sábado, noviembre 19, 2022

De la semana


Se acentúa la sensación de tranquilidad por el silencio o el sonido de fondo de un arpa por la radio al saber que ahí afuera hay un bullicio incomprensible. Abriéndose paso entre la muchedumbre que mira y consume en el Mercado «Medieval» como si fuese a acabarse el mundo, un empleado de BCL (Brócoli Facility Services) llegó este mediodía hasta el portal de mi casa y llamó para subir a tomar la lectura de mi contador del gas. Pensé en que era la visita que esperaba. La escena debió de ser llamativa; también por el mono verde de la empresa con el que iba ataviado el lector y que llevaba bien marcadas las siglas en blanco en las que me fijé mientras avanzaba diligente por mi pasillo. Todo bien, dentro de lo que cabe. Ha sido una semana nutritiva, casi hipercalórica, iba a escribir. No. A pesar del poco ejercicio por cambiar de rutina, la dieta ha sido sana por salir de casa, dejar el ensimismamiento y estar con otros por motivos mejores: una conversación agradable en un bar con el mucho aprecio certificado por los años recientes, la oportunidad para el encuentro que da el acto cultural y social que es una exposición o la presentación de un libro entre un reducido grupo de personas con las que uno puede renovar lo vivo y lo ya vivido. Hoy, mientras recogía mi compra en la caja del supermercado, la cajera me pidió el periódico que llevaba conmigo porque le había llamado la atención la foto de Rosalía agradeciendo sus varios premios Grammy Latinos. La exposición fue el jueves en Trujillo, en el espectacular Palacio Barrantes-Cervantes, con fotografías de Patrice Schreyer y textos de Álvaro Valverde, comisariada por Jorge Cañete. Con ellos y con más gente querida —Christophe, María José y Gonzalo, Yolanda, Montse y Salvador, Maribel y Basilio— disfruté de un acto que tiene sus antecedentes en lo que escribí este pasado septiembre. Disfruté también de unas fantásticas fotografías sobre la realidad «sencilla, básica, cercana. Humildes hierbajos, piedras milenarias, campos abandonados, dehesas interminables, árboles retorcidos, celdas conventuales, aguas remansadas… Y todo en medio de una soledad que estremece», escribe Álvaro en su texto del catálogo. Blancos y negros y una tonalidad de color contenido por la luz matizada de un alba o un atardecer. El ojo de Patrice se ha fijado en una mitad de Extremadura, la cacereña, principalmente —están, sí, Mérida y Castuera—; pero estoy seguro de que en su cámara cabrían con igual fascinación los paisajes de la otra provincia que nos convierte en un espacio único. La presentación fue ayer viernes. De Todo es agua menos el agua (La Moderna, 2022), de Juan Manuel Barrado, de quien en este blog pueden encontrarse algunas referencias. Presentó el acto David Matías, que es el editor de La Moderna, y habló sobre la obra la profesora M. Vega de la Peña Barco. No quise decir en público a Juanma que el libro, del que él dijo que era un fruto del período de la pandemia, me lo trajo a casa en mayo de 2019, que lo leí, y que le envié mis notas en agosto de ese año. Consta, sin embargo, en el cabo de la edición que se presentó ayer, lo siguiente: «Sevilla-Huertas de Ánimas, junio 2020-noviembre 2021». Luego, tras la presentación, bromeé en un bar de copas con estas mentirijillas literarias con Fefa Alvarado, Javier Alcaíns y con el autor —los tres al quite, nunca mejor dicho— antes de cenar aún con el sabor de las palabras de Juanma sobre tanta gente leída y admirada como Antonio Gómez, Fernando Millán, María Zambrano, Felipe Núñez, Juan José Narbón, Luis Cernuda, Ana H. del Amo, Juan Carlos Mestre, Julián Rodríguez, entre otros muchos que están en su libro. Lástima que no comparta más gente estas cosas, que resultarían de otro modo.


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