en 2006. Esta puede ser una descripción completa de esta edición moderna del quinto tomo de Gallardo: Bartolomé José Gallardo, Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos. Formado con los apuntamientos de                      . V tomo. Ana Martínez Pereira (Ed.), Badajoz, Ayuntamiento de Campanario y Diputación Provincial de Badajoz, 2022, 95 + 454 págs. Por diferenciar las dos paginaciones del volumen,  la de la introducción de Ana Martínez Pereira «Las anotaciones de Bartolomé José Gallardo y el Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos: un viaje del siglo XIX al XXI» (págs. 9-22), seguido del «Registro de fondos» (págs. 23-85) y la «Bibliografía» (págs. 87-95), y la de las fichas del Ensayo por orden alfabético de autores o títulos y materias, dispuestas en dos columnas por página, que, como se hiciese con la edición del siglo XIX, van numeradas (1-906). Sí, porque esta continuación del gran repertorio gallardino imita algunas —el tipo de papel no— de las características de los tomos anteriores, tal y como se reprodujeron por Gredos en la serie de Facsímiles de su colección Biblioteca Románica Hispánica, a su tamaño de 27,5 x 18 cm., con encuadernación en cartoné y con la sobrecubierta crema jaspeada. Mucho ha tenido que ver en la publicación de esta obra la Unión de Bibliófilos Extremeños, presidida por Matilde Muro Castillo, que durante años albergó el proyecto de investigar y publicar el conjunto de las papeletas de Gallardo que no se dieron a conocer en su momento, un proyecto que ya tuvieron personalidades como Pedro Sáinz Rodríguez y Antonio Rodríguez-Moñino, y que en las últimas décadas también impulsaron Joaquín González Manzanares y Bartolomé Díaz Díaz desde la UBEx y Víctor Infantes. De estos antecedentes se da cumplida noticia en la introducción escrita por Ana Martínez Pereira, que no solo describe los tres fondos fundamentales que contienen esos papeles de Gallardo —la Fundación Universitaria Española de Madrid, la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, y la Real Academia Española de Madrid—, un material inédito que «superaría con mucho la extensión de un volumen manejable y similar a los cuatro primeros» (pág. 21), sino que relaciona su contenido en el impagable apartado de «Registro de fondos» que ya he mencionado arriba. Lo que la editora toma, con buen criterio, como base de su edición del Ensayo es la selección que hizo Rodríguez-Moñino y que se conserva en diferentes cajas en la RAE. De ese modo, dice Ana Martínez Pereira, la publicación de este tomo quinto es un doble homenaje, a Gallardo y a su valedor Moñino, y añade: «Hoy el interés histórico es superior al bibliográfico. Actualmente disponemos de medios digitales y editoriales para acceder a las informaciones bibliográficas que con tanto esfuerzo e intuición reunió Gallardo, pero sus comentarios agudos y su consulta directa de textos hoy perdidos, son motivos más que suficientes para recuperar sus anotaciones, sumamente interesantes para el historiador de la literatura y la bibliografía y para el crítico literario» (pág. 22). Sigue. 

lunes, diciembre 09, 2024

Las miradas de Pilar Bacas

© Jorge Rey. Hoy

En esta fotografía de Pilar Bacas Leal (Cáceres, 1950-2024), con ese ejemplar de uno de sus últimos libros —el último fue Un parque a las afueras. El Paseo Alto de Cáceres y sus alrededores (Cáceres Verde-Ateneo de Cáceres, 2024), presentado ya en su ausencia por Sara Fontán y Teresa Corcobado el pasado 27 de noviembre—, creo que se resume cumplidamente lo que se me muestra de ella en la hora de su muerte. En la instantánea que me prestan Jorge Rey, su autor, y el diario Hoy, que la publicó el pasado mes de marzo, está la mirada de Pilar, está su libro y están los ojos de esa niña de la cubierta. Miradas es un título idóneo para distinguir la actitud vital e intelectual de una mujer que se ha entregado a escudriñar sobre lo otro —siempre en una línea del tiempo, siempre como lección del pasado— para ofrecerlo a los demás, casi con un afán de servicio, como el que mira primero con la deleitación de quien descubre o con el placer redoblado del que revisita un lugar conocido, para regalar luego su mirada a los que leen. En la mirada de Pilar Bacas no hay más filtro que el sentimental, responsable de que lo que nos llega lo haga lleno de apasionamiento y cariño. Miraremos a Pilar Bacas, a la «profesora, escritora, divulgadora, activista, historiadora», escribí sin adjetivos, que surgen de manera natural a poco que se la evoque: «Luchadora y comprometida», la llama María José Castro; «libre e irrepetible», escribe Francis Acedo; «inteligente, intelectual, comprometida, feminista, ecologista, luchadora», detalla María Karmo, en Facebook, hoy mismo. Cáceres le debe todos los reconocimientos y homenajes, que estoy seguro irán llegando en forma de reafirmación de nuestra conciencia ciudadana, también del compromiso con la recuperación de la memoria y del patrimonio históricos, en recuerdo de su voz de guardia situada en enclaves tan queridos y reivindicados en sus escritos: El último bulevar (2015), sobre la avenida Virgen de la Montaña, Un bulevar en el oeste (2017), sobre el paseo de las Acacias, Un jardín en la plazuela (2019) de San Juan, El latido de una plaza (2021), que es la Plaza Mayor cacereña, y el ya mencionado «parque a las afueras». Nos quedan todas sus obras para revivir las miradas de Pilar Bacas; pero creo que hay un hecho totalizador y trascendental que resume la poderosa significación de su vocación humana y literaria: el legado de su fondo documental, personal y familiar, con todo el material con el que construyó sus investigaciones y trabajos, cuya entrega al Archivo de la Diputación Provincial de Cáceres se formalizó este pasado mes de noviembre. Ese es, en definitiva, el mejor reconocimiento que podemos hacerle, volver a conocerla, a frecuentarla, con tan loable preservación de su mirada amable y amiga. Descanse en paz.

