Lo he pasado bien esta tarde en los exámenes, sí. A pesar de que eran las cinco, no hacía calor —la sala estaba bien refrigerada—y de que me habría gustado estar en una iglesia despidiendo a alguien conocido que, lamentablemente para mí, no fue más cercano, y que se ha marchado. He dedicado tres horas a conversar —que defiendo como modo de evaluar— sobre Los ríos profundos de José María Arguedas y sobre Estrella distante de Roberto Bolaño. He conversado con Lucía, Beatriz, Rubén, Carmen, Guido, Reyes, Pilar y Javier. El resultado ha sido satisfactorio. Cumplidos los protocolos, cuando tenga que ser, las calificaciones pasarán al acta, y aquí paz y después gloria. Ganas me dan de hacer una gracia con Octavio Paz y Gloria Fuertes. Me quedo en Paz. Porque sí, he recordado que en la prueba —conversación— anterior con este curso de Tercero de Filología Hispánica tratamos Piedra de sol, del poeta mexicano, Nobel de Literatura —y de Paz—, y que yo tenía un apunte escrito sobre «Visita a un poeta», un texto sobre Robert Frost de Las peras del olmo (1957), que evocó Álvaro Valverde y que, de haber habido tiempo, me habría gustado recomendar a mis alumnos. Un texto —una conversación en Vermont, en junio de 1945— que tuve presente hace meses cuando acudí a la casa de un amigo que había escrito un libro de poemas inconmensurable. Es lo que tiene esta red de vasos comunicantes de la escritura de cuadernos, de estos apuntes para un blog, de borradores de vida…, que trasvasan emociones y experiencias hasta llegar a un texto nuevo que pueda expresar el placer de llegar a la casa de alguien, un poeta, que quiere que leas lo que ha escrito. Y estar allí, y que suene el teléfono con la primera propuesta de presentar el libro que acaba de ser premiado. Fue con Basilio Sánchez. Un encuentro hermoso. Casi no parecía real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario