viernes, octubre 19, 2012

Agustín Villar


© S. García. El Periódico Extremadura (junio 2010)
Anoche murió Agustín Villar Ledesma (1944). Salmantino de nacimiento, llevaba treinta y tantos años en Cáceres, ciudad a la que llegó como funcionario del cuerpo  de Inspección de Trabajo y en la que, desde 1979 hasta 1997, con gobiernos de vario signo, fue Director Provincial de Trabajo. Para mí, como para muchos de mis amigos, Agustín Villar fue un escritor relevante en los años ochenta, autor de un libro extraordinario, singular en aquel tiempo, Seducción de la bruma (1982), también modelo de gusto editorial en una época aún marcada por las carencias en Extremadura. Su nombre, por aquellos años, prestigió premios como el "Antonio García Oriozabala" de la Asociación de la Prensa de Badajoz o el "Constitución" de narrativa, por mencionar los de la región; pues también obtuvo el Premio Internacional de Relatos Miguel de Unamuno en 1991. Brillante y avisado autor de libros poéticos, sugerente narrador que fue de los primeros en adentrarse en el microrrelato en aquellos tiempos, Agustín Villar terminó encontrando en el aforismo, en la verbalización sucinta y espasmódica de su pensamiento, conscientemente rebelde hacia las convenciones de género (literario), una voz que también abrió —con menos eco ya, injustamente— nuevos cauces en la literatura de autores extremeños; y él lo era. A su sombrío estado de ánimo creativo en los últimos años se asomó, en enero de este 2012, la enfermedad, el cáncer que se lo ha llevado. Un sábado de la primavera del último marzo, mientras paseábamos por las inmediaciones de su casa, me mostró su desapego por lo literario en una hora tan grave, su distanciamiento de la escritura. Solo leía, y poco; veía películas. "Es preciso aprender a esperar", parecía que nos decíamos, en sentidos distintos, aquella tarde durante nuestros silencios, mientras él —seguro— pensaba en aquello de "las aspiraciones de un condenado" que escribió en Razón de mudo (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2008), el libro fundamental de su última época que tomó como subtítulo ese "Es preciso aprender a esperar". Luego hablamos por teléfono; y solo, ya finalmente, con Lola, su mujer, que hablaba de sus temores. Hace demasiado tiempo, hasta hoy. Me acuerdo mucho de él, de Pilar, de sus hijas, de su palabra. "El amor a la escritura puede servir para otorgar unidad y coherencia a nuestros actos", escribió. Cáceres debería rendirle un homenaje civil, literario. Lo merece.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, Miguel Ángel, por recordarnos la figura de un escritor tan grande como desconocido. Nada sabía de su enfermedad. Valoraba mucho su poesía, que descubrí hace más de 20 años, recién llegado a Cáceres. Recuerdo que compré sus Ocelos en la librería Vicente. Después le traté cuanto pude y leí con placer sus aforismos últimos. Era un hombre lúcido y apasionado, irónico e independiente.

JOSÉ ANTONIO LLERA

José María Cumbreño dijo...

Desde luego que se merece ese homenaje. Mi pésame para la familia. Lo siento mucho.

Carlos Medrano dijo...

En mi recuerdo, Agustín Villar vivirá siempre con aquella imagen cuidada, alegre, de lúcido y amable conversador inquieto, tal como lo conocí en los varios encuentros de escritores de esos años 80 que mencionas, y lo oiré en la belleza de su voz clara y vibrante, como lo era su persona y su trato. Su actitud mostraba una facilidad más bien escasa en esos tiempos en nuestra tierra: la elegancia del que nada pretende ni se abre a codazos sino que más bien compartía una tarea concebida ya entonces como un trabajo íntimo y minucioso hacia adentro.

Por lo mismo, en él era algo previo e inmediato el aprecio a los otros y lo hecho por los otros en los que reconocía esta vocación irrenunciable, consistente no tanto en unos galardones y renombre como un trabajo esmerado y constante, en pos de una inteligencia personal o un saber suficiente. Era una persona alegre y vital, con quien era fácil dialogar y la relación amable.

Siempre lo recordaré por tanto joven y me cuesta creer que en él pudiera cebarse el paso del tiempo. Como si la virtud de aquella edad más joven le hicieran poseer, o a mí creerle con las claves de lo constante. En los primeros días de noviembre -¡ay!- buscaré en casa de mi madre el ejemplar de 'Seducción de la bruma' y así atenuar el olvido de algunas personas que como él apreciamos, pero que se nos desdibujaron también por su discreción laboriosa, que como sus otras cualidades siempre me parecieron sin esfuerzo.

César Nicolás dijo...

Jo, me entero ahora mismo y por aquí, querido Agustín.

No sé: Soplar en caracolas, vilanos, pompas, burbujas...

(Eras perfecto imitando al perro y la gallina y me hacías sonreír e incluso reír, caramba!)

Anónimo dijo...

Yo tampoco sabía de la enfermedad de Agustín. A pesar de su carácter irónico y mordaz, a mí siempre me trató con cariño cuando coincidíamos en algún sitio durante nuestros años en la Aeex.
"Razón de mudo" es uno de los mejores libros publicados por aquí en estos últimos años, un libro que permanecerá.
Descanse en paz.

Blue dijo...

Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, en este caso había cuatro, Pilar, Paz, Belén y Assela, siempre fueron su vida.

Anónimo dijo...

Si bien trabajo como músico, cuanto soy capaz de apreciar o realizar con las palabras es debido a esos años en que disfruté tratando a la magnífica persona que fuiste, Agustín.

Hubiese querido hablarte desde que perdimos contacto. Volveré a recorrer tus libros para imaginar esa presencia tuya que nos enriquecía.

Te vamos a echar mucho de menos.

guillermo

Miguel A. Lama dijo...

Gracias, Guillermo, por tu comentario en este modesto espacio en recuerdo de Agustín. Me acuerdo gustosamente de aquella tertulia del Neguri en Cáceres, de tu presencia una tarde con Agustín. Un saludo.

Anónimo dijo...

Días mejores Miguel Ángel eran aquellos del Neguri...

gui.