Pienso en lo ingrato que es para el reseñador y para lo reseñado escribir sobre un volumen colectivo. Pongo por caso, las actas de un congreso que reúnan casi una veintena de trabajos que necesariamente hay que mencionar con algún apunte sobre su contenido y aportaciones, y, por consiguiente, ocupar la mayor parte del poco espacio disponible sin haber podido desarrollar matices de interés. Se me ocurre ahora cuando escribo sobre este libro de relatos, que no es colectivo, sino de un solo autor; pero que, por su copiosidad plantea esa dificultad al comentarista que no quiera abrumar al lector con un exceso de páginas. Este extraordinario La orilla del camino, de Emilio Gavilanes, publicado en su serie de Narrativa por la editorial Pre-Textos este 2024 que toca a su fin, contiene ciento cincuenta y ocho cuentos, que es un número que sobrepasa considerablemente la composición habitual de un libro de relatos. Borges reunió en Ficciones diecisiete piezas, Final del juego de Cortázar tuvo una más, y hay nombres como Antonio Pereira cuya obra cuentística completa no asciende a mucho más de doscientos títulos. Así que, si uno tiene en cuenta —y en cuento— que Emilio Gavilanes es autor, además, de varios libros de narrativa corta (La tabla del dos, de 2003; El río, de 2005; El reino de la nada, de 2011; Historia secreta del mundo y Autorretrato, de 2015), estamos ante un caso notable de producción literaria, al que hay que sumar varias novelas y otras entregas de textos en prosa y verso (haikus). Con la dificultad aludida, me centro ahora en la colección La orilla del camino, que recoge textos en su mayor parte inéditos —algunos se incluyeron ya en Autorretrato, como «Historia Sagrada», «Jesús niño recuerda que es Dios», «Sobre el abismo del mar», «Una página de Kipling»...; y la revista Quimera publicó en 2018 «Otra leyenda medieval»—; y que se organizan en el volumen obedeciendo a un criterio cronológico por la materia de los textos. Es destacable esta voluntad constructiva del autor, ensayada ya en Historia secreta del mundo, que sitúa las historias míticas o de la más lejana Antigüedad en el primer tramo del libro, para ir avanzando por la Edad Media, los siglos XVI, XVII, XVIII («Los peregrinos» —pág. 154— hacen el Camino de Santiago en marzo de 1730) o XIX, hasta llegar al siglo XX que enmarca una sesentena de textos como bloque más numeroso del conjunto, que se cierra significativamente con uno de los relatos más extensos («Guerra en el tiempo»), sobre una suerte de viaje temporal, y un texto, brevísimo —tiene cuarenta y ocho palabras— y atemporal, «Apocalipsis». También aporta variedad la muy diferente extensión de los textos, aunque abundan los breves, que van del microrrelato de veinticuatro («Tiempo sagrado») o cuarenta y siete palabras («Profecías»), hasta los muchos que no pasan de dos páginas. Tiende el autor en general a la concisión verbal, a lo explosivo y preciso; pero también hay textos más largos, que se apoyan en recursos de cohesión muy logrados, como ocurre en «Tercera oportunidad» —págs. 285-304—, quizá el más largo de La orilla del camino, con el enfrentamiento entre el hombre que sonríe y el hombre que no sonríe. En otras piezas el título es un paratexto esencial que dilucida el cuento, como en «Muerte del caballo de Juana de Arco» —págs. 54-55— o en «1937, la niña Elisa Cuarental mira a su alrededor con atención» —págs. 305-306—, en donde no es una cartela que aísla el motivo fundamental del relato, sino que es texto de la narración, más que paratexto. Emilio Gavilanes sabe que los materiales del contador de historias abarcan desde los tiempos antiguos a los modernos, que provienen de lugares oscuros y cerrados y de bosques y llanuras, que pueden estar en la Bretaña francesa, en Sonora, en Hiroshima o en Medina del Campo, que sirven para tratar lo sublime y lo insignificante, y que son de los héroes, pero también de los villanos; y su libro, que tiene eso y más, es una incuestionable demostración de ese conocimiento del oficio. Una fuente principal de la que extrae el autor sus ingredientes está en la literatura, que es hilo de un buen número de relatos, a veces como un mero pretexto para montar una pieza logradísima, como ocurre con «El río» y sus personajes, que son «Víktor Koreliev e Ivana Repin, pareja de escritores románticos ucranianos, que, siguiendo el modelo de Heinrich von Kleist y su mujer Henriette Vogel, han resuelto suicidarse» (pág. 178). Valga como otro ejemplo espigado entre los muchos que pueden escogerse de la maestría de Gavilanes, para, si acaso, volver a sugerir con ello el aprieto de escribir de las cuatrocientas páginas de cuentos de La orilla del camino sin retardar mucho un punto final.
miércoles, diciembre 25, 2024
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