domingo, diciembre 08, 2024

El tiempo de los lirios

La coincidencia habría sido exacta de haber conocido en septiembre este libro de Vicente Valero, El tiempo de los lirios (Editorial Periférica, 2024). Su primera edición tiene fecha de octubre y yo fui un mes antes al escenario en el que se desarrolla este precioso diario de un viaje a la región italiana de la Umbria y a los vestigios de la figura de Francisco de Asís. Sin lugar a duda, habría sido un libro más en la maleta que me llevé a Perugia y su lectura la habría hecho en el mismo entorno de los sugestivos lugares de Foligno, Gubbio, Spello o, principalmente, la ciudad del santo, Assisi, que se recorren en sus páginas. Ha sido, pues, a mi vuelta cuando he regresado, gracias a tan atractivo relato, a unos parajes entrañables que he conocido con parecida complacencia y similar goce, y me satisface mucho identificarme tanto con un texto por tan feliz anécdota. Y hay otra experiencia que confiere a esta lectura algo especial: mi cercanía con el poeta Basilio Sánchez, quien publicó hace ya algunos años en la revista Versión Original (número 200, «Mi película», enero de 2012, págs. 84-85) un artículo titulado «Hermano sol, hermana luna» —sobre la película Fratello sole, sorella luna (1972) de Franco Zeffirelli—, que luego recogería, ampliado, en su libro La creación del sentido (Pre-Textos, 2015). Allí, el poeta cacereño escribió: «A las objeciones de obra preciosista, edulcorada e ingenua que algún espectador de nuestros días podría poner aquí, habría que responderle con una reflexión: la sociedad de 1972, año del estreno de la película, carecía en gran medida de los prejuicios y escepticismo de la nuestra. De forma similar al despertar del mundo que se producía a principios del XIII, en el que los hombres, sacudiéndose un letargo de siglos, se sumaban a las transformaciones culturales e históricas con la disposición e ingenuidad de los recién nacidos, a finales de los sesenta las protestas contra la guerra de Vietnam, las revueltas parisinas de mayo y la lucha por los derechos civiles de los ciudadanos negros encabezada por Martin Luther King —por citar algunos referentes paradigmáticos— habían provocado el surgimiento de un movimiento contracultural en el que conceptos como el de ecologismo, la práctica de la simplicidad, el rechazo al consumo, las indagaciones espirituales o las experiencias comunitarias, parecían inspirados por el mismo poverello de Asís» (pág. 85). Imagine el lector cómo recordé estas palabras cuando leí en el libro de Vicente Valero lo siguiente: «En la película de Franco Zeffirelli Hermano sol, hermana luna, de 1972, que yo vi siendo todavía un niño, colorida y almibarada, recuerdo una escena que, sin embargo, no recogen otras películas y novelas sobre el santo, creo que tampoco las Florecillas ni otras biografías de la época y posteriores, por lo que sería completamente original de sus guionistas, para quienes el Mayo del 68 y las comunas hippies habrían sido los referentes más inmediatos: un día, el ya atormentado Francesco descubre el sucio e indigno antro donde los trabajadores explotados de su padre se dedican a teñir los paños que lo hacen rico, lo cual le provoca una grandísima conmoción y angustia» (pág. 30). La coincidencia, también en otros momentos del libro de Valero, con ese paralelismo entre un sueño reformador del siglo XIII y unos ideales juveniles del siglo XX me llevó al texto de Basilio Sánchez, y me predispuso más aún en la lectura de El tiempo de los lirios. Pero no creo que esa empatía se haya impuesto en el disfrute de estas páginas como para no apreciar los muchos atractivos de este relato pautado en quince días —desde el 28 de marzo al 11 de abril—, que combina las notas de cuaderno de viaje con las eruditas de una antología de referencias cultas esenciales sobre la figura de san Francisco, y que van, muy bien traídas, desde textos literarios de diferentes géneros —la novela de Hermann Hesse, la poesía de Jacinto Verdaguer o el teatro de José Saramago—, piezas musicales como la ópera de Messiaen, hasta, por supuesto, las huellas artísticas de Pietro Vanucci, el Perugino, Pinturicchio o Giovanni di Pietro, llamado Lo Spagna, que constantemente surgen en el recorrido por la Umbria. O Umbría, como escribe Vicente Valero, que castellaniza también en Espoleto o Perusa, y no en Spello, Foligno o Bevagna. Sin querer ser fatuo, y después de haber conocido aquello, prefiero los nombres originales de mi experiencia, aunque uno siga escribiendo Turín, Milán o Venecia. Estas deliciosas doscientas páginas sugieren una especie de proceso de conocimiento sobrenatural, como el libro evocado de Simone Weil, una suerte de receptividad parecida a la de la pensadora francesa que hizo su primer viaje a Asís en 1937, sobre un proyecto utópico, un tiempo nuevo, cuya recreación por el escritor de Los extraños aporta en su lectura un anhelo de serenidad y de paz muy reconfortante. Y de volver por allí. Benéfico. 

miércoles, diciembre 04, 2024

Saul Steinberg

Poco queda ya para que concluya este año y, si hago recuento de lo visto en los once meses pasados, lo mejor, por cantidad y por novedad, ha sido esta magnífica exposición: Saul Steinberg, artista, que estará hasta el próximo 12 de enero de 2025 en la Fundación Juan March de Madrid. Puede extrañar que sea sobre un artista como el rumano judío Saul Steinberg (Râmnicu Sărat, 1914-Nueva York, 1999), que decía no pertenecer a un mundo, el del arte, que nunca había sabido muy bien dónde situarlo; sobre un viñetista, muralista, collagista, caricaturista, ilustrador, dibujante, escritor cuyos «monólogos artísticos dan vida a imágenes que son palabras, y a palabras que tienen la solidez de los objetos», como dice el crítico norteamericano Harold Rosenberg en un texto por primera vez traducido al español en el espléndido catálogo de esta muestra, un texto rescatado del que se publicó en el de la exposición Saul Steinberg celebrada en el Whitney Museum of American Art de Nueva York en 1978. Además, me ha parecido especial por haberla visitado pensando ante cada dibujo, cada postal, cada pieza de madera, casi cada trazo, en cómo disfrutaría mi hija Julia ante un acontecimiento así, la primera exposición retrospectiva en España de este singular artista, que es también la más amplia de las que se han hecho. Por si ella no tiene ocasión de verla, me traje el libro-catálogo en su versión en cartoné, para que pueda demorarse en todos los detalles de aquello que en la sala se observa con su lógica limitación temporal, mayor por ser una exhibición tan copiosa. Lo que se recoge en los capítulos en los que se organiza el recorrido por «La obra» —los textos serán las «Notas a pie de obra»— en este catálogo, desde los primeros pasos de un artista errante que comienza a publicar sus dibujos en la revista milanesa Bertoldo, hasta la configuración de una trayectoria en categorías formales y temáticas, como los dibujos, los objetos —dibujos que se escapan del papel y se hacen de tres dimensiones—, las ilustraciones de libros o las más afamadas para las portadas de The New Yorker desde 1945 a 1999. De este modo, en un precioso volumen, he podido leer traducida la biografía redactada por Gabriele Gimmelli, para el libro de una exposición milanesa de 2021-2022, las páginas fundamentales del ya citado Rosenberg, y de Alicia Chillida («Saul Steinberg: el signo errante»), que dedica su texto a la memoria del ministro José Guirao, o los trabajos más parciales de María Teresa Muñoz («Los tiempos de Steinberg. Entre la coyuntura social y el lector intemporal»), de Sheila Schwartz («Steinberg mira a los que miran») y de Francesca Pellicciari («Haikus geográficos: las tarjetas postales de Saul Steinberg»). Apelaba el artista a una complicidad de sus art viewers y creo que había mucha complicidad —también (o sobre todo) en el grupito de escolares atentos a las explicaciones de una guía— la mañana que visité la exposición en la March, en una sala que acoge muy cálidamente al visitante y que también contribuye a hacer de Saul Steinberg, artista esta gran experiencia del año.



