Hasta anoche, después de ver en el Teatro Maltravieso Capitol de Cáceres Alacrán o La ceremonia, de José Antonio Lucia, no supe que se aproximaba un huracán al que han puesto el nombre de Leslie y que traía vientos de hasta cien kilómetros por hora. Después de un rato agradable con Isidro Timón y Amelia David y la gente de Maltravieso, y con algunas actrices y actores del montaje de Hipólito que vimos este verano en el Festival de Mérida, volví a casa para enrollar y amarrar bien mis alicantinas, en un gesto que hoy me parece excesivo, una sobreactuación, habida cuenta de la normalidad del tiempo, lo más alejado de un estado de alerta que supongo ha obligado a cerrar hoy las puertas del Parque del Príncipe. El que no sobreactuó anoche fue un José Antonio Lucia en estado de gracia con un texto propio interpretado de un modo que refuerza mágicamente su autoría. La dirección es de Román Podolsky, a quien cabe atribuir efectivos hallazgos en el aprovechamiento de los pocos elementos escénicos, una mesa de tijera, un par de sillas de enea, una maleta de la que salen los zapatos de bailar de La Cangrejo —amor ausente, partenaire canalla— o un estuche de maquillaje en el que el punto valleinclanesco de Alacrán, un medio fracaso de cantaor flamenco, repasa su vida y crea una atmósfera que a veces puede recordar al mejor Rafael Álvarez El Brujo de aquellos tiempos de La sombra del Tenorio (1994). Son elementos escasos que se usan con genialidad para imitar un zapateado o un paso de Semana Santa, en una lección de teatro que mantiene al espectador prendido de la escena desde la que el protagonista proyecta registros muy variados. Cuando ha llegado a Cáceres este Alacrán ya traía su trayectoria, como Leslie, el huracán. Desde Buenos Aires y desde Badajoz y otros lugares de Extremadura. Como me ha pasado a mí con José Antonio Lucia, que le conozco desde hace mucho, desde muy chico, y con quien solo hace unos años me he reencontrado para conocer su profesión de cómico, su pasión, y ahora, su escritura, tan digna de verse, tan admirable como su manera de escribir lo que le pasa: «Intento mantener la concentración. Hace rato aparecieron miedos que me dicen que olvidaré el texto, que se caerá de ritmo, que la gente se aburrirá… En ese momento repaso en mi mente todo el proceso y aparece la primera imagen que desencadenó la aventura. Ese primer bosquejo debe estar siempre presente: es un amuleto y hay que defenderlo a muerte para que la liturgia siga teniendo rumbo, entonación y sentido. Recupero la confianza y sonrío pensando por qué me dediqué al teatro. Pero para eso tengo respuesta: me hace feliz y solo necesito alguien que esté dispuesto a escucharme. Casi puedo hacerlo en cualquier lugar. Me duelen las piernas. Son nervios. Me levanto de la silla. Es la hora. Se apagan las luces y se hace un silencio severo y hermoso en la sala. La próxima vez que me ocurra pensaré en las consecuencias porque esto es lo que me espera cuando la imagen persiste». (José Antonio Lucia, «Cuando la imagen persiste», en todoteatro.com.ar).
domingo, octubre 14, 2018
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