jueves, septiembre 01, 2022

Hernán Cortés, 35

Donoso y emocionante escrutinio de algunos de los libros y papeles de Ángel Campos Pámpano (1957-2008) que aún quedaban en su domicilio familiar en San Vicente de Alcántara, en la casa de Paula Pámpano, su madre, que falleció en abril de 2001 y a quien dedicó su libro de poemas La semilla en la nieve (2004). La casa en la que nació el poeta ha pasado ya a otros propietarios, y su familia —este verano— y algunos de sus amigos —hoy mismo— hemos ayudado a desocuparla y buscar sitio a un material que incluye centenares de periódicos y suplementos culturales, recortes de prensa, decenas y decenas de revistas literarias —Cuadernos hispanoamericanos, Revista de Occidente, Syntaxis, Fin de Siglo, El Ciervo, Ínsula…—, entre las que se encuentran las que el propio Ángel editó —hay numerosos ejemplares de diferentes números de Espacio/Espaço Escrito, aunque no dan para completar la colección de los veintiocho que se publicaron. Hay apuntes de sus años salmantinos de estudiante, y me he traído como recuerdo la papeleta de la nota de Lingüística Románica de 5º («Aprobado» en junio de 1980), y hay otros folios añejos que supongo sirvieron para sus clases ya en los institutos en los que estuvo. Hay dos copias mecanografiadas de la traducción de las Odas de Ricardo Reis que publicó en Balneario Escrito con prólogo de Gonzalo Torrente Ballester, a quien dejó esta nota manuscrita que tengo: «Ahí le dejo las Odas de Ricardo Reis, espero que le agraden y pueda escribir, sin compromiso alguno, unas palabras liminares de presentación (2 ó 3 folios). Le telefonearé el martes próximo. Agradecido. Ángel Campos». Vaya que si las escribió, sí; y estuvo don Gonzalo en la presentación de la edición en el bar-café Alcaraván de Salamanca en diciembre de 1980. Escribo ahora y redoblo el entusiasmo de esta mañana mientras toqueteaba papeles y libros junto a dos tan grandes amigos de Ángel como Luis Arroyo —que llevó unos menudillos de Navalvillar de Pela— y José Juan Cuño. Y doy noticia de lo que he visto y me he traído para que el que guste me pida cuentas. Para que sus hijas sepan que tengo un ejemplar del libro de José Antonio Maravall, Teatro y literatura en la sociedad barroca (Madrid, Seminarios y Ediciones, S.A., 1972) en el que su padre escribió, como en otros tantos libros que compraba: «para mi uso, mi abuso e incluso mi desuso». Lástima ahora que testimoniemos su desuso. Para que Elías Moro —que ya lo sabe— sepa que tengo un libro temprano de poemas inéditos —muy malos, dice él— que tituló Cuerpos en una playa, o para que a Gonzalo Hidalgo Bayal —que no sabe nada— le conste que en mi casa está desde hoy el mecanoscrito de su primera novela, Mísera fue, señora, la osadía. A su disposición. A Tomás Sánchez Santiago tengo que escribirle para decirle que he encontrado esta mañana una postal que envió a Ángel desde Algeciras cuando debió de empezar a dar clases en algún instituto de allí. Y a Ángel, desafortunadamente, no puedo decir nada. Pero puedo pensarle, y afirmar que he tenido la satisfacción de disfrutar un poco de él, de compartir documentos familiares como el original del libro que presentó Juan Manuel Rozas, con el lema «Ulysses-Joyce», al Premio «Residencia» para que le leyese un grupo de personas cercanas antes de publicar su primer poemario, De la consolación y de sus dioses (1984); o los folios que sirvieron para una memorable lectura poética en Zafra en la «Semana de la Poesía» (1983) en la que intervinieron Ángel, Basilio Sánchez, Luciano Feria, Álvaro Valverde, José Antonio Zambrano y Joaquín Calvo Flores. Me ha emocionado encontrar esos folios que sé que están también en casa de mi hermano en Zafra. Vaya mañana llena de papeles, de recuerdos y emociones. Muchos libros también, los que fueron del estudiante de la Universidad de Salamanca que volvía al pueblo a finales de cada curso —la Crestomatía del español medieval de Ramón Menéndez Pidal, los Ensayos de lingüística general de Roman Jakobson…—, y que compraba en librerías amigas como Hydria; los del lector, del profesor, los del traductor…: en marzo de 1986 José Bento le dedica su monumental Antologia da Poesia Espanhola Contemporanea (Lisboa, Assirio e Alvim, 1985) deseándole que no desistiese en la batahla perdida (?) de aproximar a España y Portugal; y de 1987 es un volumen de Ensaio de uma despedida, una antología de textos de Francisco Brines traducidos por Bento y con prólogo de José Olivio Jiménez, que el portugués dedica a Ángel en enero de 1989, dedicatoria a la que se suma el mismísimo Brines con un abrazo. Con libros así logro recomponer algunos de los momentos de la biografía de Ángel Campos Pámpano, que luego llevaría a Brines al Aula Díez-Canedo, y a Bento, que presentó a Valente cuando leyó sus poemas en ese foro en abril de 1993. Me lo he pasado tan bien con Ángel que he leído a mis amigos algunos de mis hallazgos mientras rebuscaba. Por ejemplo, la copia a calca de un informe mecanoscrito que Ángel hizo en el verano de 1985 sobre un libro de poemas: «Los buenos propósitos no son siempre buenos consejeros para escribir como Dios manda. Para hacer poesía se debe respetar, al menos, la ortografía, y, si es posible, no «faltar contra la métrica», no «vulnerar la prosodia» ni «trabucar la gramática». Difícilmente el autor de este libro se atiene a estas prudentes consideraciones. […] Excesivos errores para un libro tan breve». Otra pieza que me llevé esta mañana: Poesía y reflexión. La palabra en el tiempo, aquel libro de Manuel Ballestero (Taurus, 1980), que también tenía Ángel, comprado «un mal día de marzo de 1982», según dejó escrito en su ejemplar con su letra tan reconocible. Podría seguir. Debería seguir. La familia de Ángel Campos Pámpano y sus amigas y amigos nos valemos de sobra para preservar lo que todavía queda de su biblioteca; pero no vendría mal que un centro educativo como el Instituto de Educación Secundaria «Joaquín Sama» de San Vicente de Alcántara, o la Biblioteca Pública, la Casa de la Cultura que lleva el nombre del poeta y traductor, o la Biblioteca de Extremadura que podría reclamar un espacio «Ángel Campos Pámpano», reaccionasen para poner al alcance de quien lo desee este fondo diverso y singular por estar marcado con los apetitos literarios de alguien tan especial, que tanto hizo para que los demás leyésemos. Llevo así todo el día, por razón de sus libros y papeles, tan cercano a lo que importa. 

9 comentarios:

ana maria reviriego dijo...

Qué gozada, esta sí que es una mañana buena y una buena manera de elogiar al amigo ausente-presente.

Ojalá recojan tu propuesta el Instituto o la Biblioteca, guardando sus papeles.

Miguel A. Lama dijo...

Gracias, Ana María. Julia Inés Pérez, la directora de la Biblioteca de Extremadura, ya me ha mostrado su buena disposición. Todo va bien. Un fuerte abrazo.

Andrés Talavero dijo...

Miguel Ángel enhorabuena y
afortunado por seguir los pasos de Ángel Campos a partir de sus papeles y biblioteca. Es de agradecer tu labor de conservar y cuidar

Andrés Talavero dijo...

Miguel Ángel enhorabuena y afortunado por conservar y cuidar los papeles y biblioteca de Ángel Campos. Gracias

Miguel A. Lama dijo...

Muchas gracias por tu comentario, Andrés.

Elías dijo...

Qué hermoso recuerdo (y recuento), Miguel Ángel. Tuvo que ser, sí, muy emocionante ese escrutinio a los papeles de Ángel.
En cuanto a lo mío, me reitero: recuerdo aquellos poemas como muy malos. Si acaso, con algún verso que podría conseguir el perdón.
Gran abrazo, querido.

Miguel A. Lama dijo...

Gracias, Elías. Es muy interesante leer ahora un testimonio antiguo de escritura y de lecturas (Valente, Elytis, Sánchez Robayna...), y son interesantes aquellas «diez interrupciones» que eran versos sueltos y dísticos, una suerte de minimalismo poético muy tuya en algunos momentos. Un abrazo.

Felipe Rodríguez dijo...

Da gusto leerte. Es emocionante. Un abrazo.

Miguel A. Lama dijo...

Jo, Felipe, gracias.
Un abrazo.