domingo, diciembre 01, 2024

Luces de bohemia

Que unos actores digan subidos al escenario las palabras que uno ha estudiado y subrayado por ser geniales sigue pareciéndome una experiencia sobrecogedora, y siempre pienso en ello como una reafirmación de lo que significa el teatro. Tomando la idea de Lorca, cómo las palabras se levantan del libro y se hacen humanas. Si esas palabras son de Luces de bohemia («Soy poeta y tengo el derecho al alfabeto») parece que todo se realza y cobra una dimensión única. Creo que muchos de los que el pasado viernes 22 de noviembre estábamos en el Teatro Español de Madrid sentimos lo mismo. Lleno absoluto, con un buen número de bachilleres motivados para ver una obra de lectura obligatoria, un «clásico reciente de nuestro repertorio escénico», como escribe en el programa de mano Eduardo Vasco, autor de la versión y director del montaje, convencido de que el reencuentro con un texto que remueve tanto nos permitirá pensar en nuestro propio tiempo. Ojalá. Me alegro de que este experto en nuestro teatro clásico no se haya empeñado en buscar soluciones a ciertos rasgos de la expresión esperpéntica contenida en las didascalias del teatro de Valle-Inclán. Pienso, por ejemplo, en el ratón que saca el hocico intrigante por un agujero en la cueva-librería de Zaratustra en la primera acotación de la segunda escena. Se ha limitado, que no es poco, a leer sabiamente al inmortal Valle interpretando la matemática del espejo cóncavo o deformación sistemática y la perspectiva «levantado en el aire» sin traducirlas en distorsiones de algunos de los ricos elementos sígnicos del teatro. Todo lo más, la sutil apertura a la italiana del telón de alguna escena, como la primera, que potencia la representación de una celdilla de la colmena de «un Madrid absurdo, brillante y hambriento»; la portentosa entrada en la escena cuarta del Capitán Pitito con su trote épico sobre un enorme caballo de cartón; o la solución tan expresiva y tan estéticamente concorde con la intención de Valle de la breve escena grupal de la madre con su niño muerto y la pértiga de títeres. Por poner solo algunos ejemplos en los que se constata el extraordinario manejo de recursos que confluyen en este soberbio espectáculo, desde las imágenes proyectadas que refuerzan la ambientación de un espacio, la música en directo —de Eduardo Vasco y ejecutada por Iván López-Ortega (piano), Luis Espacio (guitarra) y José Ramón Arredondo (contrabajo y guitarra), que asumen también otros papeles—, o la estudiada iluminación, hasta una escenografía que puede sugerir la variedad y precisión realista de escena de costumbres de la taberna de Pica Lagartos y también la redacción de El Popular con una enorme plana de periódico que extravaga. Todo, en términos generales, sin separarse de un texto que el público conoce y del que no hay que alterar casi nada para su comprensión, que subraya su mordiente social, político y literario, y que incluso propone su momento de hilaridad para un público de hoy al que le basta que don Filiberto diga de Alfonso XIII —el primer humorista de España en la escena VII— que tiene «la viveza madrileña borbónica». Otra de las excepcionalidades de este Luces de bohemia es el elenco de veinticinco actores, toda una rareza en unos tiempos en los que los costes de un montaje se acortan empezando por el reparto, que en muchos casos puede condicionar la elección de la obra. La interpretación de los personajes principales, Ginés García Millán como Max Estrella y Antonio Molero como Latino de Hispalis, es magnífica, de principio a fin; pero el director ha sabido contar con un grupo en el que la presencia secundaria de algunas figuras adquiere una relevancia admirable por el buen hacer de actores como César Camino (Don Filiberto y Borracho), María Isasi (La Pisabien), Jesús Barranco (Don Gay y Sepulturero), y, por supuesto, de manera también destacada, el Rubén Darío de Ernesto Arias. Como ya ocurrió con alguna lectura contemporánea del genial Valle —el memorable Tirano Banderas de Lluís Pasqual de 1992—, este espléndido montaje del Teatro Español dirigido por Eduardo Vasco será un hito en la sustanciosa historia de la recreación escénica moderna del esperpento.

domingo, noviembre 10, 2024

L'età dell'oro

Este martes pasado disfruté de la muestra L’età dell’oro, que se inauguró el 26 de octubre y va a estar en la Galería Nacional de Umbria en Perugia hasta el 19 de enero de 2025. El subtítulo de la exposición, I capolavori dorati della Galleria Nazionale dell’Umbria incontrano l’Arte Contemporanea, explica su intención de que obras maestras antiguas elaboradas con oro se encuentren con piezas de arte contemporáneo en el mismo espacio, la Sala Podiani de la Galleria Nazionale dell'Umbria, que, además, es la que presta las piezas que se exponen, que se han trasladado de sitio sin salir del fastuoso contenedor —el Palazzo dei Priori— para compartir la exposición en la que artistas modernos como el vienés Gustav Klimt dialogan con antiguos como el perugino del siglo XV Pinturicchio. En realidad, son nueve siglos de arte los que uno pudo recorrer siguiendo el hilo dorado propuesto, desde el siglo XIII (Duccio di Boninsegna o el Maestro di San Francesco) hasta nuestro siglo XXI (con piezas de Francesco Vezzoli o Mimmo Paladino). La sugerencia es cautivadora, por la exaltación del oro como materia incorruptible en el arte, sobrenatural, luz absoluta desde tiempos muy remotos y hoy presente en la más cercana modernidad; pero también por la convivencia de la espiritualidad clásica con la materialidad contemporánea en algunos de los diálogos que se ofrecen en el recorrido, en el que unas veces se nos exhibe la pieza moderna inserta en el marco antiguo —como la escultura de Marisa Merz en un reliquiario de Santa Giuliana de 1376— y otras se juntan en vecindad expresiva obras separadas en el tiempo —como el fragmento del ángel de la Pala dei Cacciatori de Bartolomeo Capolari, de 1487, con la serigrafía Golden Marilyn 11.40 de Andy Warhol, que se ha utilizado para la imagen de la promoción de L’età dell’oro, a la que se sumó la famosa pastelería «Sandri» del centro histórico de Perugia, que llevó a su escaparate la imagen en pasta de azúcar. Allí, contemplando el medio centenar de obras que se muestra, y mientras imaginaba una traslación posible a un entorno más cercano, pensé en el Museo Helga de Alvear y en la coincidencia de algunos artistas de la exposición de Perugia con los que hay en la colección cacereña. Hecha la comprobación en casa, son siete: Michelangelo Pistoletto, Ettore Spalletti, Andy Warhol, Lucio Fontana, Mimmo Paladino, Yves Klein y Francesco Vezzoli, si no he contado mal. Ahí es nada. 

