domingo, noviembre 06, 2022

Diario berlinés (Fragmentos)

Viernes, 4. Me acuerdo de
Adiós a Berlín justo al despegar desde el nuevo e inmenso aeropuerto de Berlín-Brandeburgo Willy Brandt. Afortunadamente, la chatarra espacial esparcida por un cohete chino que ha provocado el cierre de una parte del espacio aéreo español no nos afecta. Tengo en casa una envejecida primera edición de la obra de Christopher Isherwood, la traducción de Gil de Biedma (Seix Barral, 1967), y hay un par de capítulos que se titulan «Diario berlinés». Están fechados en el otoño de 1930 y en el invierno del 32-33, pero sus referencias a Unter den Linden o al Tiergarten se llenarán de un significado especial, después de haber pisado esos lugares. Jueves, 3. Berliner Mauer. El Muro. Nos hacemos fotos como los turistas que somos; pero se impone una sensación de estar ante un pedazo de la historia que conocimos a través de la televisión y de los periódicos no hace tanto. El martes fotografié el pavimento cercano a la Puerta de Brandeburgo en el que una línea de adoquines marca el trazado de lo que fue el muro que hoy, lejos de allí, vemos tal cual era y pintado ahora en una impresionante —por su relevancia histórica— galería de arte al aire libre que recorre buena parte de un lado de la canalización del río Spree. Comemos en un libanés del barrio de Kreuzberg, que quería conocer desde que Juan Goytisolo me habló de él en un artículo que conservo en copia del publicado en El País de agosto de 1982 («Berliner Chronik»), antes de su novela Paisajes después de la batalla, en la que también sale el barrio. Neues Museum. Parado ante el busto de Nefertiti no sé qué hacer. Creo que a E. le pasa lo mismo; y en cuanto recupera el habla, me dice qué belleza. Yo repito lo que dice la audioguía que dijo el descubridor: «Es vana toda descripción; hay que verla». Algo así. Seguimos caminando por el resto de salas como si ya hubiésemos visto todo. Miércoles, 2. Hoy es el cumpleaños de Alicia, de Mérida. No la he felicitado. No sé si siento más sensación de vértigo en el Museo Pérgamo o por la imponente panorámica desde la cúpula del Bundestag. No comprendo cómo puede caber tanta inmensidad en un museo cuando entro en la sala del Mercado de Mileto, después de tanto arte antiguo que concluye en el islámico. Me emociona que Á., nuestro guía, nos traslade con tan buena disposición de un sitio a otro. Nos lleva a la Topografía del Terror en donde estuvo el edificio de la Gestapo, la SS. y la oficina central de Seguridad del Reich en la Wilhemstrasse y la Prinz-Albercht-Strasse. Mi hermano J. compra el libro con ese título de Topografía del Terror, y lo hojeo en casa después de todo un día pateando una ciudad tan inmensa y viva. Bromeamos, mientras tomamos unas cervezas cerca de casa, con los pasos dados y los kilómetros recorridos —más de dieciséis. Anoto algo sobre la memoria histórica. Martes, 1. Pienso en Kiev —que no está tan lejos de aquí— al abrir el grifo y comprobar que el agua sale caliente antes de ducharme. Es un detalle que llena el baño mientras escucho las noticias en la radio española a través del móvil. Es fiesta en Berlín también y hay niñas y niños disfrazados celebrando Halloween. Pasamos por Alexanderplatz. Mi mitificación libresca de la zona —Alfred Döblin— es ahora la imagen de la meada de una mujer junto a una columna a la entrada de la estación del tren.  Solo E. y yo nos damos cuenta. Son las diez de la mañana y una especie de despojo humano se limpia los mocos después de haberse subido unas mallas sin bragas y hace muecas en una de las puertas acristaladas de allí. Me parece muy desagradable, me estremece. Lunes, 31. Mi primera fotografía desde el taxi de un turco que nos lleva a M., a mi cuñada E., a mi hermano J. y a Á., hijo de M., que ha venido al aeropuerto Berlín-Brandeburgo Willy Brandt a recogernos. Á. sabe alemán y vive aquí desde finales de agosto. Una garantía. La fotografía es de una zona industrial cercana ya a Berlín, aledaña a la autopista. Nos alegramos los tres —M. se queda en casa de Á.— por el sitio que hemos contratado. Espacioso y limpio. Muy confortable. En el retrete me llama la atención una señal que indica que se prohíbe mear de pie. Nunca la había visto; y no me siento aludido. Nuestra calle es Joachim Friedrich Strasse; pero la arteria principal a la que vamos ahora es Kurfürstendamm, que aquí abrevian en «Kurdamm», creo. Ahí está —en el número 100 (en Berlín la numeración es correlativa, no hay pares e impares)— una cervecería-restaurante que se llama «Haus der 100 Biere». Comemos allí. A ver qué tal se da todo. Ya estoy pensando en volver; y no quiero perderme nada de lo que vea. Dormimos ayer en Arturo Soria, con pocas horas de sueño por delante. En Cáceres.

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