martes, noviembre 05, 2024

El jardín de los cerezos

Piazza Morlacchi, 13. Perugia. Con permiso de Chéjov y de los responsables del Progetto Čechov, la motivación principal para ir al teatro el pasado miércoles fue conocer por dentro el Teatro Morlacchi, que data de 1781, y tiene una impresionante sala, una altura sobresaliente de cinco niveles de palcos y una embocadura que me pareció mayor que lo que suelo ver. La decoración de la bóveda me llamó la atención, con motivos alegóricos de la Música o la Poesía, y un reloj con la hora actualizada desde el domingo anterior lo miraba todo por encima del bambalinón. Es una suerte conocer un teatro tan a la italiana en Italia. Y, además, por un montaje tan destacable como Il giardino dei ciliegi (El jardín de los cerezos), tercera entrega de la trilogía del Progetto Čechov, compuesta además por Il gabbiano (La gaviota) y Zio Vanja (Tío Vania), y que se había dado, en tres pases, a las 11:30, a las 15:00 y a las 18:00 horas, ese pasado domingo 27 de octubre. Producido por el Teatro Stabile dell’Umbria y dirigido por Leonardo Lidi, el tercero de estos espectáculos, El jardín de los cerezos, que vi con un experto como Luigi Giuliani este miércoles, cuenta con un elenco compuesto por cinco actrices y siete actores, cuyos movimientos en escena resultan una suerte de coreografía —fomentada en algún momento por la acción bailada— que los presenta como un grupo, una entidad de doce, que va formándose de uno en uno al principio de la obra y se va disolviendo al final, cuando cada una de las figuras representa la salida de la casa, uno a uno también, hasta quedar solo, abandonado, el personaje del viejo sirviente Firs, que hace el oscuro. Señalo esto porque la calidad de los actores me pareció extraordinaria por su gran nivel, sin los altibajos interpretativos que podrían ser disculpables en grupo tan numeroso. Todos, aparte matices y singularidades —Mario Pirrello como Lopachin u Orietta Notari como hermana, no hermano (así en Chéjov), de Liubova—, conforman un conjunto brillante y son uno de los fundamentos principales de este montaje. La duración —una hora y cuarenta minutos— se ajusta casi por completo al texto original —traducido al italiano por Fausto Malcovati— sobre el que se proponen varias licencias que resultan oportunas y significantes en la lectura que de la obra hace Leonardo Lidi, cuyo empeño principal es el de trasponer metafóricamente el jardín, ya infecundo y degradado, como el teatro, amenazado en su esencia por la especulación rentable. Por eso, un acento se pone en el contraste entre el pragmático Lopachin y el soñador y poético estudiante Trofimov, y se interpela al público con la canción de Bruno Lauzi «Ritornerai» cantada por Mario Pirrello al principio de la obra, en una ruptura de la cuarta pared que la cerrará también, coherentemente. La escenografía, el vestuario o la transformación de espacios —la escena campestre del segundo acto y el salón de baile del tercero serán una playa, en uno de los encuadres escénicos más logrados, con su plano inclinado y con ocho actores implicados, y una suerte de pista de discoteca, respectivamente— separan al espectador de la literalidad del texto y lo llevan a un registro que funciona en la lectura global de este jardín sin cerezos y con tramoya, en el que, como parece que quería el escritor ruso, sobre todo, se hacen preguntas, sin esperar respuestas. Magnífica visita al Teatro Morlacchi de Perugia, guiada por un proyecto escénico de calidad muy sugerente, y de la que me llevo una canción con un eco deseable: «Ritornerai».


viernes, noviembre 01, 2024

La última frase

Compré este libro sin saber quién era su autora. Una vez conocida su muerte súbita y prematura a los treinta y nueve años, me resultan imponentes estas palabras: «Soy adicta al final. Estoy enganchada al final. Reconozco mi fascinación por ese instante, mi empeño por habitarlo.» (pág. 107). La última frase de Camila Cañeque (Segovia, Ediciones La Uña Rota, 2024) contiene cuatrocientos cincuenta y dos finales de libros, desde La Biblia («Amén») y el Quijote («Vale»), que abren y cierran el volumen, hasta obras clásicas y fundamentales de la historia de la literatura universal que comparten espacio con títulos menores, muy diversos, de autoras y autores de referencia, en su mayor parte, muy conocidos. Hay obras y autores que están por lo que significan en la historia literaria universal, Las mil y una noches La isla del tesoro, Dante o Tolstói; y hay otras y otros que no, Rubias peligrosas o Viaje al miedo, Antonio Escohotado o Sara Mesa, Fernanda Melchor o Camila Sosa Villada. No se queda en un listado, en la «afición inocua» —dice su autora al principio: pág. 14— de recopilar los cierres de esos centenares de textos, sino que su empeño es el de hilarlos en un relato que es la crónica íntima de un prurito de letraherida a la vez que un breve ensayo sobre el final textual, y el conjunto es un «tributo a la cita, a la capacidad de expresión del fragmento, a la potencia de lo breve» (pág. 91), a partir de una colección de últimas frases que al principio fueron de novelas, pero que luego se ampliaron con finales de ensayos, de poemas, «frases salidas de colofones y epílogos, así como la última réplica de algún personaje o la última acotación teatral» (pág. 90), como las de Las sillas, de Ionesco, o El Rey Lear, de Shakespeare. No es fácil intercalar tal número de frases ajenas en un discurso que tiene su planteamiento —Cañeque cuenta cuándo empezó su atracción por las últimas frases y cómo quedó atrapada en «el espacio fronterizo que separa la escritura de la no escritura» (pág. 15)—, su desarrollo —se fija en las imágenes recurrentes o invariantes como la lluvia o el desplazamiento, la llegada o la muerte (pág. 23), o cierta metodología aplicable a su tarea recolectora— y su desenlace —cómo no, propio y ajeno: vale—, que da sentido a todo el tinglado: «Tiene que haber una última frase para que haya algo, para que exista un todo» (pág. 35). Nada fácil es lograr que la selección tenga sentido al disponerla consecutivamente: «Estoy cansado del pensamiento» y «¿Quién no está así?» (pág. 55), con El crítico como artista, de Oscar Wilde y Metamorfosis, de Rosi Braidotti; o «Entonces surgió una especie de lejanía dentro de mí» y «Perdí el último nexo con el mundo del que salí» (de Todo lo que tengo lo llevo conmigo, de Herta Müller y de Una mujer, de Annie Ernaux); lo que se convierte en una representación de las conexiones, azarosas muchas veces, entre las lecturas que hacemos a lo largo de nuestra vida. La composición del libro se hace en dos cuerpos: el principal del relato y el índice final de las frases, sobre el que se advierte en una nota inicial: «Con el fin de no interrumpir la lectura, se recomienda leer estas páginas sin consultar las referencias bibliográficas situadas al final» (las cursivas son del texto). Hay una segunda nótula que dice: «Este texto tiene aproximadamente la misma extensión que la última frase del Ulises, el somnoliento soliloquio de Molly Bloom, 22 000 palabras». En el cuerpo principal la cursiva distingue diacríticamente las frases finales seleccionadas, que se rematan con un numerito volado que remite a la lista final o «Últimas frases», de la 1 a la 452. «—Me gustan estas tontunas», le dije, sin atisbo de menosprecio, a la librera que me lo vendió. Creo que sí comprendió que, al contrario, valoro mucho estas originales ocurrencias, y esta va mucho más allá de eso, pues se trata de una reflexión sobre lo terminal en un texto hecho sobre muchos textos, que es algo tan consustancial con lo literario. En una nota final tras el índice de «Últimas frases» hay un agradecimiento a los traductores de los libros escritos en otras lenguas; pero no habría estado de más haber mencionado en la relación quiénes han vertido al castellano esas últimas frases ajenas. Frases ajenas sobre cuya justificación escribe la autora: «El objetivo no era confeccionar otro ranking de mejores últimas frases de todos los tiempos, ni una colección de spoilers, ni un catálogo razonado para entenderlas mejor. Sólo quería liberarlas de mí y librarme de ellas» (pág. 89). Eso es todo.

jueves, octubre 31, 2024

España desconsolada

Via Matteo Renato Imbriani, 13. Perugia. Qué detestable manera de encontrar una noticia sobre tu país en la prensa italiana. Esta mañana muy temprano la radio anunciaba en su repaso informativo que la tragedia de la dana en Valencia ocupaba la primera página de algunos periódicos de aquí; pero la consternación llegó al comprar poco después La Repubblica y ver en portada «L’apocalisse di Valencia», con esa fotografía de decenas de coches amontonados cubriendo una calle, y dentro, a doble página, una crónica del desastre con un saldo de 95 muertos. Estremece anotar que a las diez de la noche el recuento da la cifra de 155 fallecidos. En el rotativo italiano, con reclamo en primera página, se publicaba en la sección de opinión («Commenti») un durísimo artículo del escritor español Manuel Vilas («Abbandonati a noi stessi», algo así como que nos han dejado solos, abandonados a nuestra suerte), en el que, tras enumerar algunos de los estragos sobre la población, presagiaba tristemente que el gobierno central echará la culpa al de la comunidad autónoma y esta hará lo mismo con el gobierno central y a ellos reprochaba —aparte el inexorable cambio climático— no haber intervenido con la obligada rapidez y con protocolos modernos. «La Spagna è sconsolata», concluía, y habilitaba el titular del texto —«Spagna sconsolata»— en la versión digital de ese periódico. El sufrimiento de tantas familias ha de ser atendido con todos los medios y de manera urgente, y la reconstrucción psíquica, física y material tras la catástrofe debe afectar también a la intensidad y a la comprensibilidad de los mensajes sobre una crisis climática provocada por los países más desarrollados, y que todavía mucha gente sigue menospreciando, cuando no negando. Italia también está desconsolada. Con la imagen de un rescate sobre la que se lee el ruego de una «preghiera per Spagna», recibo un mensaje de una vecina: «Miguel, che disastro!».

sábado, octubre 26, 2024

El mundo de ayer

Via Matteo Renato Imbriani, 13. Perugia. No sé por qué me traje aquí este libro. Quizá porque no lo leí completo cuando tuve conocimiento de que Stefan Zweig había escrito unas memorias poco antes de suicidarse junto a su pareja en 1941. Estoy casi seguro de que aquella lectura por partes fue por uno de los tomos de las Obras completas que publicó Editorial Juventud. O quizá viajé con El mundo de ayer porque ya he recorrido lo suficiente como para encontrar ejemplos inapelables para volver sobre lo leído, en los que encuentro, como decía Borges, formas verdaderas de la felicidad. Lo cierto es que aquí he terminado de leer las quinientas cuarenta páginas de esta edición, bella como todas las de Acantilado, en traducción del alemán de Joan Fontcuberta y Agata Orzeszek. Estar aquí no sé si me sugiere un ánimo distinto para pensar en la idea de Europa que sobrevuela un libro así, que lleva por subtítulo Memorias de un europeo; pero realmente he tenido una predisposición cuando me he dejado llevar con placer por el relato de un contemporáneo de las mayores calamidades del siglo XX, y, desde esta cómoda distancia relativa, una singular percepción de un contexto geopolítico (Ucrania, Gaza…) que llena de sentido frases como «la arbitrariedad de una estúpida política mundial» (pág. 125) o «No se puede armonizar la guerra con la razón y el sentimiento de justicia» (pág. 299). Zweig, que conoció bien a Rilke y a Richard Strauss, fue un humanista perseguido por la inhumanidad. Fue alguien que percibió con el recuerdo vivo de una guerra pasada otra brutal guerra que comenzaba con la invasión alemana de Polonia en el otoño de 1939. Fue un hombre de una extraordinaria sensibilidad que supo encontrar y decir en la escritura poética —más allá de su género— todo lo que «había tenido que callar en la conversación con los hombres» (pág. 324) y su lectura ahora me ha complacido de un modo muy especial que intento expresar torpemente en estas líneas que escribo con el eco persistente de sus últimas líneas: «Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo éste ha vivido de verdad» (pág. 546). Así termina este admirable y conmovedor libro. 

viernes, octubre 25, 2024

Sulla Spagna

Via Matteo Renato Imbriani, 13. Perugia. En septiembre, antes de venir a Italia, escuché decir a Íñigo Domínguez —corresponsal de El País en Roma— en A vivir que son dos días que la presencia de España en los medios italianos es casi inexistente. Lo decía como un modo de destacar que, desde fuera, los problemas que ocupan diariamente las tertulias españolas resultan insignificantes. Lo recordé cuando, después de casi tres semanas de estar aquí, escuché la primera referencia a España en la radio italiana. Era en un programa que escucho todas las mañanas, de Rai Radio 3, Prima pagina, en el que cada semana un periodista —esta es Francesca Sforza, de La Stampa— lee lo más destacado de la prensa de lunes a sábado. En su momento, el 10 de octubre, Alessandro Campi, director de la trimestral Rivista Politica, aludió a la airada reacción de Francesco Borgonovo en La Verità a las críticas manifestadas por el presidente Pedro Sánchez sobre la política migratoria de Georgia Meloni. Días después, el ministro italiano del Interior, Matteo Piantedosi, diría en la televisión que España había disparado contra los inmigrantes en la frontera, en alusión a la masacre de Melilla en junio de 2022. Ese mismo jueves 10 de octubre, la televisión pública mostraba en un noticiario un cuadro estadístico en el que aparecía España con la tasa más alta –un 11,6 %— de desempleo de Europa. Estas fueron las primeras referencias a mi país después de diecisiete días en Italia. Si a esto sumo el espacio que algunos medios españoles han venido dando al plante de la presidenta de la Comunidad de Madrid en la ronda de reuniones con Sánchez, hay que darle la razón a Íñigo Domínguez en lo del escaso interés que puede tener España por ahí fuera y la trascendencia e importancia reales de según qué asuntos. No así en la Feltrinelli de Perugia en Corso Vanucci, en donde dos autores, Javier Marías y Arturo Pérez Reverte, ocupan espacios destacados en los estantes; y tampoco, para la literatura hispanoamericana, si tomo como ejemplo al grupo de estudiantes que tengo en clase, y en el que algunas alumnas tienen sobre la mesa la edición española recomendada de las lecturas del programa. Un placer. Otra cura de llaneza: el taxista que me llevó la madrugada del sábado a la estación de trenes, después de responderle de qué zona de España era, me preguntó, en su intento de localizar a Extremadura en el mapa de su España conocida —Barcelona, Peñíscola y Palma de Mallorca—, si tenía equipo de fútbol en la Liga. El fútbol, en Italia, palabras mayores. De la protesta de la curva vacía de la Roma en su partido con el Udinese (3-0), que fue mi primera inmersión aquí, a Pasolini, de quien puedo leer casi sin moverme de este escritorio sus Lettere 1955-1975, en edición de Nico Maldini (Torino, Einaudi -Biblioteca dell’Orsa, 5-, 1988).

viernes, octubre 11, 2024

Los recuerdos del porvenir

Estímulos para venir aquí me sobraban desde que se confirmó mi contrato para dar clases durante seis semanas; y uno de los más sugerentes era mi propósito de trabajar en el curso con un texto como Los recuerdos del porvenir (1963), la novela de Elena Garro (1916-1998). Estaba a finales de agosto con notas más definitivas ya para estas clases cuando me alegré al ver que Ediciones Cátedra anunciaba en su catálogo que en los primeros días de septiembre estaría disponible una nueva edición de la novela en la colección Letras Hispánicas. Me apresuré a reservar mi ejemplar en la librería, lo recibí recién salido y leí con ganas esta oportuna y necesaria edición de un clásico contemporáneo, «una de las novelas más originales y mejor escritas de toda la tradición literaria latinoamericana del siglo XX» (pág. 467), en palabras de quienes se han encargado de su estudio: Elena Garro, Los recuerdos del porvenir. Edición de Ángel Esteban y Yannelys Aparicio. Madrid, Ediciones Cátedra (Letras Hispánicas, 909), 2024. Leí con entusiasmo una cumplida «Introducción» de cien páginas, y, además, de nuevo, el texto de la novela generosamente anotado con ciento veintinueve notas entre las que destacan, por encima de las meras aclaraciones de carácter léxico, referencias geográficas o históricas, aquellas que comentan un pasaje del relato, una simbología o una imagen, por ejemplo, en la sugerencia del silencio con el que se abre la segunda parte de la obra y con el que se vela el espacio clave de la casa de los Moncada (pág. 400). Se indica también («Esta edición»), muy someramente, que se sigue el texto por la edición de Alfaguara de 2019, sin más, por ser «la última realizada hasta la fecha» (pág. 113), y se añade una extensa bibliografía de las obras de Garro y de los estudios publicados hasta —si no me equivoco— 2022, fecha de publicación de un artículo sobre la Guerra Cristera en la obra de Elena Garro (pág. 125), aunque se advierte que la última consulta de los hipervínculos que figuran en la relación bibliográfica fue del 6 de junio de 2024. En conjunto, es toda una aportación a un texto que no había sido editado en España de este modo, con este tratamiento de clásico contemporáneo, de «una escritora que debería proponerse al lado de los hombres del boom como una autora que contribuyó tanto como ellos a la calidad del discurso literario latinoamericano del momento» (pág. 56). Voy a tener ocasión de destacar en clase y someter a la opinión de mis estudiantes la lectura crítica de los editores, en algunos casos expuesta de manera más demorada en las notas que en el texto introductorio, sobre todo, en la segunda parte de las dos en que se divide la novela; pero no me resisto ahora a preguntarme por qué no se ha revisado bien lo que se ha dado a la imprenta y así haber evitado erratas u omisiones que llaman la atención. Erratas evidentes son «Joaquín Díaz Canedo», por «Díez» (pág. 49), y «1868» por «1968» (pág. 57), entre otras. Una omisión importante es la de la poesía de Garro, publicada por la Universidad Autónoma de Nuevo León de México, y también en Extremadura bajo el título de Cristales de tiempo, en edición con estudio preliminar y notas de Patricia Rosas Lopátegui (Galisteo. Cáceres, Rosas Lopategui Publishing y La Moderna, 2016), estudiosa y albacea literaria de Elena Garro. Y una omisión por errata es la que supongo del trabajo de Cecilia Eudave, «La memoria como escenario de la tragedia mexicana en Los recuerdos del porvenir de Elena Garro» (Romance Notes, 57.1, 2017, págs. 15-24), a la que se remite en varias ocasiones en la introducción, pero que ha quedado sin mención en la «Bibliografía». No he localizado ninguna alusión a la película Los recuerdos del porvenir, de Arturo Ripstein, de 1968, que es, sin duda, un eco notorio y cercano a la publicación de la novela. No son reparos discrepantes; más bien, marcas de extrañeza en un trabajo ambicioso y muy necesario para seguir reivindicando una obra que siempre ha merecido una atención crítica mayor en el conjunto de los estudios sobre la narrativa latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, tan marcada por un redundante boom, redundantemente masculino.

martes, octubre 08, 2024

I fiumi profondi

Suelo comenzar mis clases sobre Los ríos profundos (1958) de José María Arguedas repitiendo las palabras del poeta y crítico peruano Ricardo González Vigil: «Los ríos profundos es una de las novelas más admirables de la literatura latinoamericana». Precisamente, esta semana empezaremos en clase, aquí en Perugia, con esa obra; pero no voy a hablar de eso. Quiero recordar una de las mejores experiencias académicas que tuve el curso pasado, cuando visitó la Facultad, allí, en Cáceres, el historiador de la literatura Alejandro Pérez Vidal, que habló a nuestras alumnas y nuestros alumnos de «Entre las infamias históricas y las glorias literarias. Breve recorrido por la vida y la obra de Bartolomé José Gallardo (Campanario 1776-Alcoy 1852)». Se celebró el jueves 4 de abril de este año, y fue una satisfacción escucharlo, así como que el salón de actos de la Facultad estuviese lleno, con el consabido público universitario, pero también con una buena representación de paisanos de don Bartolomé, que se desplazaron desde Campanario para asistir a la conferencia. Alejandro Pérez Vidal llegó a Cáceres acompañado por su mujer, Dorotea, y por un amigo y antiguo compañero en la Universidad de Gerona, Giovanni Albertocchi, que se jubiló allí como profesor de literatura italiana. Fue un placer pasar con ellos un par de días en Cáceres y en Malpartida de Cáceres, en donde conocieron el Museo Vostell. Paseando por su entorno, conversé con Giovanni Albertocchi sobre una de sus especialidades —ha escrito también sobre Leopardi, Italo Svevo o Claudio Magris—, Alessandro Manzoni, uno de los autores tratados en el estudio del que me habló: Adelante, Pedro, con juicio. Aproximaciones cordiales a la literatura italiana de los siglos XIX y XX (Ediciones Barataria, 2012). El encuentro fue gratísimo y provechoso —uno siempre aprende de los que saben—, y lo he asociado desde entonces a Bartolomé José Gallardo y a su estudioso Alejandro Pérez Vidal, con quienes tengo tratos en proyectos en marcha. Pues bien, el día de mi santo, el pasado 29 de septiembre, en el mercadillo (mercatino antiquariato e usato) que se instala en Piazza Italia los sábados y domingos últimos del mes, encontré en un puesto de libros esta traducción italiana de la novela de Arguedas: I fiumi profondi, en Einaudi. Fascinado por la casualidad de encontrar en Perugia la novela de la que iba a hablar en mis clases, pregunté el precio, pagué cinco euros y me llevé el ejemplar, algo fatigado, sobre todo en los cantos, por una presumiblemente larga exposición a las inclemencias del tenderete. Pero la sorpresa fue mayor cuando llegué a casa, abrí el libro, y anoté todos sus datos: José María Arguedas, I fiumi profondi. Traduzione di Umberto Bonetti. A cura di Giovanni Albertocchi. Torino, Giulio Einaudi editore, 1981. Tardé poco en enviar un wasap a Giovanni preguntando si era en efecto él el autor de esa edición, de su introducción y de su apéndice contextualizador sobre aspectos como los antecedentes precolombinos, el mundo incaico, el papel de la Iglesia o los escritores latinoamericanos que han tratado el tema del indio. «Sí, soy yo», me respondió a los pocos minutos. No sé si notó mi entusiasmo cuando le dije que hablaría de la novela con mis estudiantes de Perugia y comentaría este hallazgo italiano tan entrañable. Este ejemplo de un renombre y una pervivencia de Arguedas que me ha permitido recordar el vínculo cordial de admiración a un profesor sensible a la buena literatura.

domingo, octubre 06, 2024

Lo fingido verdadero

En el acto tercero de esta obra de Lope de Vega, el personaje de Ginés, autor (director) de comedias, actor y poeta, se queja del desdén de su amada Marcela, actriz de la compañía, que se había marchado, mientras representaban una escena en el acto anterior, con el actor Otavio. Ella se justifica, pues hizo lo que el mismo Ginés había escrito, y él dice que compuso que se ausentaba para sentir el agravio con que entonces lo trataba, pero no para que se fuera de verdad. El juego entre lo fingido y lo verdadero es capital en la construcción y en el significado de esta comedia de Lope, y es uno de los atractivos que tiene hoy para un espectador contemporáneo, y también para los estudiantes que quieran conocer cómo era el teatro en el siglo XVII. Es más, Lo fingido verdadero es un ejemplo práctico de esa teoría dramática que estudian en las clases sobre el teatro barroco, el Arte nuevo de hacer comedias, de Lope de Vega, su discurso en verso de 1609. Por eso llama la atención que no forme parte, a pesar de su complejidad, del repertorio de más compañías, sobre todo de aquellas que tienen una finalidad didáctica, como escuelas de teatro o aulas universitarias. No hace tanto, en 2022, la Compañía Nacional de Teatro Clásico bajo la dirección de Lluís Homar, levantó un montaje de esta obra que estrenó en marzo de ese año en el Teatro de la Comedia de Madrid y que ese verano se representó en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. Es un ilustre precedente. Este ejemplo y otros de recepción moderna del texto de Lope de Vega se mencionan en el estudio introductorio del profesor Luigi Giuliani en esta edición también preparada por él, y que nos ofrece una anotación extensa y precisa para que al lector no se le escape nada de lo esencial en la comprensión de esta pieza. Probablemente fue escrita en 1608 y se publicó en la Decimasexta Parte de las comedias de Lope, de1621. La edición moderna en el magno proyecto Prolope corrió a cargo del mencionado L. Giuliani, en uno de los dos volúmenes de esa parte coordinada por él mismo y por Florence d’Artois (Comedias de Lope de Vega. Parte XVI, Madrid, Editorial Gredos, 2017, 2 vols.). De esa imponente serie deriva esta colección que saca el mismo sello editorial —y que ha publicado ya títulos como El castigo sin venganza, La francesa Laura, Yo me entiendo o Fuente Ovejuna—, que es como una hermana pequeña pensada para las clases que, sin perder rigor, busca la difusión exenta entre el lector universitario, principalmente. El «Prólogo» que antecede al texto, profusa y oportunamente anotado, aborda los aspectos fundamentales para la ubicación de la obra desde sus fuentes históricas, la construcción del protagonista Ginés (San Ginés), el enjundioso planteamiento metateatral de Lo fingido…, o su estructura doblemente tripartita y que genéricamente atiende al drama histórico, a la comedia de capa y espada y a la comedia de santos. Tengo en especial estimación esta lectura de la pieza de Lope por haberla hecho aquí, en Perugia, gracias al regalo de un editor tan competente como Luigi Giuliani, profesor de literatura española en el Dipartimento di Lettere, Lingue, Letterature e Civilità Antiche e Moderne de esta universidad que me acoge durante unas semanas que están resultando especialmente gustosas. (Lope de Vega, Lo fingido verdadero. Edición de Luigi Giuliani. Madrid, Editorial Gredos (Col. Prolope), 2024).

lunes, septiembre 30, 2024

Perugia

No quiero dejar septiembre sin escribir sobre la novedad de despedir el mes en la fantástica ciudad de Perugia, en la Umbria, «la terra dell’universale», dice la presentación de una edición moderna que tengo a la vista —de diciembre de 2004— de la misma Guida del T.C.I. que compré en Pisa hace ahora tres años. El precedente con su testimonio de una veintena de anotaciones en este cuaderno puede tener algo que ver con cierta renuencia a escribir sobre esta vuelta. En cierto modo, a pesar de no estar agotado el tema de la vida en este sitio, la aprensión de redundancia empuja mucho y contiene la aspiración a poner en palabras lo que a uno le ocurre. La fascinación sentida en una ciudad como esta no dejó casi espacio al deseo de volver algún día, y ahora, hecho realidad el regreso, repito esa sensación diaria de entonces, por ejemplo, en la sala de un museo —pongamos el civico del Palazzo della Penna en la cercana Via Podiani—, de la certeza de que al día o a la semana siguiente podría volver para matizar lo visto. Es inevitable entonces compararse con el turista presuroso que he sido en otras ocasiones y es un deleite saber que es esta una manera de conocimiento muy especial. Quizá por esto, por el regalo de un tiempo aquí, no siento aquel impulso de dejar constancia. Hay mucha gente que no encuentra ningún sentido a hacer una fotografía de un monumento muy visitado sin que pose alguien delante de él. Para qué tener una imagen de algo que está mejor reproducido en los mejores sitios con una calidad extraordinaria, se preguntan. La instantánea solo tiene un valor si se personaliza, y entonces, dicen, no es el Taj Mahal, sino tú en el famosísimo mausoleo. Es posible que tardar en comprender esto sea el motivo por el que no he anotado hasta ahora que en mis primeras clases aquí volví a relacionar esta ciudad y sus calles imposibles con lo que leía: «El camino subía y bajaba: «Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja». Juan Rulfo, Pedro Páramo. Perugia.

martes, septiembre 24, 2024

El plural es una lata

He terminado de leer la biografía de Juan Benet: J. Benito Fernández, El plural es una lata. Biografía de Juan Benet. Sevilla, Editorial Renacimiento (Biblioteca de la Memoria, 13), 2024. Decepcionante. Me dejó muy buen sabor de boca la que escribió sobre Leopoldo María Panero —El contorno del abismo (Tusquets Editores, 1999)— y lo que conocí de la biografía de Ferlosio —El incógnito Rafael Sánchez Ferlosio. Apuntes para una biografía (Árdora, 2017)— me entusiasmó tanto como a su biografiado la idea de escribirla, pues se negó a colaborar con el autor. No soy un experto en el género; pero de algunos modelos que he leído —Stefan Zweig, por ejemplo— me he quedado con que se trata del arte de construir un relato original, personal y reflexivo sobre una experiencia de vida ajena, con rigor y con honestidad. Un género cuya calidad no tiene por qué medirse por la cantidad de información —contrastada, por supuesto— que se nos ofrece del biografiado. Y parece que J. Benito Fernández cree que sí, que cuantos más datos mejor, aunque sean nimios. Sorprende. Sorprende que su libro sobre Benet comience —«En el pasillo de los escalofríos» (págs. 9-19)— centrándose en sí mismo («Cada vez que comienzo a escribir una biografía siento el vértigo del debutante […] Mi natalicio tuvo lugar en una casa de indianos»), antes de contar algunas reticencias de la familia de Benet que dificultaron la elaboración de estas páginas, más de quinientas, incluyendo una «Bibliografía», un «Índice onomástico» y el «Árbol genealógico de Juan Benet Goitia». Llama mucho la atención que todo se fundamente en datos, unos detrás de otros, sin casi ninguna interpretación y escasa voluntad de completar claves sobre la escritura benetiana por alusiones de los títulos que van saliendo al paso del recorrido biográfico, desde sus piezas teatrales hasta El caballero de Sajonia. La pura linealidad cronológica a veces resulta un recurso fácil que evita mayores reelaboraciones en la construcción narrativa, e incluso en el estilo, repetitivo y conformista: «Los primeros días de enero de 1973...» (pág. 197), «El domingo 12  de enero de 1975...» (pág. 229), «Acabadas las fiestas, en enero de 1976...» (pág. 247), «De acuerdo con sus notas, el 1 de enero de 1978...» (pág. 291), «El 4 de enero de 1979...» (pág. 311), «El 1 de enero de 1980...» (pág. 321), «En enero de 1981...» (pág. 345), «El 5 de enero de 1982...» (pág. 361), «En los primeros días de enero de 1984...» (pág. 385), «El 14 de enero de 1986...» (pág. 407), «El 3 de enero de 1990...» (pág. 451), «A principios de 1992...» (pág. 469)… De las fechas se cuelgan los muchos datos que se aportan, en ocasiones irrelevantes, como cuando se precisan comidas y paradas en el transcurso de algún viaje: «Comen en La Roda, cenan en Cabo de Palos y se alojan en el hotel Mediterráneo de Cartagena» (pág. 166); «Comen en Oropesa, hacen una breve visita a Trujillo y pernoctan en el parador de Zafra» (pág. 341); «degustan cordero asado al estilo de Aranda de Duero» (pág. 463)…; mientras que no se aclaran menciones como la del «encartelado de la calle Princesa» (pág. 254), o no se desarrollan referencias que podrían ser iluminadores, como cuando se dice que Informaciones se hizo eco de un artículo que publicó Benet en Cuadernos para el Diálogo, y que, además, fue incluido en la antología de Campbell Infame turba, como si careciera de importancia el texto de aquella conversación (lo cito yo, «Juan Benet o el azar») recogida en aquel singular libro de 1971. Y me llama mucho la atención que el biógrafo adopte la actitud de un mero informante pero que se permita con personajes como Jesús Aguirre ciertos calificativos, desde la segunda vez que se cita su apellido: «Por el local aparece muy parlanchín el cura Aguirre» (pág. 217), «el fatuo Jesús Aguirre» (pág. 250), o «un volteriano malicioso» (pág. 281). ¿Contaminación simpática de las burlas benetianas dirigidas a su culto amigo? Quién sabe. En fin, siempre es provechosa la lectura de otra crónica o reconstrucción de un ambiente que uno ha conocido antes por la prensa que por los libros de historia, o que permite evocar la única ocasión que uno vio a Benet en una conferencia en Cáceres —que recoge J. Benito Fernández al referir el encuentro, Manuel Ariza mediante, de María José García Serrano y Gonzalo Hidalgo Bayal con el autor, que les reprochó que llegasen de Coria  a verle a él cuando allí tenían al «mejor escritor español actual»: Rafael Sánchez Ferlosio. Otro atractivo, el de la concurrencia de personajes de relevancia en el recorrido de la vida de una figura literaria así, y otro lamento por una experiencia de lectura muy alejada del entusiasmo primero con el que se recibe un empeño biográfico como este.